_
_
_
_
TRIBUNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mi amigo Navalni

Alexéi, Boris Nemtsov y yo consagramos nuestras vidas para que Rusia sea un país libre y feliz. Hoy ambos están muertos y siento un negro vacío, pero seguiré luchando contra la tiranía

Alexei Navalny
Alexéi Navalni, en Moscú en 2017. Oleg Nikishin (Epsilon/Getty)

Las noticias llegan lentamente al barracón de un campo penitenciario, y de la muerte de Alexéi Navalni solo me enteré ayer.

Cuesta transmitir mi conmoción. Cuesta ordenar tus ideas. El dolor y el horror resultan insoportables.

De todos modos no me quedaré callado. Diré lo que creo importante.

Yo no me planteo la pregunta de qué es lo que ha pasado con Navalni. No tengo ninguna duda de que lo han matado. Alexéi se ha pasado tres años bajo el control de las fuerzas de seguridad, que ya en 2020 le organizaron un atentado que fracasó. Hoy han llevado la operación hasta el final.

Yo no me planteo la pregunta de quién lo ha matado. No tengo duda alguna de que es Putin. Putin es un criminal de guerra. Navalni era su opositor clave en Rusia y era odiado en el Kremlin. Putin tenía el motivo y la oportunidad. Y estoy convencido de que él fue quien mandó matarlo.

Comprendo que la propaganda oficial se pondrá a manipular a la opinión pública. Dirán que la muerte de Navalni no beneficia al presidente, que matar a Navalni a un mes de las elecciones no es lógico, que Putin está centrado en la política global y no tiene tiempo para pensar en no sé qué preso... Es una completa estupidez, y ya se la pueden borrar al instante de la cabeza. Después del envenenamiento de Navalni en 2020, la propaganda defendía a Putin con el argumento de que “si hubiera querido matarlo, lo habría hecho”. Y es la pura verdad. Lo quiso y lo mató. Y no solo lo mató, sino que lo mató de modo demostrativo. Especialmente, poco antes de las elecciones, para que de hecho nadie dude de la participación de Putin. Del mismo modo manifiesto mató a Prigozhin: de manera que nadie dudara de ello.

Tal como entiende las cosas Putin, justamente es así como se consolida el poder: con asesinatos, crueldad y una venganza ejemplar. No es este el pensamiento de un hombre de Estado. Es la manera de pensar del capo de una banda. De modo que reconozcamos honestamente que Putin es el capitoste de una estructura mafiosa que se ha fundido con nuestro Estado. Un ser privado de toda restricción moral o legal. Un ser que somete a su pueblo al terror, y a aquellos que no lo temen los encierra o los elimina.

Por eso murió tiroteado Boris Nemtsov. Por eso han matado a Alexéi Navalni. Durante tres años, en las colonias penitenciarias lo han torturado en las celdas de castigo y lo han castigado para que Alexéi pidiera piedad. No lo han conseguido y por eso le han quitado la vida.

El enfrentamiento entre Navalni y Putin ha mostrado la dimensión de ambas personalidades. Alexéi queda para la historia como un hombre de una valentía incomparable, un hombre que siguió adelante en nombre de aquello en lo que creía. Y marchó con una sonrisa y con la cabeza orgullosamente bien alta. Y murió como un héroe.

Putin, en cambio, quedará como un hombrecillo que recibió casualmente en sus manos un poder enorme. Un personaje que se esconde en un búnker, que mata a la chita callando y convierte en rehenes de sus complejos a millones de personas.

Pero yo no le deseo la muerte a Putin. Ansío que responda de sus crímenes, y no solo ante el juez divino sino ante el terrenal.

Alexéi Navalni era mi amigo. Como lo fue Boris Nemtsov. Trabajamos para una misma causa y consagramos nuestras vidas para que Rusia sea un país pacífico, libre y feliz. Hoy mis dos amigos están muertos. Y siento en mi fuero interno un negro vacío. Y, claro está, soy consciente de mis propios riesgos. Estoy tras las rejas, mi vida está en manos de Putin y se halla en peligro. Pero seguiré dando la vara con mi línea.

Hallándome ante el cuerpo de Boris en febrero de 2015, me juré no tener miedo, no rendirme y no huir. Pasados nueve años, llorando el asesinato de Navalni, no puedo más que repetir mi juramento: mientras en mi pecho siga latiendo el corazón seguiré luchando contra la tiranía. Mientras viva no temeré al mal. Mientras respire, estaré junto a mi pueblo. Lo juro.

Alexéi duerme en paz.

Yulia [la viuda], Liudmila Ivánovna y Anatoli Ivánovich [los padres], Oleg, Dasha y Zajar [los hijos]: ¡coraje! Estoy con vosotros.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_