Terror feminista
Envejecer en un oficio creyéndose imprescindible es humano. Pero se puede hacer con elegancia o llorando por las esquinas con que todos desafinan menos tú, y deplorando la alta cantidad y la baja calidad de tus colegas mujeres
Envejecer en un oficio en el que para brillar se precisa de la aceptación del público no es sencillo. Lo sé porque lo vivo. Creerte, con razón o sin ella, en plenas facultades, y ver cómo te pisan los callos y te comen el terreno jóvenes promesas que criaste a tus pechos, e incluso otras que vinieron de fuera y podrían ser tus nietos, mientras constatas que ni tu energía ni tu influencia son las que eran, no es plato de gusto. Es humano revolverse. Pensar que tú eres distinto. Único, singular, imprescindible. Que hiciste y haces las cosas antes y mejor que esos advenedizos que no te llegan ni a las suelas. Puede, incluso, que sea cierto. Da igual. Toca asumirlo, seguir haciéndolo lo mejor que sepas y vivir con el hecho de que hay otras voces, incluso otras primas donnas, en el coro que antes dominabas. Se puede hacer con elegancia, afinando tu instrumento en la discrepancia. O cogiéndote una pataleta y llorando por las esquinas con que todos desafinan menos tú, y lo que pasa es que el jefe te tiene manía. Obsérvese que no hablo de hombres ni mujeres, sino de vacas sagradas del oficio, independientemente de su sexo. Pero, visto lo visto y oído lo oído, parece que a ciertos toros bravos les escuece el doble si quienes constriñen su hegemonía en la dehesa son hembras.
Según la última encuesta del CIS, el 44% de los hombres cree que los avances feministas han llegado demasiado lejos y ahora los discriminados son ellos. Me sorprendió lo justo. En la última semana, Fernando Savater y Félix de Azúa, veteranos e ilustrísimos columnistas de este diario, han causado baja y han deplorado en otras cabeceras la alta cantidad y la baja calidad de las señoras periodistas de esta casa. Hablan de mediocre “invasión femenina” y de “terror feminista” en una Redacción que hace lustros que no pisan. Están en su derecho. Lo de la mediocridad va en gustos, y quizá prefieran a colegas que no les molesten, que les rían las gracias, que protesten, pero bajito. Con su puntito feminista y canalla, vale, pero dentro de un orden, y, sobre todo, sin tocarles a ellos sus atributos ni rebatirles sus tribunas. Lo del terror puedo entenderlo. El mundo ya no es ni será como era, y algunos, o no se han enterado, o, peor aún, para quien aspira a interpretarlo, no quieren enterarse. Qué pena.
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