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Tribuna
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Sin lugar para esconderse

En el primer semestre de 2023 se produjeron casi mil delitos antisemitas en Alemania y solo una minoría eran de inspiración islamista. Los ecos del conflicto hacen que los judíos alemanes no se sientan seguros en su propio país y los musulmanes se sientan señalados

Línea policial en el exterior de la sinagoga Sklobo, en Berlín, tras ser atacada con cócteles molótov, el pasado miércoles.
Línea policial en el exterior de la sinagoga Sklobo, en Berlín, tras ser atacada con cócteles molótov, el pasado miércoles.FABRIZIO BENSCH (REUTERS)

Cerca de mi casa, en el centro de Múnich, ha aparecido un cartel rojo con la palabra “secuestrado” en mayúsculas y la foto de un niño de cinco años, su nombre, cómo iba vestido y el lugar en el que desapareció. Unos pasos más allá, otro cartel: “Asesinado”. Un chico sonríe junto a su novia. Múnich es una de las ciudades más seguras del mundo y estos pósteres con víctimas israelíes de Hamás hacen estallar esa sensación.

Unas horas más tarde, alguien ha arrancado los carteles. Llega la noche, la gente vuelve a su casa. Del tranvía se baja un chico con una bandera palestina prendida del cuello, como una brillante capa de superhéroe. En varias ciudades ha habido concentraciones a favor de Palestina, a veces con tensión y presencia policial. En algunos barrios de mayoría árabe, como el berlinés de Neukölln, se celebran los ataques de Hamás con pancartas, dulces y petardos.

El conflicto entre palestinos e israelíes reverbera en Alemania con especial intensidad. Este es el país que, como herencia de sus atrocidades en el siglo XX, ha incluido en su “razón de ser” la seguridad de Israel y que tiene las leyes más estrictas del mundo contra el antisemitismo. Desde el 7 de octubre los delitos contra judíos se han triplicado, incluidas pintadas en fachadas y comercios y refriegas en colegios, donde a veces el término “judío” ha vuelto a ser un insulto.

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Estas reverberaciones cabrillean además sobre antiguas simas, porque Israel nunca fue la niña bonita de la izquierda en la antigua Alemania del Este, donde conservó una imagen de enemigo.

Ya sabemos que el odio grita y el respeto susurra: una minoría de los alemanes están de acuerdo con afirmaciones antisemitas, según las estadísticas, y el porcentaje es mayor solo en comunidades musulmanas.

Pero los judíos alemanes se sienten inseguros en su propio país. No se atreven a mostrarse como tales, las kipás se guardan en el bolsillo, las estrellas de David, bajo la camisa. Algunos padres no llevan estos días a sus hijos al Kindergarten o a la escuela judía. En Berlín, la sinagoga, que fue víctima durante la Noche de los Cristales Rotos en 1938, ha recibido ya varios cócteles molótov.

Los musulmanes alemanes se sienten también en el punto de mira. Además de las acciones de Hamás, los atentados de estos días en nombre del Estado Islámico en Bélgica, contra dos seguidores de la selección sueca de fútbol, y Francia, contra un profesor, los colocan bajo de los focos.

A unos y otros me los cruzo frente a los carteles rojos, en la panadería, por la calle, a la puerta de los colegios. Nietzsche ya nos advirtió de que esta guerra, cualquier guerra, nos encontraría: la historia nos atrapa, aunque intentemos escondernos, y por eso es necesario confrontarla y entenderla.

Este miedo es aire en las velas de los extremistas, paraliza a los ciudadanos medios y amenaza la democracia a través, no sólo de la proliferación de la violencia, sino también de la proliferación de las medidas de seguridad para evitarla. La derecha más dura ha dado un paso al frente por primera vez en Alemania occidental a través de las últimas elecciones regionales, en Baviera y Hesse. El mundo se multipolariza, se hace más complejo, la gente anhela un pasado idealizado y los populistas les prometen atrapar el agua con las manos.

En el primer semestre de 2023 se produjeron casi mil delitos antisemitas en toda Alemania, según el Ministerio del Interior, en su mayoría protagonizados por la extrema derecha. Solo un pequeño porcentaje tuvo inspiración islamista.

Durante la pandemia, estos mismos círculos radicales de derecha achacaron a los judíos el coronavirus y las medidas para evitarlo y mostraban estrellas de David amarillas con la inscripción “no vacunado” o “la vacuna te hace libre”, banalizando el horror de los guetos y los campos de concentración.

Albert Einstein escribe a Sigmund Freud en 1932 y le dice que, “tal y como están las cosas en la actualidad”, tiene una pregunta que resulta la más importante de las se le plantean a la civilización: ¿es la guerra inevitable? Einstein elige a Freud para plantearle la pregunta porque solo le queda el oscuro agujero de la psique humana para explicar el porqué de la guerra, que tanto le asusta.

Freud, quien no se muestra muy optimista, le contesta a vuelta de carta que la única esperanza está en la actitud cultural y el temor a las consecuencias. Que todo lo que refuerza la evolución cultural frena la guerra.

El historiador israelí Yuval Noah Harari nos pide a todos los que vivimos fuera de Oriente Próximo que preservemos un espacio de paz al que regresar. Yo me imagino este espacio como un invernadero, en el que protegemos las delicadas plantas de la tolerancia, la empatía, la convivencia, a la espera de que pase este crudo invierno.

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