Sequía dramática en Cataluña
Es necesario tomar conciencia de que la falta de agua es un problema sistémico y adaptar los hábitos de consumo a la situación de escasez
Las reservas de agua de las cuencas internas de Cataluña que gestiona directamente la Generalitat, y de cuyo abastecimiento depende el 90% de la población, apenas alcanzaban el jueves pasado 118 hectómetros cúbicos de los 700 que pueden albergar los diferentes pantanos. Cataluña está muy cerca de alcanzar el límite fatídico de los 112 hectómetros cúbicos, el 16% de la capacidad total de reservas, que lleva a la declaración de emergencia y obliga a restricciones mucho más severas de las que ya están en vigor. En las cuencas externas, que dependen fundamentalmente de la Confederación Hidrográfica del Ebro, la situación es también grave, pero no tan dramática y en este caso la principal amenaza es para la agricultura, pues el 90% de la demanda es para riego.
La sequía que desde hace tres años afecta a Cataluña tiene un componente más devastador que en otras etapas de escasa pluviometría porque se han combinado periodos largos de hasta varios meses sin lluvia con las temperaturas más altas y prolongadas desde que se tienen registros. Todo esto ha dejado los acuíferos secos, de manera que, aunque ahora lloviera a raudales, tardaría un tiempo para que estos se llenaran y el agua volviera a circular en la cantidad necesaria. La falta de nieve completa el pésimo escenario.
A esta situación se ha llegado por falta de previsión del Gobierno autónomo, pese a que hace tiempo los expertos advierten de que el estrés hídrico provocado por el cambio climático tiene carácter estructural y se tienen que tomar medidas a largo plazo. El Gobierno de Pere Aragonès trata de socializar el problema instando un pacto por el agua entre los agentes políticos, pero la minoría en la que gobierna lo hace especialmente débil. Se han anunciado inversiones por valor de 2.400 millones de euros hasta 2027 para ampliar una de las dos plantas desalinizadoras que ahora existen y construir una nueva, y aumentar la capacidad de reutilización construyendo nuevas plantas regeneradoras. Dado el elevado coste energético de la desalinización, el reto es mejorar el aprovechamiento de las aguas depuradas.
Pero construir esas infraestructuras requiere tiempo. Mientras tanto, administraciones y ciudadanos deben tomar conciencia de que la falta de agua no es un fenómeno puntual, sino sistémico y adaptar los hábitos de consumo a la situación de escasez. En las últimas semanas, se ha barajado la posibilidad de un trasvase de agua desde Tarragona al área de Barcelona, lo que ha suscitado ya una notable tensión en las comarcas del Ebro. Urge adaptarse a la nueva situación y aprender a gestionar de manera justa y dialogada la situación de emergencia y los agravios entre sectores económicos que se van a suscitar. No se trata de satisfacer las necesidades de unos a costa de otros, sino de optimizar los recursos hídricos disponibles. Pero en el terreno del ahorro, todavía queda mucho camino por recorrer.
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