Tú disimula
Hay días en los que no entiendes nada de cuanto sucede a tu alrededor, pero es mejor que no lo manifiestes
Bajaba por mi calle hacia la boca del metro cuando tropecé con un zapato negro, un mocasín perteneciente al pie derecho de una mujer. Lo recogí cívicamente para abandonarlo en la papelera de la siguiente esquina. Luego, en el vagón del metro, descubrí, sentada frente a mí, a una joven que llevaba en el pie izquierdo un zapato idéntico al que yo acababa de arrojar a la basura y en el derecho una zapatilla deportiva. Me acerqué un poco y le conté lo ocurrido.
—¡No hay quien saque partido de ese zapato! ¡A la que me descuido, se escapa! —respondió, como el que se queja de la conducta de un hijo incorregible. Luego me pidió la dirección exacta de la papelera y se apeó en la siguiente con la idea de recuperarlo.
Esa misma tarde, de vuelta a casa, pasé por delante de la papelera y la revisé para comprobar que el zapato había desaparecido. Encontré en cambio la zapatilla deportiva de la que, por alguna razón, había decidido desprenderse la mujer. Debido a un impulso irracional, pues no suelo coger cosas de la basura, me la llevé a casa y la dejé en el recibidor, junto al resto del calzado, pues tenemos en mi familia la costumbre de descalzarnos antes de adentrarnos en el interior de la vivienda. Al rato, se presentó en el salón mi hija mayor sosteniendo la zapatilla en alto. “¿Quién la ha encontrado?”, preguntó, “llevaba dos días buscándola”. Al principio, decidí callar, pero como ella continuara a la espera de una respuesta, confesé que la había encontrado yo.
—¿Dónde? —preguntó.
—En la terraza —mentí.
—A la que te descuidas —dijo ella con expresión de fastidio—, te da esquinazo.
—¿Y la del pie derecho? —pregunté por curiosidad.
—Con esa no hay problema —apuntó—, es muy dócil.
Hay días en los que no entiendes nada de cuanto sucede a tu alrededor, pero es mejor que no lo manifiestes.
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