Los huérfanos de Navalni
La sospechosa muerte del disidente ruso en una cárcel del Ártico deja a la oposición al régimen de Putin sin su mayor símbolo
La muerte en prisión del líder opositor ruso Alexéi Navalni, cuyas circunstancias están obligadas a esclarecer las autoridades, arroja una nueva sombra sobre el régimen de Vladímir Putin, que se caracteriza por el sistemático encarcelamiento, exilio o muerte en extrañas circunstancias de cualquier figura que pueda constituir una amenaza para su autoridad. El nombre de Navalni es el último, hasta el momento, de una ya demasiado larga lista de políticos, empresarios y periodistas calumniados, perseguidos, encarcelados y muertos después de cuestionar el autoritarismo del eterno inquilino de Kremlin. El anuncio del fallecimiento del líder de Coalición Democrática en el penal conocido como Lobo Polar, en el Ártico, al que fue trasladado en secreto en diciembre pasado, coincide con el comienzo de la campaña electoral para las elecciones presidenciales, que se celebrarán entre el 15 y el 17 de marzo y a las que Putin se presenta sin oposición.
No es exagerado afirmar que hasta su muerte —oficialmente tras sentirse mal después de un paseo— Navalni era el líder opositor más popular de Rusia, especialmente entre la juventud, porque desde 2011 basó su carrera en una demoledora crítica contra la corrupción del régimen en la que mezclaba la mordacidad, la veracidad de la denuncias y un imaginativo y eficaz empleo de las nuevas tecnologías. Sus vídeos en YouTube contaban sistemáticamente con decenas de millones de visitas y sus documentales, de cuidada producción, llegaron a ser emitidos por grandes cadenas occidentales. Entre ellos destaca uno de dos horas de duración que revela la existencia de un lujoso palacio personal de Putin, valorado en más de 1.200 millones de euros, a orillas del Mar Negro. Ni siquiera desde prisión —lógicamente a través de su equipo— cesó en su actividad en las redes sociales.
El Kremlin lo consideraba una de sus mayores amenazas y empleó contra él todo tipo de argucias incluyendo, presuntamente, el envenenamiento en 2020 con Novichok —un arma química militar de cuarta generación—, del que salió vivo solo gracias a la presión internacional, que forzó su traslado desde Rusia a un hospital en Alemania. Su procesamiento en Moscú, tras regresar voluntariamente a su país en 2021, constituye un infamante catálogo de irregularidades judiciales. Nunca recobró la libertad.
La desaparición del líder opositor ruso ha levantado una ola de indignación en Occidente. Esta vez, además, las declaraciones de condena se han ahorrado los paños calientes utilizados anteriormente en circunstancias similares, en buena medida porque la invasión de Ucrania —de la que se cumplen dos años el próximo sábado— ha endurecido el tono crítico con Moscú. Desde la vicepresidente de EE UU, Kamala Harrys —quien ha hablado de la “brutalidad de Putin”— hasta la Unión Europea —que ha responsabilizado a Rusia de la muerte de Navalni—, ha habido una práctica unanimidad en apuntar al mandatario ruso como responsable del fallecimiento del activista encarcelado. Nada parece afectar a un Vladímir Putin envalentonado —este martes publicó una delirante orden de detención contra la primera ministra de un país soberano, la estonia Kaja Kallas—, pero cualquier gesto es útil para apoyar a millones de ciudadanos rusos que ayer perdieron un referente, que desde hace décadas sufren una drástica limitación de sus libertades y el sometimiento a un régimen implacable con sus rivales políticos y a los que ayer mismo se les prohibió salir a la calle a recordar a Alexéi Navalni.
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