_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hasta luego

Nunca he dejado de intentar comunicarme por telepatía en el metro

Un vagón del metro de Madrid.
Un vagón del metro de Madrid. VICTOR SAINZ
Juan José Millás

Conservo desde pequeño la ilusión de comunicarme por telepatía, en el metro, con algún compañero de viaje. Nunca he dejado de intentarlo y el ritual tampoco ha cambiado con el paso de los años. Cierro los ojos y digo mentalmente:

—¿Alguien me escucha por ahí?

Nadie había respondido hasta ahora, aunque a veces me parecía oír un ruido como de estática que cesaba enseguida. Luego, desencantado por este fracaso rutinario, regresaba a mis fantasías habituales. Ayer, sin embargo, después de lanzar el mensaje, escuché un “hola” dentro de mi cabeza. Miré en derredor, por si podía deducir aquella voz de la expresión de alguno de los rostros que se hallaban cerca de mí, pero no vi nada, quizá porque íbamos muy apretados en el vagón: era hora punta.

Permanecí en silencio, preguntándome si se habría tratado de una alucinación auditiva, cuando enseguida escuché otro “hola” seguido de un “en el fondo, en el fondo”. Miré hacia allí y vi una mano levantada por encima de la multitud de cabezas.

—Te veo —dije.

Se trataba de una mujer algo mayor que buscaba también el lugar desde el que yo le había hablado. Agité, pues, el brazo en el aire, hasta que nuestras miradas se encontraron.

—¿Nos bajamos en la próxima? —le pregunté mentalmente.

—Vale —dijo.

Y al poco allí estábamos los dos, frente a frente, en el andén de Alonso Martínez, sin saber qué decirnos. Ella parecía desconcertada, extraviada, muda. Entonces sacó del bolsillo de su chaqueta un papel en el que alguien había escrito unos dígitos debajo de la siguiente leyenda: “Tengo problemas de orientación, llamen a este número si me encuentran perdida”.

Salimos a la calle, llamé al número y al poco apareció un hijo de la señora que me dio las gracias y se hizo cargo de ella. Según se iban le lancé un “hasta luego” telepático sin obtener respuesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_