La realidad por sorpresa
En los grandes libros se percibe, más allá de la trama, una huella invisible, un espesor constituido por el pasado de quien escribe, por lo pensado y lo vivido
Hay una frase del escritor argentino Fabián Casas: “La técnica que sirve para vivir, sirve para escribir”. Él se refiere a la técnica del karate, una disciplina que practica. Pienso en la inteligencia artificial como máquina creadora. En los grandes libros se percibe, más allá de la trama, una huella invisible, un espesor constituido por el pasado de quien escribe, por lo pensado y lo vivido. Me pregunto si la IA, que trabaja en puro presente, podría construir ese espesor. Leo una obra reciente del psicoanalista argentino José Luis Juresa que ronda una pregunta difícil: “¿Cuál es la razón por la que la fe en las palabras resulta ser eficaz para aliviar el padecimiento?”. En este libro escribe que un analista “escucha a nivel de la infancia y no se distrae en correcciones actitudinales, como si fuera un educador que posee la vara de la adultez. No hay consuelo para el deseo”; y que “Si el corazón es literalmente el corazón, sobreviene el infarto; en cambio, si el corazón es un vacío en el que se alojan corazones rotos, sentimientos desbordados, alegrías, tristezas, nostalgias y dolores, lo que sobreviene es la vida. Hay que vaciar de “órgano” al corazón para que allí sobrevenga la vida. Eso es un análisis”. El libro se titula La realidad por sorpresa (Paidós, 2024) y en él se siente ese espesor del que hablaba al principio: la prosa se acompasa al ritmo de un pensamiento que, después de haber asimilado un saber complejo durante años, elige rumiar. Avanza pero piensa mejor, vuelve a decir, depone la certidumbre, construye metáforas extraordinarias para alcanzar expresiones más plenas, coloca al analista en el lugar de un gran lector y no en el de quien detenta el poder de saberlo todo. Sus 234 páginas son el gesto emocionante de alguien que no sólo sabe sino que va más allá: sabe no saber. Solamente el autor conoce su técnica ―el karate de su vida― pero en este caso parece estar hecha, en gran parte, de profunda humanidad. De un espesor que no da la máquina.
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