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COLUMNA
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La política-ficción de González Pons

En el mundo paralelo en el que vive el dirigente del PP es su partido quien determina qué se cumple y qué dice o deja de decir la Constitución

Esteban González Pons, con el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, el miércoles a su llegada al congreso del Partido Popular Europeo en Bucarest.
Esteban González Pons, con el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, el miércoles a su llegada al congreso del Partido Popular Europeo en Bucarest.ROBERT GHEMENT (EFE)
Jordi Gracia

A González Pons le gusta tanto la ficción que ha llegado a escribir dos novelas, una con el título definitivo de El escaño de Satanás, y no lo hace mal, o al menos no lo hace mal del todo: sarcasmo, comicidad, su poco de sexo y misterio, algo de turbiedad y una multitud de claves a veces muy obvias. La ficción es una forma del conocimiento plenamente legítima, pero solo tiene un problema: es contagiosa, peligrosamente contagiosa. Lo de veras chocante es que González Pons haya llegado a subsumir su personalidad de político en la del novelista. Eso sí es más raro, y hasta peligrosamente irresponsable. Incluso un novelista cínico puede ser gran novelista: González Pons es solo un mediocre novelista, pero es eximio político, y ahí es donde se le ha colado la ficción, y se le ha colado en forma de mentira objetiva. Cuando habla con la entonación solemne de quien traslada a la ciudadanía la verdad de las tablas de la ley a unos se les pone la piel de gallina de la emoción y a otros no, incluso si está en Bucarest (Rumania), tierra de ficciones fecundas y a menudo negras y hasta sanguinarias.

La novela de medio minuto de González Pons ante las cámaras ha sido brillantemente embustera: la causa por la que el PP no accederá a renovar tampoco ahora el CGPJ es la pertinaz sequía que asola a nuestro país bajo el nombre de Pedro Sánchez y su atrevimiento por pactar una ley de amnistía con dos partidos independentistas. ¿Adónde iría a parar el Estado de derecho si un partido de Estado que no ha obtenido una mayoría suficiente para gobernar aceptase por las buenas, como si nada, por la ley de las mayorías parlamentarias, por respeto a las instituciones democráticas, que el mandato de la Constitución le exige renovar un Consejo General del Poder Judicial caducado hace cinco años? ¿No lo ven? ¿Cómo va a acceder el PP a cumplir con su obligación constitucional si mientras tanto gobiernan las izquierdas en una coalición que hace y deshace las leyes que le da la gana y le permiten los votos de los diputados en el Congreso?

El PP torea a la Constitución incluso en plaza europea, y al comisario Reynders igual se le queda cara de estupefacción mezclada de incredulidad al saber que la mesa que el propio PP exigió para mediar con el Gobierno la renovación del gobierno de los jueces acaba de saltar por los aires. Ya es verdaderamente intolerable que de acuerdo con la Constitución y las mayorías parlamentarias Pedro Sánchez esté gobernando. Pero que encima el PP tenga que perder el control del órgano de gobierno de los jueces solo porque lo diga la Constitución bordea lo satánico (nunca mejor dicho, a la vista de las ficciones de González Pons). ¿Eso lo van a perder también, después del maldito resultado del 23-J? ¿A alguien le entra en la cabeza que el PP pueda a la vez no gobernar y permitir que se cumpla la Constitución que ha incumplido reiteradamente desde hace más de cinco años? O una cosa o la otra, por favor: o gobierna el PP o cumple la Constitución, pero las dos cosas a la vez no pueden ser.

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No es fácil de argumentar, pero si se explica bien lo entiende cualquiera. En el mundo de la ficción paralela en el que vive González Pons es el PP quien determina lo que se cumple y no se cumple, y qué dice o deja de decir la Constitución porque ese es el reino libérrimo del novelista. La ficción que tiene en marcha González Pons en relación con el CGPJ esta vez ni Reynders va a poder comprarla como no sea ingresando a toda mecha en el orden de la ficción política y el cinismo militante.


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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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