Ni Waterloo ni “nace una estrella”: Argentina arranca dos semanas frenéticas
Los candidatos no cometieron errores garrafales, pero tampoco metieron el gol definitivo antes de volcarse en la recta final de la campaña
Ni Waterloo; ni “nace una estrella”. Argentina dejó atrás los dos debates presidenciales sin mayores estridencias. Abundaron los cruces y chicanas, pero ninguno de los cinco candidatos que pugnan por llegar a la Casa Rosada cometió anoche un error garrafal, de esos que hunden una carrera, ni tampoco metió el gol de Diego Maradona a los ingleses en 1986. Y por eso mismo, ahora comienzan dos semanas frenéticas hasta las elecciones del domingo 22.
Los debates sirven, sí, en muchos aspectos. Para empezar, ofrece al electorado la oportunidad de ver y escuchar, sin intermediarios, a quienes aspiran a liderar el país durante cuatro años. También permite semblantear sus personalidades, más allá de sus eslóganes. Y visibiliza a los candidatos que suelen recibir menos cobertura mediática. Y, sobre todo, obliga a los postulantes a reconocerles entidad a sus rivales dentro de la convivencia democrática. O dicho de otro modo, al debatir reconocen que al menos están de acuerdo en estar en desacuerdo con sus rivales y así se lo transmiten a la sociedad en un foro compartido.
Por supuesto, ahora abundarán los análisis sobre qué dijo cada uno, qué benefició a tal y qué perjudicó a cuál, qué podemos extraer de sus lenguajes corporales, cuáles son los mejores y peores momentos del debate o los cruces más picantes o cuáles fueron las palabras más mencionadas por Javier Milei, Sergio Massa, Patricia Bullrich, Juan Schiaretti y Myriam Bregman, del mismo modo que cada cual tratará de llevar agua para su molino. Y es lógico que así sea. Es parte de la sana competencia electoral.
Milei y los suyos afirmarán que salió airoso de ambos debates, que el libertario demostró que no es ningún “loquito” y que jamás protagonizó un escándalo oprobioso, del mismo modo que Massa y su equipo sostendrán que logró posicionarse como alguien ajeno al Gobierno del que es ministro de Economía, como destacarán también que les puso el punto sobre las íes, tanto al libertario -por ejemplo, sobre la forma en que trata a las mujeres-, como a Bullrich.
Por su parte, Bullrich y sus asesores celebrarán que la postulante de Juntos por el Cambio mejoró muchísimo en este segundo debate comparado con el primero. Dirán que estuvo más clara, punzante y aguerrida en sus intervenciones, como también celebrarán que el expresidente Mauricio Macri al fin salió a apoyarla de manera tajante y lo hizo con un tuit -apenas finalizado el debate de anoche-, en tanto que Schiaretti y Bregman se esperanzarán con que los cerca de 40 puntos de rating televisivo del evento –más las visualizaciones en YouTube y redes sociales, entre otras variantes- se traduzcan en votos.
En esa línea, el Observatorio Pulsar de la Universidad de Buenos Aires (UBA) trazó un primer análisis sobre el debate, tanto con las tres frases de mayor impacto positivo –que se repartieron entre Schiaretti, Bullrich y Bregman-, como negativas –dos de Milei, por sus comentarios contra la Agenda 2030 y el cambio climático; una de Bullrich-, dejándolo a Massa en la chatura de una zona anodina.
Qué dijeron los candidatos y cómo lo dijeron, sin embargo, no es todo lo que podemos extraer de los debates. Tanto o más relevante es, por ejemplo, aquello que callaron. Vaya un ejemplo: solo dos veces, y de pasada, sólo un candidato, Schiaretti, mencionó la palabra “chocolate”. Es decir, el apodo con que ganó infamia Julio Segundo Rigau, un ignoto empleado de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires –el distrito más populoso del país- que saltó a la infamia al ser detenido mientras extraía una fortuna de un cajero automático… Y expuso así el primer eslabón de cómo funciona el sistema de financiamiento electoral y enriquecimiento personal de todos –o casi- los partidos políticos en la Argentina.
Dado que Rigau parece seguir las órdenes del entorno de Massa, era previsible que el candidato oficialista no quisiera hablar sobre chocolates. Pero, ¿por qué Bullrich omitió mencionarlo las varias veces que sí mencionó durante el debate otros escándalos de corrupción como los bolsos de José López, los hoteles de la familia Kirchner, el yate de Martín Insaurralde o las sospechas de “tongo” en el área de comercio exterior? ¿Y Milei? Despotricó varias veces contra la “casta”, pero omitió su ejemplo quizá más patético de las últimas décadas. ¿Qué los llevó a callar? ¿Acaso ese entramado de financiamiento y corrupción llega también hasta las orillas de ambos?
Ahora, con los debates ya en el espejo retrovisor de sus campañas, los candidatos afrontarán dos semanas agotadoras hasta las urnas del domingo 22. Milei buscará ganar la Presidencia en primera vuelta, para lo cual la ley argentina le impone que obtenga el 40% de los votos y sacarle más de 10 puntos porcentuales de diferencia al segundo o llegar al 45% y, en ese caso, no importará cuánto saquen sus rivales.
Massa y Bullrich se esforzarán al máximo por evitar ese escenario y, al mismo tiempo, pugnarán por ubicarse en el segundo puesto que les permita competir en un balotaje por las llaves de la Casa Rosada. No la tendrán fácil. El candidato oficialista deberá hacer magia para que la economía no termine de desmadrarse en momentos en que sobran las malas noticias: cuando no es la inflación, es la pobreza o el dólar o un escándalo de corrupción. Y Bullrich pugnará por evitar que sus rivales la conviertan en el jamón del sándwich, entre Milei llevándose los votos de derecha y Massa los de centro y centroizquierda.
Si Argentina debe ir a una segunda vuelta electoral, será el domingo 19 de noviembre. Y de ser así, una semana antes tendremos el tercer y último debate entre los dos que entren al balotaje. Acaso ese día, sí, con más tiempo para exponer cada uno, al fin escuchemos algo más de sustancia y menos eslóganes.
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