Cambio de época en Japón
Tokio aprobó hace un par de años el crecimiento del gasto militar y acordó hace poco con Estados Unidos nuevas iniciativas ante posibles cambios en el tablero geopolítico
Cambio de época, giro histórico. Poco después de que Rusia invadiera Ucrania en febrero de 2022, el canciller alemán Olaf Scholz habló de Zeitenwende. Tres meses después, el tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales acordaba con los democristianos crear un fondo especial de 100.000 millones de euros para poder incrementar el presupuesto de defensa hasta el 2%. Para hacerlo, el país se abría a reformar la Constitución. Las cosas empezaban a cambiar de manera veloz, y algunas viejas costumbres —como la infrafinanciación del ejército o el perfil habitualmente bajo en cuestiones militares— dejaban de ser tales. Alemania había sentido en el cuello el aliento del gigante ruso, los zarpazos de Putin podían acercarse en cualquier momento un poco más al corazón de Europa. Convenía prepararse para lo peor.
Hace un par de años, también Japón aprobó un incremento del gasto militar y lo hizo crecer del 1% del PIB, el porcentaje dedicado a Defensa desde los años sesenta, al 2% para el próximo lustro. El primer ministro, Fumio Kishida, también pareció sensible a los cambios que puede producir en el tablero geopolítico la deriva imperial del líder ruso. Así que también ha querido prepararse para lo peor, que en el caso de Japón no solo tiene que ver con la inquietud de que se desate por su zona la agresividad de la que hace gala Putin, sino que podrían serlo de igual manera las ambiciones de China o las amenazas nucleares de Corea del Norte. En abril, Kishida estuvo en Washington de visita oficial y aprovechó el tiempo para reforzar con Biden las alianzas para lo que pueda venir en el futuro próximo. Anunciaron un nuevo acuerdo militar, por el que Japón y Estados Unidos crearán con Australia en el Pacífico una red para la defensa aérea de misiles, y la reestructuración del comando militar que Washington tiene en la isla.
Cuenta Pankaj Mishra en De las ruinas de los imperios (Galaxia Gutenberg) que el aislamiento de Japón —hasta la llegada a sus costas de los barcos estadounidenses del comodoro Perry en 1853— provocó que la transformación que se produjo allí entre 1868 y 1895 “resultara peculiarmente asombrosa”, y recogía la observación de uno de los grandes periodistas de entonces, Tokutomi Soho, que se lamentaba de que los occidentales hubieran considerado a los japoneses “como algo parecido a los monos”. Eso dejó de pasar entonces. “Pero ahora que hemos puesto a prueba nuestra fuerza, el mundo nos conoce”, decía Soho. “Además, sabemos que el mundo nos conoce”.
Ian Buruma, en La creación de Japón, 1853-1964 (Mondadori), explica que los oligarcas Meiji escogieron a finales del XIX la vía alemana para la construcción de su Estado. “La unidad nacional bajo los káiseres prusianos”, que fue “impuesta por la disciplina militar y la doctrina cultural en torno a la esencia nacional y el espíritu alemán”, fue su modelo. No tardaron en dar rienda suelta a una fuerza que sería “forjada con acero y nutrida con sangre”, y mostraron su poderío en Rusia, Corea, China, Indochina. Más adelante vino la alianza con el Tercer Reich y la colosal barbarie de la Segunda Guerra Mundial. Derrotados, Alemania y Japón tuvieron que reducir hasta los huesos sus ambiciones militares. Se convirtieron en democracias sólidas, estables, pacíficas. Ahora se habla de Zeitenwende, pero qué pueda significar semejante concepto es algo que todavía se escapa. Lo que sí enseña la historia es que los cambios pueden producirse de manera vertiginosa y que, precisamente por eso, no hay que olvidar que la paz es un objetivo irrenunciable.
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