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Columna
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Hartos de Netanyahu

El primer ministro de Israel y el presidente de Rusia se hallan hermanados y desprestigiados ante la comunidad internacional, el primero protegido en el Consejo de Seguridad por el veto de Estados Unidos y el segundo por el suyo propio

Netanyahu
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu.RONEN ZVULUN (REUTERS)
Lluís Bassets

Se atisba el final. De la guerra y de Netanyahu. La guerra une y la paz divide, según Shlomo Ben Ami, que fue ministro de Exteriores y embajador de Israel en Madrid. Los israelíes se apiñan alrededor del gobierno frente a Hamas pero sus opiniones divergen cuando se trata de saber qué hay que hacer con Gaza. Por eso Netanyahu se aferra a la guerra. El alto el fuego definitivo es su derrota. No militar, sino política. La victoria militar ya la ha conseguido, pero es meramente táctica. No excluye la derrota estratégica o política, tal como le ha recordado el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin. En cuanto callen las armas, llegará la hora de partir. Deberá pasar cuentas por su negligencia como gobernante y su estrategia equivocada ante el conflicto con los palestinos. Caerá su gobierno, se abrirá una comisión de investigación, habrá elecciones.

La guerra ya ha alcanzado su punto culminante. A la organización terrorista no le quedan fuerzas para repetir un ataque como el del 7 de octubre y apenas para seguir disparando sus rudimentarios misiles. Todo lo gastó en aquella jornada sangrienta, con la que obtuvo dos centenares de rehenes, y perdió el resto en los dos meses de invasión.

Ahora Joe Biden le muestra la vía de salida a Israel. Su gobierno extremista es un peso muerto. Hay que parar los bombardeos indiscriminados y echar del gabinete a quienes no quieren combatir a Hamas sino seguir castigando a los palestinos. Sin cejar en su apoyo diplomático ni en el suministro de armas, Estados Unidos viene diciéndoselo a Netanyahu desde el primer día, en privado primero, luego en voz baja, ahora en voz alta y clara. Es un maestro en empatía. Abraza como nadie. Pero no se ahorra los reproches, claros, suaves en la forma, durísimos en el fondo: Israel está aislándose internacionalmente, algo que perjudica también a Estados Unidos. En las mismas horas, lo demuestra la Asamblea General de Naciones Unidas con el alto el fuego exigido por 153 países, 23 más que los que votaron a favor de la tregua el 26 de octubre, y por encima de los 141 que condenaron a Rusia por la invasión de Ucrania. Netanyahu y Putin se hallan hermanados y desprestigiados ante la comunidad internacional, el primero protegido en el Consejo de Seguridad por el veto de Estados Unidos y el segundo por el suyo propio.

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La liberación de los rehenes es la cuestión candente. Cuanto más dure la guerra, más difícil será recuperarlos con vida. Hamas los mantiene porque busca en el canje la popularidad entre los palestinos y la victoria política. Por eso debiera corresponder a la Autoridad Palestina el mérito de su rescate. Así se le abrirían las puertas a la gestión de Gaza cuando callen las armas. Solo sucederá si a cambio recibe un plan de paz como el de Oslo y el reconocimiento del Estado palestino. Es exactamente lo que acaba de repudiar Netanyahu, que se aferra a la guerra, es decir, al poder, porque no tiene ideas ni ganas para la paz.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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