El penúltimo democristiano
Eugenio Nasarre entendió la política como ideas y negociación y no como poder y poltronas
El Movimiento Europeo español homenajea hoy en el Congreso a un personaje clave: Eugenio Nasarre destacó como europeísta. Presidió el Consejo Federal del movimiento, con el profesor Francisco (Patxi) Aldecoa de vice, de 2012 a 2108; y luego como su segundo, hasta su reciente y súbita despedida final. El decenio transversal de ambos está siendo feraz: actos, seminarios, propuestas de reformas y edición de una treintena de libros colectivos.
Su pasión por Europa era indesligable de su militancia demócrata-cristiana. Con pasión adulta se retrató en una visita a Roma abrazado a una estatua de Alcide De Gasperi, creador de la DC italiana tras cuatro años en las cárceles del fascio, ocho veces primer ministro de su República y uno de los “fundadores” de la Europa comunitaria.
El interés extraordinario del personaje consiste en su papel como penúltimo dirigente e intelectual de la DC española. Joven rebelde, se afilió a Izquierda Democrática, con Joaquín Ruiz-Giménez, el ministro de Educación desertor del franquismo. Se forjó como secretario de Cuadernos para el Diálogo. Con Marcelino Oreja, Íñigo Cavero y otros del grupo Tácito, desembocó en la UCD de Adolfo Suárez. Y tras su implosión, en el Partido Popular que fundó un Manuel Fraga reconvertido desde la caverna franquista, y fracasó siempre. Hasta imponerse bajo la férula de José María Aznar.
Desde 1982 Nasarre desempeñó altos cargos (como diputado y en RTVE, Asuntos Religiosos, Cultura, Presidencia del Gobierno…) siempre desde un perfil de reflexión ideológica moderado, heredado de Jacques Maritain y en parte de Emmanuel Mounier. Y dialogante, también con el periodismo más crítico. Autor de varios libros, sus valores democráticos e intelectuales subrayan el drama que le supuso a la DC la ausencia de un líder de masas carismático.
A saber: la influencia en ideas de esta corriente (la más sólida de la derecha) en las sucesivas formaciones conservadoras ha sido inferior a su peso orgánico: apenas Landelino Lavilla y Oreja ostentaron puestos rutilantes. Así, su influencia capital ha estribado al cabo en refrenar los impulsos de dirigentes adoradores del becerro de oro de la autoridad.
Ojalá, para la derecha y para sus adversarios, que Eugenio sea efectivamente el penúltimo democristiano, y los siguientes rescaten la plena vigencia de una política de ideas, proyectos y negociación, más que de poder, oportunidad y poltronas.
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