Diciembre de 1941: Alemania y Japón pierden la guerra
Es el momento que marcó el punto de inflexión de la contienda después del ataque de Pearl Harbor y el fracaso nazi en la URSS
Diciembre de 1941 fue el momento en que las potencias del Eje, la Alemania nazi y el Japón imperial, perdieron la II Guerra Mundial. Sin embargo, todavía quedaban cuatro años de batallas, los peores, durante los que alemanes y japoneses cometieron la mayoría de las atrocidades, incluyendo las cámaras de gas y el exterminio del pueblo judío. Tuvieron que ver cómo sus dos países eran borrados del mapa bajo los bombardeos aliados para rendirse. La guerra se acabó en Europa en mayo de 1945 y en Asia en agosto, tras la devastación atómica de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, algunos no tardaron en ver el principio del fin. El primer ministro británico, Winston Churchill, que recibió con enorme alivio el ataque contra la base estadounidense de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 ya que significaba la entrada en la guerra de EE UU, afirmó: "La suerte de Hitler está sellada. Y los japoneses serán reducidos a polvo".
La ofensiva contra Pearl Harbor, el puerto estadounidense en Hawái que este martes visita por primera vez el primer ministro japonés, Shinzo Abe, tenía como objetivo la destrucción de los portaviones estadounidenses y fue un fracaso. Tuvo lugar en el mismo momento en que las tropas nazis combatían desesperadamente a las puertas de Moscú, pero tampoco alcanzaron a conquistar la capital rusa, lo que condenó a su Ejército a una derrota segura a manos del general invierno ruso. La invasión alemana de la URSS empezó el 22 de junio de 1941 y el avance fue fulminante durante el verano. Sin embargo, las tropas de Hitler quedaron embarradas —literalmente— cuando empezaron las lluvias otoñales en las inmensas estepas.
Pearl Harbor también representó un gigantesco error de cálculo. Como relata en BBC History Magazine el investigador Nicholas Best, autor de Seven Days of Infamy: Pearl Harbor Across the World, el ataque se planificó un domingo por la mañana porque, normalmente, los portaviones estadounidenses se encontraban en puerto. Su importancia estratégica era mucho mayor que la de cualquier otro buque. Sin embargo, sólo cuando los aviones ya estaba en el aire y no podían dar marchas atrás se dieron cuenta de que los barcos habían zarpado. El almirante japonés Yamamoto no se unió a la celebración general tras la ofensiva por ese motivo.
El gran investigador británico Antony Beevor explica ese momento clave en La II Guerra Mundial (Pasado y Presente): "Muchos oficiales alemanes que estaban luchando en el frente del Este no sabían muy bien qué pensar cuando escucharon la noticia del ataque sobre Pearl Harbor. Los más lúcidos intuían que esta guerra mundial, con EE UU, el Imperio Británico y la URSS unidos en el mismo bando contra ellos, no se podía ganar. El rechazo en las puertas de Moscú combinado con la entrada en guerra de Estados Unidos convirtieron diciembre de 1941 en el punto de inflexión geopolítico de la guerra. Desde ese momento, Alemania pasa a ser incapaz de ganar la II Guerra Mundial, aunque mantiene un poder enorme para causar muerte y destrucción".
Max Hastings, otro gran experto en el conflicto, ofrece un punto de vista similar en Se desataron todos los infiernos. Historia de la Segunda Guerra Mundial (Crítica): "Con todo, aún habrían de transcurrir muchos meses para que los aliados advirtieran que habían cambiado las tornas. En 1942, el Eje aún logró triunfos espectaculares y, sin embargo, la realidad histórica crucial es que los altos funcionarios del Tercer Reich consideraron, ya en diciembre de 1941, que era imposible obtener la victoria militar al no haber logrado derrotar a la URSS. Aunque hubo quien se aferró a la esperanza de que Alemania negociase una paz aceptable, todos, incluido tal vez el mismísimo Hitler, en lo más recóndito de su conciencia, sabían que había pasado el momento decisivo".
Por un lado, la potencia industrial de EE UU puesta al servicio de los aliados era imbatible y permitió no sólo interminables reservas de armamento, sino también mantener las líneas de aprovisionamiento a través de las distancias siderales del Pacífico. Por otro, el desgaste en hombres y armas de los nazis en la URSS —como relata Hastings, sólo en la batalla de Moscú, que se desarrolló entre octubre de 1941 y enero de 1942, participaron "seis Ejércitos alemanes, 1,9 millones de combatientes, 14.000 cañones, un millar de carros de combate y 1.390 aviones"— hizo también que Alemania perdiese cualquier oportunidad de victoria.
Sin embargo, el punto de inflexión no quedó claro hasta por lo menos un año más tarde, cuando tanto los japoneses en el Pacífico como los alemanes en Rusia y el norte de África comenzaron a sufrir claras derrotas. Sólo con la rendición nazi en Stalingrado, en febrero de 1943, los aliados supieron que habían ganado la guerra, aunque lo más difícil quedaba por delante: echar a japoneses y alemanes de los países que habían ocupado y luego derrotarlos en su territorio. Millones de personas sufrirían y morirían todavía bajo el horror totalitario. Fueron, además, los años cruciales del Holocausto: solamente en Auschwitz, entre julio de 1942 y octubre de 1943, 750.000 seres humanos fueron asesinados. La guerra tal vez había terminado, la muerte no había hecho más que empezar.
Hollywood neutral
Tanto la invasión de la URSS como Pearl Harbor fueron ataques a traición: Stalin y Hitler habían firmado un pacto, mientras que EE UU se había mantenido celosamente neutral. Nada refleja con tanta precisión esa voluntad de mantenerse fuera del conflicto como Hollywood, cuyas producciones se estrenaban —con éxito— en los países del Eje. Nicholas Best relata que, justo cuando se produjo el ataque japonés, se estaba rodando La señora Miniver, una historia ambientada en Inglaterra durante los bombardeos nazis dirigida por William Wyler.
El tono del filme cambió completamente y se transformó el guion, que pasó de ser una historia principalmente romántica a convertirse en una película de propaganda bélica. Fue en ese momento cuando se añadió el famoso discurso del vicario rural: "No es la guerra de los soldados en uniforme, es la guerra de la gente y no debe ser combatida sólo en los campos de batalla, sino en las ciudades y los pueblos, las factorías y las granjas, en el corazón de cada mujer, hombre, niño que ame la libertad". La voluntad absoluta y el sacrificio de millones de personas fueron decisivos para derrotar a los totalitarismos. Sin embargo, lo cierto es que en diciembre de 1941 la locura belicista de dos países que quisieron construir imperios milenarios los llevó a derrotarse a sí mismos en medio de un baño de sangre como no ha vuelto a conocer la historia.
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