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Columna
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Luis Mateo Díez, un Cervantes cantado

El escritor leonés es un hombre de fábulas, de consejas y patrañas transmitidas con el sabor gustoso de lo popular y una prosa irreprochable

Luis Mateo Díez, en su rueda de prensa en la RAE tras ganar el premio Cervantes.
Luis Mateo Díez, en su rueda de prensa en la RAE tras ganar el premio Cervantes.Claudio Alvarez

La semana pasada, estuvimos en la Alberti hablando de poesía y luego, durante la cena en una taberna del barrio, uno de los presentes dijo: Mañana se falla el premio Cervantes. Se especuló sobre los posibles candidatos a obtenerlo. Alguien vaticinó: le toca a Luis Mateo Díez. Confirmada al día siguiente la noticia, consideré que el acierto no había sido obra de adivinación, sino la consecuencia previsible de un caso de justicia poética. Justicia que, como la prosaica, no siempre se cumple. Este premio colmado de prestigio, que los propensos a las hipérboles denominan “el Nobel de las letras hispánicas”, llevará por siempre la mácula de no presentar en su lista de galardonados a Ramiro Pinilla, un grande entre los grandes. Pero, en fin, hemos venido a la columna de hoy a celebrar y no a quejarnos.

Décadas atrás, entré con buen pie en la vasta obra narrativa de Luis Mateo Díez por La fuente de la edad, uno de sus títulos mayores y acaso el más difundido, con algo de ayuda del cine. Proseguí mi viaje de lector solitario por los campos y pueblos de Celama y por otras veredas de su fecunda inventiva. Con razón se ha dicho del autor que es un avezado contador de historias. Luis Mateo Díez es un hombre de fábulas, de consejas y patrañas transmitidas con el sabor gustoso de lo popular, en rueda de filandones al calor de la chimenea, y con una prosa de cincelado irreprochable. Lo he conocido también en su faceta de hablista. Vino un día a impartir una charla en mi ciudad natal; ya no sé lo que dijo, pero recuerdo la extraordinaria calidad verbal de su facundia. Una vez compartí estrado con él (vi que usaba chuleta) y algo lo he tratado, no mucho, pero lo suficiente, con ser por desgracia muy poco, para haber podido disfrutar de su conversación amena, su sentido del humor y ese punto de afabilidad y de sosiego bondadoso que hace tan admirable al hombre como a su obra.

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