El iliberal imperio chino
La única condición que favorecería la democracia en Hong Kong y Taiwán es la independencia. Pero cualquier reivindicación política en ese sentido se encontrará con más violencia y represión
Desde que la dinastía Qin incorporó la región de Hong Kong a China en el año 214 antes de Cristo, la ciudad ha sido una posesión imperial. Durante la mayor parte de su historia, fue una mancha remota e insignificante en el mapa de sucesivos imperios chinos. Hasta que, en 1842, el imperio británico se la arrebató al emperador manchú Qing. Luego, en 1997, el territorio se convirtió en Región Autónoma Especial del imperio informal chino gobernado por el Partido Comunista.
Taiwán también tiene una larga historia imperial; perteneció en distintas épocas a varios emperadores chinos, a Holanda y España en el siglo XVII, a Japón entre 1895 y 1945 y, desde ese año, a los nacionalistas chinos exiliados que afirmaban ser los gobernantes legítimos de China. Desde 1987, Taiwán es una república democrática y un Estado independiente, aunque el Gobierno chino insiste en que le pertenece, igual que todas las demás antiguas posesiones de la dinastía Qing, como Tíbet y Mongolia Interior.
Los imperios, a pesar de su mala fama, no siempre son las peores estructuras políticas. Pueden ser más liberales que los Estados nación. Por ejemplo, bajo los emperadores Qing, Tíbet vivía bastante en paz. Las minorías tenían vidas más pacíficas con los emperadores otomanos y austrohúngaros que en los Estados nación que los sucedieron. El pueblo de Hong Kong gozaba de más libertades civiles con el régimen colonial británico que bajo el control de Pekín. El imperio informal chino es todo menos liberal.
Los Estados nación que surgieron de la descomposición de los imperios también eran a veces autoritarios, especialmente cuando la pertenencia nacional se basaba en el linaje y no en leyes que garantizasen la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. El nacionalismo chino, que a menudo se ha levantado contra dinastías extranjeras (los mongoles o los manchúes), siempre ha sido dado al chauvinismo étnico. Aunque, desde la revolución de 1911 contra el imperio, se empezó a reconocer la ciudadanía china de varias minorías, la verdadera identidad china ha estado frecuentemente mezclada con la pertenencia a la mayoría han.
Pero los Estados nación también han sido la base de la democracia liberal. Algunos incluso afirman que la democracia solo puede existir dentro del Estado nación, un argumento que se ha utilizado para oponerse a la Unión Europea. En cualquier caso, tanto Taiwán, que es una democracia funcional, como Hong Kong, que aspira a serlo, son ejemplos de lugares en los que el nacionalismo forma parte de la lucha para liberarse de un Gobierno imperial iliberal.
El nacionalismo tiene una historia complicada en ambos territorios. En Hong Kong, hasta épocas recientes, no existía un verdadero nacionalismo. La mayoría de sus ciudadanos eran refugiados de regímenes represivos dominantes en China. El poder colonial británico ofrecía libertad de expresión, un sistema legal relativamente justo e independiente y la posibilidad de alcanzar la prosperidad económica, pero no una identidad nacional. Casi todos los ciudadanos de Hong Kong se identificaban como chinos, aunque se opusieran al Gobierno comunista. Aplaudían a los deportistas chinos en los Juegos Olímpicos, aunque todos los años, el 4 de junio, recordasen oficialmente a las víctimas de la matanza de Tiananmen.
Después de la entrega de Hong Kong por parte de los británicos a China en 1997, las cosas empezaron a cambiar. Frente a la presión comunista para recortar sus libertades civiles, los jóvenes, que nunca habían conocido otro hogar, empezaron a identificarse con su Hong Kong natal, como si fuera una nación separada. Si bien la Región Autónoma Especial de Hong Kong forma parte de China, la lucha para proteger las libertades civiles y ampliar los derechos democráticos se ha convertido en una forma de nacionalismo. Varios activistas jóvenes de la ciudad me han dicho que no se sienten chinos y no quieren ser nunca ciudadanos de la República Popular. Combaten por Hong Kong.
Los taiwaneses, después de ser súbditos del emperador japonés durante medio siglo, a partir de 1945 se vieron obligados a ser nacionalistas chinos, en oposición a los comunistas del continente. A los niños no se les enseñaba historia de Taiwán, sino historia de China. El régimen nacionalista autoritario de Chiang Kai-shek soñaba con volver un día a China. Sus partidarios solo estaban de acuerdo con sus enemigos comunistas en una cosa: que Taiwán era una provincia de China.
Los que se oponían a la dictadura nacionalista de Taiwán no lo hacían solo porque deseaban las libertades políticas, sino también porque se sentían taiwaneses. A diferencia de los seguidores de Chiang, que en su mayoría llegaron de la China continental a finales de los años cuarenta del siglo pasado, los antepasados de los taiwaneses “nativos” se establecieron allí hace muchos siglos. La retórica y la literatura política de la oposición taiwanesa en los años setenta y ochenta eran muy nacionalistas, con un énfasis romántico en los lazos de la sangre y la tierra.
Este tipo de nacionalismo étnico, tan extendido frente a la opresión nacionalista, ha dejado paso hoy a un sentido más relajado de la identidad nacional. Incluso la mayoría de los votantes del Partido Nacionalista, nativos taiwaneses de pura cepa, se identifican principalmente como tales. Las personas que se declaran exclusivamente chinas y siguen albergando sueños de regresar a la madre patria ancestral son muy pocas y, en general, muy mayores.
A todos los efectos, Taiwán es un Estado independiente. Hong Kong no lo es, pero quiere comportarse como si lo fuera, y China no está dispuesta a aceptarlo. En mayo, un importante general chino amenazó con que, si Taiwán se independizara formalmente, China atacaría militarmente la isla. Y la nueva ley de seguridad que se va a imponer en Hong Kong ahogará la libertad de expresión, al prohibir la “subversión”, que puede interpretarse como cualquier tipo de disidencia no deseada.
Estas amenazas y estas medidas legales presionarán a la democracia taiwanesa e impedirán que Hong Kong adquiera la suya. La única condición que permitiría prosperar la democracia en ambos casos sería la independencia. Pero cualquier reivindicación en ese sentido se encontrará con más violencia y represión. Por consiguiente, lo máximo a lo que podemos aspirar es que China se convierta en un imperio liberal. Se dice que los chinos tienen una perspectiva larga de la historia. Dadas las circunstancias actuales, esa es su única opción.
Ian Buruma es historiador y escritor.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.