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Columna
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Las elecciones importantes

El conflicto sobre el control del Sabadell dibuja con claridad el cisma clave de la Europa, y las democracias, del futuro: libertad contra comunidad

Sabadell
Oficinas del Banco Sabadell en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), en una imagen de archivo.David Zorrakino (Getty Images)
Víctor Lapuente

Las elecciones catalanas importantes este mayo no son las del Parlament, sino las de los accionistas del Sabadell. Cuando en unos años echemos la vista atrás recordaremos el 12-M como unos comicios relevantes, porque han roto una tendencia: el dominio de los independentistas. Pero ¿abren una nueva etapa? ¿Quién puede asegurar que el gran perdedor ahora (ERC) no será el mejor posicionado para ganar la presidencia de la Generalitat en un lustro o incluso antes?

Si la historia sirve de guía, unirse al tripartit de Maragall fue visto por muchos republicanos como el principio del fin. Pero solo fue fin al principio. Con el tiempo, ERC fue la ganadora de la confluencia entre la izquierda catalana y la española. Y, con la salvedad del paréntesis actual, ha sido hegemónica en el espacio progresista. A ERC, pactar con el PSC le fue mejor que bien, casi demasiado bien, pues se envalentonó y eso derivó en el procés.

Pero el conflicto sobre el control del Sabadell dibuja con claridad el cisma clave de la Europa, y las democracias, del futuro: libertad contra comunidad. ¿Hasta qué punto vamos a permitir que las fuerzas económicas de fuera controlen nuestra economía? Esto no es la clásica disputa entre la izquierda (pro-Estado) y la derecha (promercado). La idea de comunidad, de pequeñas y medianas empresas, es defendida por muchas derechas, las antipáticas (Trump u Orbán) y las simpáticas (PNV y CSU). Y también por izquierdas diversas, del progresismo cosmopolita de Íñigo Errejón al obrerista de Sahra Wagenknecht. La líder de la nueva izquierda populista alemana (BSW) tiene un discurso asombrosamente parecido al de la burguesía catalana (y valenciana), contraria a la OPA a Sabadell: necesitamos entidades financieras con arraigo territorial para defender el tejido industrial. Si los bancos de aquí caen en manos de allá, el único criterio para financiar proyectos será el cortoplacista beneficio de los accionistas de BlackRock y otros espectros del capitalismo global.

El argumento de la comunidad tiene un punto ciego: proteger los intereses colectivos es la excusa perfecta para la instrumentalización política de las entidades financieras, que acaban sirviendo al cacique local de turno. Los horrendos balances de muchas cajas de ahorros españolas durante la crisis financiera fueron resultado de su politización. Pero, cuando un mismo trueno se oye desde coordenadas geográficas e ideológicas tan dispares, hay que escucharlo. Aunque no lo veamos todavía, el gran rayo político está cerca.

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