Y después el miedo
El éxodo masivo de población migrante y el aumento exponencial de la amenaza terrorista son la munición electoral que está detrás del triunfo de las propuestas políticas más reaccionarias que recuerda Occidente desde el ascenso del nazismo
Hoy en día todo puede hacerse pasar por lo que no es con enorme facilidad, pues existe una quiebra profunda de las convicciones. Quizá tiene sus ventajas, porque parecen dinamitados desde dentro los dogmas indiscutibles, pero podría crear áreas de distorsión tan amplias como las que sufren los paranoicos o los fuertemente estimulados. En una narrativa que es capaz de contar durante tres horas la peripecia personal del creador de la bomba atómica que se lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki, pero en el que no se incluye ni el menor rastro del daño causado sobre la población inocente de Japón, no debería sorprendernos la potencia del punto de vista. Es precisamente la ruptura con el modo de mirar dominante lo que está causando las relecturas más apasionantes del momento. Lo que veíamos desde un lugar ahora lo vemos desde otro. De este modo, no será raro que la industria que catapultó el relato del Oeste norteamericano con la fortaleza de los pioneros reescriba muchas de las historias desde la perspectiva del nativo. Se trata sencillamente de completar el puzle para una justicia posible, algo que a algunos les irrita sobremanera, porque no quieren que nadie cambie su paisaje de infancia, el territorio de su egolatría.
Solo esa querencia por un paisaje horrendo por acogedor puede justificar que una parte de los representantes políticos pretendan hacer pasar el bombardeo masivo sobre Gaza como una acción de defensa proporcionada y justa. Sería bueno que aclararan la razón por la que miles de niños y mujeres palestinos no merecen ni tan siquiera su compasión. Decir que los terroristas los usan como escudos humanos es poco menos que negarles el derecho a existir. Literalmente no tienen dónde meterse para escapar de una carnicería que no respeta ni tan siquiera los hospitales. Por supuesto que el secuestro y asesinato de inocentes israelíes en la matanza del 7 de octubre es abominable, pero convertirlo en una oportunidad para cargarse toda mesura humana es intolerable. ¿O sí? Porque resulta curioso que algunos de los más firmes defensores de la doctrina Netanyahu estuvieran también detrás de la catastrófica invasión de Irak bajo la falsedad de la existencia de armas de destrucción masiva. Aquel desastre geopolítico, del que todavía no hemos salido, provocó dos elementos que en la actualidad vuelven a convertirse en centrales: el éxodo masivo de población migrante y el aumento exponencial de la amenaza terrorista.
Nadie ignora que estos dos asuntos son la munición electoral que está detrás del triunfo de las propuestas políticas más reaccionarias que recuerda Occidente desde el ascenso del nazismo. El flujo migratorio incontrolado y la amenaza terrorista son los dos miedos introducidos en la agenda íntima de los ciudadanos que gozan de sistemas democráticos. Son las dos piezas que resultan ingobernables en países que se autoimponen garantías y limitaciones al recorte de derechos civiles. La libertad alcanzada está reñida con el pánico ciudadano. Por lo tanto, generarlo y establecerlo como nuevo paisaje social, provoca un trasvase de votos hacia el mesianismo autoritario. En este dilema nos encontramos. Que nadie piense que es inocente la apuesta por alentar esos dos miedos. Da muchos votos. Lo sabe Netanyahu, cuyo programa político consistía en la desmembración de sus tribunales de control, y lo saben sus aliados en las democracias occidentales. Trabajan a destajo en favor de nuestros miedos.
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