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Columna
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Sus erecciones, nuestras palizas

El control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo

Mujeres musulmanas cruzan la calle en el exterior de la Gran Mezquita de París, en una foto de archivo.
Mujeres musulmanas cruzan la calle en el exterior de la Gran Mezquita de París, en una foto de archivo.Frédéric Soltan (EL PAÍS)
Najat El Hachmi

Dos casos de agresiones a adolescentes sacuden estos días la opinión pública en Francia. Una se ha saldado con la desgraciada muerte de un chico de 15 años después de que desobedeciera la orden de otro joven de no hablar con su hermana. La otra víctima es Samara, una alumna de un centro de Montpellier, que ha salido del coma al que la llevaron tres menores que le propinaron una brutal paliza. Según su madre y su abuela, el motivo habría sido que la niña se vestía “a la europea”.

No sabemos muy bien lo que esto significa, siendo tan diversos en su indumentaria los habitantes de esta parte del planeta, pero no cuesta imaginar en qué consiste, para los fanáticos, ataviarse como una buena musulmana: no llevar ni maquillaje ni el pelo suelto, ni ropa ajustada y no mostrar ni un solo centímetro de piel. Que estemos en Ramadán no hace más que exacerbar los ánimos. Si el resto del año no hay quien aguante a los intolerantes, ni les cuento cómo son cuando pasan hambre y sed. Que es un mes de recogimiento y reflexión, paz y armonía no es más que un cuento de hadas. Antes, para cumplir con este pilar fundamental del islam bastaba con no meterse nada en el cuerpo durante el día: ni comida, ni agua, ni lo otro, pero los islamistas se han sacado de la manga miles de prohibiciones más, muchas pensadas ad hoc para las mujeres, a quienes se pide que hagan todo lo posible por no llamar la atención de los hombres. ¿Y eso por qué? Pues porque según muchos sabios obsesionados con el sexo, si a uno se le empina el miembro en plena jornada de “recogimiento y paz” y acaba eyaculando, habrá perdido el día de ayuno.

El buen musulmán hace sus esfuerzos para no caer en la tentación hasta que “no se pueda distinguir un hilo blanco de uno negro” pero, claro, si todas las mozas se le ponen delante con brazos desnudos, melenas al viento y camisetas ajustadas, la tarea se le complica. La solución sería que se metiera en su casa, pero ¿cómo va a ser eso de que nosotras podamos ir libremente por la calle y ellos estén encerrados? Les resulta más lógico pedir a las niñas que se tapen y no vayan provocando. No sé si esta es la razón por la que casi matan a Samara, pero el control sobre las chicas musulmanas en los barrios en los que el islam es mayoritario es constante y efectivo, y supone cercarlas y convertirlas en coto vedado en el corazón de la Europa libre. Y no solo en Francia, también muchas musulmanas españolas viven con la misma vigilancia fanática y misógina. Puro odio a nuestra libertad.

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