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Columna
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Las tres lecciones de Marissa Mayer

¿Por qué se comportan como lemmings empeñados en despeñarse las empresas más capaces del mundo?

Marissa Mayer, durante una gala en Los Ángeles en 2016.
Marissa Mayer, durante una gala en Los Ángeles en 2016.Matt Winkelmeyer (Getty)
Delia Rodríguez

Sé que suena a frase de LinkedIn, pero pienso a menudo en la carrera de Marissa Mayer, que fue junto a Sheryl Sandberg la más famosa de las ejecutivas de Silicon Valley. Una de sus muchas funciones en Google consistió en vigilar su página principal, manteniéndola lo más limpia y blanca posible. Eso significaba decirle que no a quien se acercara con una idea de bombero. “—Mira Marissa, que hemos pensado que... —No —Pero el presidente ha dicho que… —Que no”. Me hace muchísima gracia imaginarme a Mayer como una heroína de la inacción, una Bartleby moderna, porque sé que ella es más bien todo lo contrario. Lección uno: a veces es mejor no tocar nada, pero el esfuerzo empleado en convencer al resto es mayor que el de hacer el cambio.

También suelo recordar cuando dejó la empresa para ponerse al frente de Yahoo! y se estrelló como pocas veces se ha visto. Al parecer existen trabajos imposibles de realizar, como gobernar un país mediterráneo o ser jefa de un elefante corporativo en decadencia. El término “techo de cristal”, que define la dificultad femenina para acceder a ciertos altos puestos, es mucho más popular que su opuesto, el “acantilado de cristal”, que explica que cuando una misión importante está condenada al fracaso puede acabar en manos de una señora porque total, de perdidos al río. Lección dos: si vemos un precipicio en el horizonte, aunque nos entren muchas ganas, es mejor no lanzarse por él. O, parafraseando al escritor Terry Pratchett, a veces la luz al final del túnel es la de un lanzallamas.

El último aprendizaje es reciente. A pesar de su especialización en inteligencia artificial por Stanford y una impresionante experiencia y capacidad, Mayer ha caído con su propia empresa de IA, Sunshine, en el mismo error que están cometiendo una por una todas las tecnológicas, presentando un producto inmaduro. Aquí se combinan elegantemente las dos lecciones anteriores en una tercera: por el amor de Dios, por mucho que los demás se tiren por un puente, si no está listo no lo lances.

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Todo esto viene porque en la última semana la página de búsquedas de Google en EE UU se llenó de sugerencias desquiciadas como comerse una roca pequeña al día o probar la pizza con pegamento, debido a la inclusión prematura de respuestas generadas con IA. ¿Por qué se comportan como lemmings empeñados en despeñarse las empresas más capaces del mundo, incluida aquella que integró a los científicos de DeepMind que vencieron al ser humano jugando al Go, financió el célebre paper Attention is all you need” que desencadenó los avances actuales, y que sigue realizando descubrimientos médicos de ciencia ficción? La respuesta corta es la presión de los accionistas tras la aparición de un disruptor enloquecido y brillante, OpenAI, que ha desbaratado calendarios y roto normas del juego, en un caso claro del dilema del innovador descrito por el profesor de Harvard Clayton Christensen en su libro clásico de 1995 sobre los problemas de las empresas consolidadas cuando aparecen nuevos competidores con tecnologías imperfectas, pero a quienes se les permiten más errores.

Para la respuesta larga habría que examinar la deriva del capitalismo y su ansia infinita de crecimiento, leerse las teorías del escritor Cory Doctorow (enshittification) y del periodista Ed Zitron (economía podrida) o pensar un rato en Marissa Mayer y en la usadísima frase de Pascal: “toda la desdicha de los hombres proviene de una sola causa: no saben permanecer en reposo, en un cuarto”.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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