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Sobre genocidas y genocidios

Corresponde a los tribunales y a nadie más decidir sobre la calificación jurídica de lo que sucede en Palestina

Decenas de personas se concentran en Madrid contra las matanzas de civiles en Gaza por parte de Israel, el pasado 18 de mayo en Madrid.
Decenas de personas se concentran en Madrid contra las matanzas de civiles en Gaza por parte de Israel, el pasado 18 de mayo en Madrid.Ana Beltran (REUTERS)
Lluís Bassets

No es genocida quien quiere, sino quien puede. Hamás quiere, pero no puede. Las víctimas designadas del crimen de crímenes que pretende perpetrar son los ciudadanos de la mayor superpotencia militar de la región, dotada del arma nuclear y auxiliada por otra superpotencia, esta la mayor del mundo, como es Estados Unidos. Washington garantiza por ley que Israel mantendrá siempre una “ventaja militar cualitativa” respecto a cualquier otro vecino, de forma que ninguno de ellos pueda aspirar a vencerle en caso de una crisis bélica.

Hamás no es la única entidad de vocación genocida. También la República Islámica de Irán, Al Qaeda o el Estado Islámico quisieran liquidar a Israel y a la vez a todos los sionistas e incluso las colectividades de cultura e identidad judía y por extensión incluso occidental en cualquier punto del mundo. Ninguno de ellos tiene afortunadamente los medios para conseguirlo, ni siquiera para que sea eficaz un ataque aéreo masivo como el que sufrió Israel hace un mes desde Irán. Solo este país alcanzaría tal peligrosidad si consiguiera la bomba nuclear y la instalara en sus misiles, algo que Estados Unidos e Israel jamás permitirán que llegue a suceder.

Israel dice que no quiere, pero puede. Muchos son los que piensan que también lo quiere, aunque pretenda ocultarlo y que ya lo está perpetrando. Indicios no faltan, como demuestra que el Tribunal Internacional de Justicia de Naciones Unidas haya admitido una demanda para dilucidarlo e impuesto unas medidas cautelares para evitar que llegue a producirse, reforzadas en una reciente resolución legalmente vinculante que exige un alto el fuego inmediato en Gaza y que Israel ha desatendido. Para que una matanza masiva sea tipificada como tal delito no basta un número elevado de atrocidades destinadas a exterminar a un grupo humano en su totalidad o en parte, sino que hay que demostrar que quienes las perpetran tienen la intención de obtener tal resultado.

Ahí es donde Israel demuestra que también es una superpotencia jurídica, diplomática y mediática. Puede bloquear las condenas en el Consejo de Seguridad gracias al veto de Washington, sabotear los tribunales internacionales, cerrar Gaza a los medios de comunicación y presentar su ejército como ejemplo de moralidad que cumple estrictamente con la legalidad internacional. No tan solo lo desmienten los hechos y el número aterrador de víctimas, sino la extensa colección de declaraciones incendiarias, amenazas exterminadoras y discursos del odio de numerosos de sus políticos y militares, desde el jefe del Estado y el ministro de Defensa hasta soldados de a pie, que en nada diferencian a los terroristas del conjunto de la población palestina.

Los palestinos de Gaza y Cisjordania, incluso los que gozan de ciudadanía israelí, tienen motivos para sentirse perseguidos y víctimas, al menos de un intento de destrucción colectiva, pero corresponde a los jueces y a nadie más decidir en su día si Palestina está sufriendo un genocidio y quién es el responsable.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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