La niebla de la posguerra
En contra de lo que piensa Netanyahu, solo hay una garantía de futuro y de paz para Israel y se llama Estado palestino
A la niebla de toda guerra, realidad y símbolo de la incertidumbre que siempre la rodea, se añade la niebla de la posguerra. Nada se sabe de lo que pretende hacer Israel con Gaza y sobre todo con los gazatíes cuando termine. Puede que no lo sepa ni le importe a Benjamín Netanyahu, concentrado en su supervivencia política, un esfuerzo en el que ha demostrado dotes de maestro.
Vencer al enemigo, incluso destruirlo, es la tarea que se exige a los militares, pero no es el objetivo político, que debe fijarlo el poder civil, al menos en un sistema democrático. En esta guerra apenas está claro que sea viable la liquidación de Hamás, en sus distintas ramas y raíces sociales y religiosas, exclusivamente por la fuerza. Si hay alguna pista sobre los propósitos israelíes está en el señalamiento de los comandantes, e incluso de los dirigentes en el extranjero, para el presumible punto final de una eliminación física que cabría presentar como equivalente a la victoria.
La auténtica victoria, sin embargo, suele ser un nuevo equilibrio y un nuevo orden, lo más favorable para el vencedor y también lo más estable posible. Si Israel tiene ahora algún objetivo político, compartido por gran parte del Gobierno de Israel, no es este sino la liquidación, junto a Hamás, del entero proyecto de un Estado palestino, y de paso, de la causa demográfica del conflicto —la paridad aproximada de población palestina e israelí entre el Jordán y el Mediterráneo— para hacer realidad el Gran Israel con la ocupación de todo el territorio. A fin de cuentas, el extremismo sionista solo pretende colmar al 100% el anhelo compartido con la mayor parte del sionismo de obtener tanta tierra como sea posible con el mínimo de palestinos dentro.
Todo lo que está haciendo el ejército israelí con la población y la destrucción de viviendas e infraestructuras contribuye a tal propósito. Con la desmilitarización y la creación de una zona de seguridad se reducirá todavía más un territorio tan exiguo y será más difícil la vida para sus habitantes. Sin administración internacional o a cargo de la Autoridad Palestina, quedarán pocas fórmulas que no incluyan directamente la ocupación israelí o la expulsión de los gazatíes.
Solo Estados Unidos cuenta propiamente con una estrategia. Biden pretende refrenar a Israel en la guerra y en sus ideas para la posguerra, mientras disuade a Irán para que se mantenga al margen. Según su secretario de Defensa, Lloyd Austin, a la victoria militar táctica le sucederá una derrota estratégica si Israel sigue maltratando a la población palestina. En contra de lo que piensa Netanyahu, solo hay una garantía de futuro y de paz para Israel y se llama Estado palestino. Con todas las fronteras reconocidas internacionalmente, los israelíes podrían aspirar por primera vez en su historia a la estabilidad de un orden pacífico. La alternativa es la fortaleza asediada y eternamente en guerra con sus vecinos.
Son palabras que caen en el vacío, un sueño, como demuestra la entrada ahora en el sur de la Franja, una repetición de la invasión del norte. El bombardeo sobre Gaza ya está en la lista de los peores de la historia, a la altura de las ciudades alemanas en la Segunda Guerra Mundial. Hace siete décadas eran bombas de gravedad y ahora son los misiles teledirigidos más sofisticados que se conocen. Biden tiene objetivos claros para Gaza, pero Netanyahu no escucha sus consejos, aunque no se los discute ni frunce el ceño como hace con los europeos. Solo le importan las bombas que Estados Unidos le suministra para la alfombra de destrucción que está tendiendo sobre la Franja.
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