El pánico de Puigdemont al ‘partido de la abstención independentista’
Sánchez debe navegar para la investidura los miedos de Junts, que no es ahora la batalla electoral con ERC, sino la posible desmovilización de sus bases, frustradas por un mal acuerdo, o el ascenso de nuevas fuerzas en Cataluña
No habrá repetición electoral si Pedro Sánchez consigue navegar los miedos de Carles Puigdemont. ¿Para qué habría llegado el líder de Waterloo hasta aquí, si no quisiera negociar su apoyo a la investidura? El problema es que Junts ya no teme tanto a ERC, sino al “Partido Independentista Abstencionista”, que es un sarcasmo entre algunos jóvenes afines a la ruptura. Es decir, teme a la decepción de sus bases, fruto del eventual acuerdo con Sánchez. La petición del referéndum tiene truco, pese al revuelo causado.
Es el recelo de varios sectores independentistas: el texto de ERC y Junts aprobado en el Parlament parece demasiado ambiguo. De sus declaraciones posteriores tampoco se desprende que el referéndum sea, como tal, una condición expresa para la investidura. A lo sumo, exigen que Sánchez dé pasos para hacer efectivas las condiciones de esa votación. Los partidos del procés han dejado, curiosamente, margen de maniobra para que el PSOE intente colarse por alguna rendija. Ello podría ir desde un referéndum sobre un nuevo Estatut hasta otra mesa de diálogo 2.0 —que Junts necesitaría que se llame distinto, por el descrédito en la que cayó la de ERC—, hasta no obtener nada sobre ruptura. Si Puigdemont quisiera permanecer en el bloqueo, podría haber puesto la condición del referéndum cuando compareció en Bruselas, y haberse ahorrado el periplo sobre la amnistía.
Así que el expresident catalán quizás necesita una pista de aterrizaje, un relato grandilocuente sobre que siguen trabajando por la causa, para frenar al “Partido Independentista Abstencionista” que se manifestó el 28-M y el 23-J. La base civil del independentismo se abstuvo de forma masiva porque, hasta la fecha, sus líderes sólo han obtenido la salvación judicial vía indultos, mientras se habla ya de una amnistía. Los partidarios de la ruptura siguen existiendo, pero se han ido sumiendo en la frustración por ver cada vez más lejos el sueño de 2017. No votar, o la desmovilización en las calles, es la forma ya de castigar a sus partidos. Por eso, el miedo Puigdemont es también al “cuarto espacio”: el auge de opciones más duras que capitalicen el abstencionismo, como esa especie de Vox independentista que gobierna Ripoll, y que podría saltar al Parlament, o el aviso de la ANC sobre presentarse a las elecciones mediante una lista con personalidades de la sociedad civil.
Aunque volver a lógicas autonomistas quizás no implica el mismo riesgo hoy que hace unos años. Con la amnistía, el líder de Waterloo asume de facto el reseteo del procés, el borrado de cualquier agravio previo. Cataluña pronto se adentrará en una nueva pantalla, más pragmática, que ya se ha ido abriendo paso. Muchos votantes frustrados sienten, además, que sus partidos no han servido ni para la independencia, ni para lograr nada que mejore su vida. Muestra de ello es cómo se ha colado en la agenda la cuestión de los trenes de Rodalies, o la financiación autonómica. Sánchez dice buscar un acuerdo de “estabilidad” para la legislatura: tal vez esté ahí parte de la hoja de ruta que amarre a Junts y Esquerra.
El miedo a la abstención o al “cuarto espacio” introduce incluso un cambio de paradigma en la clásica pugna entre Puigdemont y Oriol Junqueras. En el momento álgido del procés, los votos que perdía uno los ganaba el otro, y echarse a la cara lo de “botifler” (traidor) era el día a día para atraer a unas bases muy movilizadas, que buscaban en sus líderes el pedigrí de las esencias independentistas. Pero ahora el problema no es tanto quién lidera ese espacio, sino que la desidia del votante coloque al PSC en disposición arrebatarles la Generalitat, o que los outsiders obliguen a mover su discurso, tras desnudar sus artificios. El pánico de ERC y Junts es perder el que solía ser su monopolio institucional del procés y del poder en Cataluña.
La consecuencia es que Sánchez no debe temer a la batalla entre Junts y ERC para la investidura. A Puigdemont sólo le interesa mantener esa impresión, que aún conservan ciertos votantes, sobre que ellos son distintos a ERC. Eso explica por qué Junts sigue poniendo la agenda identitaria en temas como el catalán, la amnistía o pasos hacia el referéndum por encima de otras demandas. En cambio, el partido de Pere Aragonès ha atado su estrategia a la permanencia del PSOE en el poder. Se hace difícil pensar que vaya a romper la baraja con la Moncloa sólo porque Junts tenga un mayor protagonismo negociador, por mucho que los de Junqueras necesiten hacerse los difíciles.
El camino no es fácil, crecen los obstáculos. El Consell de la República no toma decisiones vinculantes para Junts, por mucho que vote sobre si bloquear la investidura. Pero si hasta los más fieles de Puigdemont ejercen presión para velar por las esencias del procés, qué no pensarán los votantes esperanzados que queden. Aunque si el líder de Waterloo ha llegado hasta aquí es porque sabe que hay ocasiones únicas en la vida. El “Partido Abstencionista” dará miedo, pero no subirse al tren a tiempo, en una Cataluña muy distinta a la de 2017, es perder una oportunidad decisiva: de ser socio clave del Gobierno, a tal vez, la irrelevancia política.
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