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TRIBUNA
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Ni paz ni seguridad en Israel

La guerra con Hamás llega tras un conflicto interno que ha dividido al país por el golpe de la extrema derecha para controlar el poder judicial. Netanyahu y su coalición se han ocupado de esa toma del poder antes que de proteger a sus ciudadanos

Ni paz ni seguridad en Israel. Eva Illouz
ENRIQUE FLORES
Eva Illouz

Escribo en París, intentando comprender desde la distancia el horror que se ha desatado en Israel. La palabra “horror” está cuidadosamente elegida. Imaginen lo siguiente: los ciudadanos de un país europeo de tamaño medio se despiertan un domingo por la mañana y se encuentran con que cientos de terroristas del ISIS (una organización con la que Occidente ha estado en guerra) se han infiltrado en edificios residenciales corrientes, masacrado a cientos de civiles y secuestrado a cientos más, civiles y militares, tras someterlos a torturas atroces. Esta es la analogía más cercana, aunque imperfecta, que he podido encontrar para describir los acontecimientos y el terror que se ha apoderado de los miles de israelíes que despertaron en una realidad en la que sus hijos, hermanas o madres eran capturados como rehenes o asesinados por Hamás y por infiltrados de la Yihad Islámica.

A esto debemos añadirle el estado de estupor en el que se encontraron las Fuerzas Armadas más potentes de Oriente Próximo cuando descubrió que sus sofisticadísimos sistemas electrónicos de fronteras y detección, valorados en millones de dólares, habían sido fácilmente vulnerados por comandos en motocicletas y camionetas, y uno empieza a comprender cómo el suelo se abrió bajo los pies de los ciudadanos israelíes.

La guerra de Yom Kipur, en 1973, también cogió por sorpresa a los israelíes y supuso una inmensa conmoción, pero nada parecido a la estupefacción que ha provocado este acontecimiento. Antes de la guerra de Yom Kippur, al menos se recibió información procedente de los servicios de inteligencia, solo que los oficiales del Ejército no supieron interpretarla correctamente. Los militares respondieron con rapidez y eficacia. En el caso actual, es como si todo el sistema de detección, inteligencia y seguridad simplemente se hubiera desvanecido en el aire. Es más, la guerra de Yom Kipur se libró entre Estados, de manera convencional, con enemigos que aún se encontraban fuera de las fronteras, mientras que, en los dos últimos días, los israelíes han tenido que enfrentarse a contrincantes que han penetrado sigilosamente en el país y asesinado a civiles. Este es, con diferencia, el fracaso más espectacular y humillante que el Tsahal [las Fuerzas de Defensa de Israel] haya conocido jamás.

Añadamos a esto algunos hechos: el Ejército ha tardado un tiempo insufriblemente largo en llegar a los lugares atacados (por culpa del poder político de los religiosos, los trenes no circulan en sábado), y cuando por fin ha llegado, o bien ha recuperado aldeas en las que ya se habían sufrido numerosas bajas o no ha conseguido todavía hacerse con el control. Tampoco ha asumido las funciones que le corresponden, como hacer un seguimiento de la suerte que han corrido las personas asesinadas y mantener informadas a las familias (estas a veces se enteran a través de los vídeos que cuelga con orgullo la propia Hamás).

Todo esto quizá explique la magnitud y profundidad del trauma que están experimentando los israelíes: la sensación de seguridad básicamente se ha derrumbado y se sienten completamente abandonados por un Estado al que a menudo han contribuido en buena medida (en forma de un largo servicio militar). Este es el 11-S de Israel, el trauma al que seguirá refiriéndose en los próximos años y que, sin duda, cambiará profundamente la cultura política del país, así como las relaciones con los palestinos e incluso con la región en general.

Sin embargo, el espectáculo de estos horrores no debe hacernos olvidar el contexto en el que se ha producido la matanza. Algunas situaciones, por insoportablemente trágicas que resulten, invitan a hacerse preguntas y a buscar explicaciones.

La guerra llega precedida por un conflicto interno que ha mantenido dividido a Israel durante los últimos meses a causa de un golpe jurídico que la extrema derecha ha emprendido para eliminar la independencia del poder judicial. Como consecuencia de ello, miles de reservistas (pilotos y personal de los servicios secretos) se negaron a incorporarse a sus puestos bajo las órdenes de un Gobierno cuyo objetivo ha sido liquidar la democracia. El 24 de julio, el jefe del Estado Mayor, Herzl Halevi, solicitó una reunión con el primer ministro, Benjamín Netanyahu, para comunicarle su preocupación por las devastadoras consecuencias que la inminente votación sobre la cláusula de razonabilidad acarrearía para la seguridad de Israel; la Kneset [el Parlamento] estaba a punto de anular la posibilidad de que el Tribunal Supremo rechace leyes o decisiones irrazonables de la propia Kneset. Netanyahu se negó a reunirse con el jefe del Estado Mayor, a pesar de la urgencia y de la gravedad del asunto.

El caso de Halevi no fue el único. En los últimos meses, periodistas, expertos, antiguos jefes del Mosad [el servicio de inteligencia exterior] y del Shin Bet [el servicio de inteligencia de seguridad interna] y altos mandos castrenses han alertado incesantemente a la opinión pública sobre la grave amenaza que el golpe judicial representaba para la seguridad de Israel. Al primer ministro, que ha presumido durante décadas de salvaguardar la seguridad del país, no podía importarle menos, ya que estaba muy ocupado con su golpe jurídico.

El segundo hecho es aún más alarmante: en septiembre de 2022, había 22 batallones del Ejército desplegados en la estrecha franja de Cisjordania. Además, se transfirieron a la zona tres batallones adicionales procedentes de la región del sur —la zona infiltrada por los terroristas de Hamás y la Yihad Islámica— para proteger a los colonos que infringen la ley y acosan a los palestinos, o simplemente para que recen. En otras palabras, poblaciones enteras se quedaron sin la protección adecuada porque se reasignaron batallones para defender a la población judía que vive en los asentamientos.

La conclusión es inevitable: la toma del poder en la que han estado tan centrados el primer ministro y su coalición ha ocupado el primer lugar en su programa, no la seguridad de Israel. La bárbara carnicería cometida por la fanática y corrupta Hamás y por la Yihad Islámica tiene lugar en el contexto de un largo y prolongado conflicto militar y de ocupación al que el actual Gobierno no tiene intención de dar fin y que incluso pretende intensificar.

Ya hay dos conclusiones que se pueden extraer de estos acontecimientos: el Gobierno de extrema derecha de Netanyahu no es capaz de preocuparse por la seguridad de Israel ni está dispuesto a hacerlo. Representa a reducidos grupos de interés y no al bien colectivo. Y la doctrina de una gestión militar discreta del conflicto con la que la extrema derecha ha justificado durante mucho tiempo su abandono de cualquier proceso político para poner fin a la ocupación acaba de derrumbarse ante nuestros ojos. Israel nunca estará seguro si depende solo de la fuerza y de los medios militares.



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