Mario
Confieso como lector mis amores con Vargas Llosa. En un mundo lleno de ratas, conviene escuchar con sensatez el vals peruano, la sardana o la copla española
Nos cantó Joaquín Sabina que bailar es soñar con los pies. Seguro que Toño Azpilicueta, protagonista de la última novela de Mario Vargas Llosa, estaría de acuerdo. Le dedico mi silencio es la historia entretenida de un crítico musical que apuesta por el vals peruano como remedio sentimental para reunir las vetas más quebradas de la realidad peruana. No es una locura, porque la música, la emoción artística en general, puede enlazar los rincones de cada yo en un sentido de pertenencia. Pero cuando alguien se pone a bailar sin que sus pies se apoyen en la tierra, los sueños se convierten en obsesiones que sacan desde el fondo de nuestras cuevas las ratas más desagradables.
Conviene soñar con los pies en la tierra. Toño Azpilicueta no le hace caso a su mujer, más sensata que él, y las obsesiones en forma de rata le invaden el cuerpo y el alma. Una desgracia. No es lo mismo soñar que delirar de manera fanática. La gran calidad literaria de Vargas Llosa facilita que una narración entretenida se llene, al margen de los dogmas de actualidad, de interpelaciones necesarias sobre la cultura, la historia, la identidad, la soledad, el imperio, la lengua española, la basura y los amores de cada uno.
Confieso como lector mis amores con Vargas Llosa. Tan malo es dejar de soñar como olvidarse al soñar de mantener los pies en la tierra. En un mundo lleno de ratas, conviene escuchar con sensatez el vals peruano, la sardana o la copla española. Mario anuncia al final de su novela que será la última que escriba. Pero no nos dedica del todo su silencio, porque se compromete a escribir un ensayo sobre Sartre, un maestro de juventud. Ojalá lo haga. Es un lujo leer a los escritores que nos obligan a discutir con nosotros mismos y a poner los pies en el suelo para seguir soñando.
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