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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fracaso y éxito de Oriente

Luz Gómez

El papel de Occidente en la descomposición de los imperios asiáticos tiene poca discusión, pero eso no justifica que se explique siempre desde Occidente, desde sus intereses o sus falsificaciones, y no desde Oriente. Pankaj Mishra, escritor indio conocido en España sobre todo por su novela Los románticos, da la vuelta al mapa y nos muestra en De las ruinas de los imperios una Europa que los orientales ven como periferia, a ratos tan ignota y exótica como la India en los libros europeos del siglo XIX. Lo novedoso en este ensayo no es que Mishra cambie el punto de vista desde el que se cuenta la historia, algo ya común entre los historiadores indios (Bipan Chandra, Aditya Mukherjee, Vijay Prashad), lo que sorprende es que se analiza cómo en el puente entre los siglos XIX y XX Europa se convirtió en una suerte de Oriente para los intelectuales asiáticos, que se afanaron por conocerla para así dominarla, o lo que es lo mismo, para no dejarse dominar por ella y “eliminar la tiranía mundial de las razas blancas”, en palabras del periodista japonés Tokutomi Soho (1863-1957).

Pankaj Mishra da la vuelta al mapa y nos muestra una Europa que los orientales ven como periferia, a ratos tan ignota y exótica como la India en los libros del siglo XIX

Pankaj Mishra se sirve de las biografías del iraní Jamal al Din al Afghani, el chino Liang Qichao y el indio Rabindranath Tagore como hilo conductor para trazar una historia intelectual de Asia en su conjunto. El nexo entre personalidades de tradiciones en apariencia dispares (persa, otomana, china, india) es la ruptura personal, y a la postre colectiva, con los ideales de la Ilustración en los que de un modo u otro todos creyeron y que, en expresión muy acertada de Mishra, acabaron sintiendo como una “tapadera moral para la imposición de unas jerarquías raciales injustas”.

Para Al Afghani, Liang y Tagore la solución a la postración social y el atraso económico de los imperios asiáticos en descomposición (a fin de cuentas, no otra cosa que un gran imperio eclipsado era la India británica) no podía venir de Occidente, sino que la fuerza y la dignidad habían de gestarse en la modernización de unas culturas milenarias que miraran de tú a tú a Europa, pero desde Oriente. Japón era el ejemplo, y su victoria sobre Rusia en el estrecho de Tsushima en 1905 dio alas a los intelectuales de Asia, que desde Manila o Estambul acudieron a Tokio y lo convirtieron en su capital intelectual. La rebatiña del Tratado de Versalles pronto acabó con esta ilusión.

Para Al Afghani, Liang y Tagore la solución a la postración social y el atraso económico de los imperios asiáticos en descomposición no podía venir de Occidente

Pankaj Mishra traza un gran fresco histórico a partir de los perfiles concretos de sus tres protagonistas. Pero el retrato de otros autores (el egipcio Muhammad Abduh, el chino Kang Youwei, el indio Muhammad Iqbal) completa esta historia intelectual en la que, sin imponer conclusiones, es más, casi tiene que deducirlo el lector, va cobrando fuerza su crítica a la confianza de todos ellos en la revolución desde arriba, en una suerte de despotismo ilustrado traidor a los presupuestos asiáticos originales.

De las ruinas de los imperios es la historia de un chantaje fracasado: el de la modernidad occidental. Y es así por dos factores que no acaba de desbrozar este fascinante libro. Primero, porque la derrota de los ideales de Al Afghani, Liang y Tagore obró como consecuencia la gran metamorfosis de Asia, protagonizada por el pueblo y personificada en nuevos héroes: Ghandi, Mao, Jomeini. De esta manera acabó Oriente triunfando sobre Occidente. Y segundo, porque como un día pensaron Al Afghani, Liang y Tagore, el islam, el confucianismo y el hinduismo están demostrando en el siglo XXI que son plenamente compatibles con la modernidad occidental, hasta el punto de que podrían fagotizarla y crear una nueva, esta vez sí oriental. Lo cual, por insólito que sea, tampoco es tan terrible como lo pinta Mishra. En todo caso, el problema no sería el capitalismo oriental sino el capitalismo mundial.

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