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Columna
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Cuando nuestra burbuja explote

Resulta preocupante que hoy la izquierda, con tanta faena por hacer en un mundo cada día más amenazante, pierda tanto tiempo en reprimendas estúpidas afeando en las redes conductas a personas que, en muchos casos, se encuentran muy cerca de sus postulados

Naomi Klein
La escritora Naomi Klein.Grant Harder
Elvira Lindo

“Si cada español hablase de lo que entiende, y nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio”. La frase, bien conocida, es de Manuel Azaña y la pronunciaba un siglo antes de que las grandes plataformas nos hubieran concedido la tramposa libertad de poder mostrar a diario opiniones innecesarias e indocumentadas a la vista de cualquiera, orgullosamente, sin pudor y con afán de exhibición, porque yo lo valgo y porque se van a cagar, porque hoy toca unirse a un linchamiento y no quiero quedarme sin lanzar esta piedra que rematará al que ya anda moribundo. Concluyendo, todo lo contrario de lo que pregonaba el viejo republicano. Al nuevo modelo de negocio le conviene el ruido y está borrando de nuestro vocabulario los conceptos de prudencia, reparo, compasión. Si se da el caso de que a alguien se le descubre en un renuncio, en una metedura de pata, o aún más, en un delito, cómo no sumarse a la gran fiesta de la crueldad, porque la crueldad, de eso nos hemos olvidado, no se ejerce solo cuando se ataca a un inocente, crueldad es también el ensañamiento innecesario con el culpable. Si existe la justicia, por imperfecta que esta sea, es porque necesitamos un mediador que nos evite la venganza personal o colectiva. Pero hoy, gracias al gran Dios de las redes, asistimos a un juicio permanente, situados siempre en los asientos del jurado y temiendo en secreto vernos algún día en el lugar del reo. Olvidada queda aquella vieja progresía que detestaba a los que levantaban los brazos delante de los juzgados, a esas personas tan carentes de emociones en sus vidas que se cargaban de adrenalina yendo a escupir y a insultar a los detenidos mucho antes de que se produjera el juicio. Aquellas ideas de convivencia que promulgaban la atemperación de las emociones se han quedado caducas y ahora no hay penas de cárcel que nos satisfagan, no hay insulto que esté a la altura de nuestra ira ni metedura de pata a la que no queramos hincarle el diente.

Siempre tuvo la derecha un afán represor y reprendedor, y para ello contaba con las iglesias de turno, que hacían el trabajo sucio de colarse en las vidas íntimas castigando pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. Pero resulta preocupante que hoy la izquierda, con tanta faena por hacer en un mundo cada día más amenazante, pierda tanto tiempo en reprimendas estúpidas afeando conductas a personas que, en muchos casos, se encuentran muy cerca de sus postulados, aunque de pronto hayan tenido un renuncio y se hayan desviado de la plantilla que marca el manual de las buenas opiniones. Es un pecado antiguo de la izquierda: arremeter con virulencia contra el camarada que opina por libre, salir de inmediato en defensa de una supuesta virtud. No hace falta ser pesimista para advertir que el panorama que se nos avecina, flanqueados por Putin al este y es posible que por Trump al oeste, con una coincidencia pavorosa de hombres sin escrúpulos en cada punto estratégico del mapa, nos obliga a tener una gran entereza de ánimo. En este momento el engolfamiento en debates estériles es un claro reflejo de que estamos dispuestos a apurar hasta el último trago de nuestro privilegio. Ante esta tozuda ceguera, la pensadora Naomi Klein reflexionaba sobre el viraje juvenil a la derecha, al hilo de su último libro Doppelganger, en el que escribe, entre otras cosas, de esta izquierda paralizada ante la fuerza arrolladora de un mundo virtual que transmuta personalidades: “Tiene que ver con la pasión censora de la izquierda, con esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliegan cuando alguien se pasa de la raya. Ojalá pensáramos más en cómo engordar nuestras filas que en cómo depurarlas”. Ocurre que perdidos en un momento de autocomplacencia, seguiremos flotando en la pequeña burbuja que nos aísla del mundo, hasta que de pronto explote y nos quedemos flotando en el vacío.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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