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Cataluña afronta el dilema de cómo abastecer la gran Barcelona con agua del Ebro

La fuerte contestación social que han generado las iniciativas para buscar abastecimiento en el tramo final del río obliga a la Generalitat a hacer equilibrios para presentar soluciones a la sequía

Marc Rovira
El embalse de Llosa de Cavall, en Sant Llorenc de Morunys, en Lleida, al 20% de su capacidad.
El embalse de Llosa de Cavall, en Sant Llorenc de Morunys, en Lleida, al 20% de su capacidad.Albert Garcia

Hay palabras que tienen capacidad para soliviantar a un territorio entero. En las Terres de l’Ebre, hablar de trasvase implica activar el botón de las alarmas. La unanimidad que genera en todo el delta del Ebro el blindaje del río y de su caudal escapa a vecindades, clases sociales o afinidades políticas. El lema “lo riu és vida” (el río es vida) resiste el paso del tiempo como consigna para reivindicar que el agua del Ebro es la arteria que hace bombear el corazón de las comarcas del sur de Cataluña. Un territorio que arrastra un sentimiento crónico de agravio y que ha levantado las orejas al advertir que se avecina un envío de agua del Ebro para aliviar las restricciones que sufre Barcelona y el área metropolitana.

Las alarmas en el sur de Cataluña se han encendido a raíz de dos hechos concretos. El primero, el anuncio del Govern de que se están preparando los mecanismos para aportar agua a Barcelona con barcos cuando la capital entre en fase de emergencia por sequía. Estos barcos saldrían de Tarragona, donde recogerían el agua del Ebro, o de otros puntos de España como Mallorca o Murcia. Pero el plan que realmente ha levantado ampollas es la propuesta técnica presentada por varios colegios profesionales de establecer una interconexión física entre la cuenca del Ebro y la cuenca del Ter-Llobregat, que abastece el área metropolitana de Barcelona. De poco ha servido que los ingenieros que proponen esta interconexión argumenten que se debería utilizar solo en casos de emergencia y de máxima necesidad. El miedo en las comarcas del Ebro es que acabe siendo un trasvase permanente que acabe diezmando más si cabe la zona deltaica.

El delegado de la Generalitat en las Terres de l’Ebre, Albert Salvadó, ha dado fe de que se entra en un terreno pantanoso: “Un trasvase estructural de una cuenca a otra no es la solución”. El Govern, que controla la Agència Catalana de l’Aigua (ACA), ha tratado de matizar sus intenciones para gestionar la falta de agua. “El trasvase (del Ebro) no está sobre la mesa”, manifestó el martes la portavoz Patrícia Plaja, pero dejó la puerta abierta a que el agua del Ebro llegue a Barcelona en barcos.

“Demuestran una gran irresponsabilidad con las Terres de l’Ebre y con la gestión de la sequía. La Generalitat usa un doble mensaje, trata de mostrar amabilidad con las Terres de l’Ebre en cuanto a la gestión del agua, mientras recupera las viejas políticas de trasvase. Estamos indignados”, ha manifestado Manolo Tomàs, portavoz de la Plataforma en Defensa de l’Ebre (PDE).

Esquerra Republicana es la primera fuerza municipalista en las comarcas del sur y ocupa diversas alcaldías a la vera del río, caso de Amposta, Xerta, Tivenys, Flix, Benissanet, Vinebre o Miravet. Las Terres de l’Ebre son un fértil granero de votos para Esquerra y los mandos del partido republicano asumen que hay asuntos que hay que tratar con tiento. Uno de ellos son los correbous y otro, más indiscutible, es el agua del Ebro. Lo sabe bien Lluís Salvadó, actual presidente del puerto de Barcelona y una de las personas de la máxima confianza de Oriol Junqueras, el presidente de ERC.

Para minimizar el impacto que pueda tener el traslado de agua del Ebro a Barcelona, el Govern pone sobre la mesa la opción de recurrir a grandes buques de carga. El agua llegaría al puerto de Barcelona desde el puerto de Tarragona, dirigido por Saül Garreta, un cargo nombrado igualmente por Esquerra Republicana. “Se ha hablado en su caso de la entrada de agua en barcos, pero no de trasvases”, admite la portavoz del Govern.

El conseller de Acción Climática, David Mascort, manifestó el mes pasado que “lo más fácil” para suplir las necesidades hídricas que padece Barcelona es llevar agua desde Tarragona. Recurrir a la provisión de agua en barcos ya se hizo durante la sequía de 2008. El Govern lo defiende también ahora, a diferencia de garantizar el abastecimiento con una tubería de 70 kilómetros, entre Tarragona y Barcelona. La obra, que implica trabajos por valor de 300 millones de euros, es la opción que proponen distintos colegios de ingenieros, que maniobran para tomar protagonismo en la gestión de la sequía.

La Generalitat considera que alimentar la cuenca Ter-Llobregat con una conexión fija y definitiva con el Ebro supone cruzar una línea roja, que acarrearía severas consecuencias para la imagen del Govern y de Esquerra en el sur de Cataluña.

El precedente del Plan Hidrológico Nacional (PHN) que trató de impulsar el gobierno de José María Aznar, con el apoyo de la Convergència i Unió de Jordi Pujol, sigue sirviendo de advertencia. Aquel plan proponía desviar el agua del tramo final del Ebro hacia Murcia y el sur de España y desencadenó un masivo movimiento de rechazo popular en las Terres de l’Ebre, a la vez que lograba sumar muchas complicidades. En marzo de 2002, Barcelona acogió una manifestación contraria al PHN que reunió a 400.000 personas, según los organizadores. A la misma hora, en Zaragoza se concentraron otras 40.000 personas, por el mismo motivo.

El PHN marcó un punto de inflexión para CiU y el PP en las Terres de l’Ebre. Ambos partidos fueron identificados como los responsables de instigar el expolio del agua del Ebro. Jordi Pujol ha reconocido posteriormente que cuando en el año 2000 el entonces ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, le sugirió un gran trasvase del Ebro, él interpretó que se abría una oportunidad: “Vi el cielo abierto”. Pujol ha alegado que el PHN “podría no sólo resolver definitivamente el problema del agua en las cuencas internas de Cataluña, sino también dar un empujón al desarrollo de las Terres de l’Ebre”. Una previsión que nunca se cumplió. “No supimos calibrar la reacción contraria que el plan provocaría. No fue un error técnico. Fue un error político y psicológico”, ha reconocido posteriormente el expresidente catalán, en uno de los volúmenes de sus memorias.

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