Lula en la COP: ¿cinismo o escarnio?
Brasil quiere ser una potencia ecológica aumentando la producción de petróleo e ingresando en la OPEP+
¿Qué puede ser tan malo como que el presidente del país que posee el 60% de la mayor selva tropical del planeta opte por aumentar su producción de petróleo? Que el presidente de este país anuncie en la cumbre del clima que entrará en la OPEP+, que reúne a los principales productores de petróleo del mundo y a sus aliados. Es lo que han hecho Luiz Inácio Lula da Silva y su Gobierno. Cuando los periodistas lo confrontaron, Lula salió con esta simpleza de cuento de hadas: “Es para convencer a los países productores de petróleo de que tienen que prepararse para el fin de los combustibles fósiles”. Olvidó decir que Papá Noel bajará por las chimeneas en Navidad. Es difícil saber si es escarnio, cinismo o total estupidez estratégica hacer este anuncio justo en la COP. Lula ha avergonzado a Brasil y a sí mismo mientras el país que gobierna agoniza por los fenómenos climáticos extremos.
El anuncio de la adhesión a la OPEP+ encubrió la hazaña de su Gobierno de haber reducido un 42% las alertas de deforestación en la Amazonia entre enero y julio del primer año del mandato de Lula. En el caso de Brasil, la deforestación es la principal causa de las emisiones de gases de efecto invernadero. La saña petrolera también contamina todos los esfuerzos que los negociadores brasileños han hecho y harán en esta COP, auspiciada por el petroemirato de Dubái, para consolidar al país como potencia ecológica.
Quienes siguen al Gobierno de Lula no se sorprenden con el rumbo de los acontecimientos. Desde su primer mes de existencia, decidió seguir con el proyecto de abrir un nuevo frente de explotación de petróleo en la Amazonia, que no ha salido adelante únicamente porque Marina Silva, ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático, ha resistido a todas las presiones —y son muchas— y ha mantenido las decisiones de los equipos técnicos, que señalan el riesgo de desastre ecológico. Pero el cerco se estrecha y el desenlace es incierto.
Petrobras, la estatal brasileña de combustibles fósiles, hoy entre las 10 mayores del mundo, pretende aumentar su producción, especialmente para exportarla. En 2022, la empresa produjo más de tres millones de barriles de petróleo diarios, un volumen que debe aumentar este año. El Plan Nacional de Energía 2050, elaborado durante el Gobierno del extremista de derecha Jair Bolsonaro, afirmaba que Brasil se consolidaría como “gran productor y exportador de petróleo”, con 5,5 millones de barriles diarios en 2030 y hasta 6,1 millones en 2050, el doble de la producción actual. Todo indica que la Administración de Lula, cada día un poco menos a la izquierda, seguirá el patrón del Gobierno más a la derecha de la historia del país. Recientemente, el presidente de Petrobras, Jean Paul Prates, afirmó: “El petróleo que la humanidad va a consumir procederá cada vez más de Brasil”.
En la COP, Lula fue categórico: “Petrobras no va a dejar de buscar petróleo, porque los combustibles fósiles seguirán utilizándose durante mucho tiempo en la economía mundial. Pero, a la vez, Petrobras se va a transformar en una empresa no solo de petróleo, sino en una empresa de energía”. La primera frase concuerda con los hechos, la segunda, por ahora, es poco más que blablablá. Días antes de la COP28, Petrobras lanzó su plan estratégico: de 2024 a 2028 invertirá solo un 11% en proyectos bajos en carbono.
Emparedado por un Congreso hostil, cediendo cada vez más porciones de su Gobierno y de sus principios en nombre de la “gobernabilidad”, necesitando el dinero de los combustibles fósiles para invertir en proyectos sociales, Lula también pertenece a la generación de sindicalistas forjados en la creencia de que el petróleo es la salvación nacional. Cada día se aleja más de la posición de líder ecológico que prometió ocupar. El lugar de Lula no es fácil, pero anunciar la entrada en la OPEP+ al inicio de la cumbre del clima es imperdonable.
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