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TRIBUNA
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La extinción de la guarra

El movimiento Se Acabó nos está enseñando a distinguir el placer de la violencia. La serie de televisión sobre el caso del crimen de la Guardia Urbana barcelonesa también nos hace pensar sobre ello

Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez, en un episodio de la serie 'El cuerpo en llamas'.
Úrsula Corberó y Quim Gutiérrez, en un episodio de la serie 'El cuerpo en llamas'.
Lucía Lijtmaer

Úrsula Corberó se contonea al ritmo de La Mala. Luce eye liner negro y labio rojo, ese combo lo repetirá en todas las escenas, con el pelo azabache que le cae como una cortina. “Ves, como lo sabía yo / Tengo lo que tú quieres”. Como todos sabemos ya a estas alturas, ella es Rosa Peral en la serie de la Guardia Urbana barcelonesa sobre el asesinato de su novio Pedro, y todo eso se junta a la perfección. Ella es la femme fatale 3.0, negro, rojo y fuego, catalizadora de tragedias, creadora de venganzas sangrientas, bailándole a su amante Albert, Quim Gutierrez, detonando así la violencia final.

El caso de Rosa Peral y sus compañeros de la Guardia Urbana me fascina. He visto los documentales, he leído los libros, he devorado ahora la serie. No soy la única. No sé muy bien por qué nos atrapa tanto este caso, pero puedo especular. La decisión de eliminar al tercero del vértice amoroso a través del asesinato resulta aberrante, y conecta con toda la literatura que conocemos de la novela negra. Pero aquí todo es real. Nadie plantea mantener una conversación y separarse, sino que, en una huida hacia adelante, el tercero en discordia simplemente es aniquilado. Me impresiona también la doble vida de Peral, siempre necesitada de un hombre que podríamos entender como tradicional a su lado, que apuntale el concepto de familia convencional y su acumulación de sexo y seducción por otra parte. Esa doblez tan común en las parejas pero tan poco mostrada en la vida real de las mujeres.

De todas las tramas posibles de esta historia, se suele hablar menos de la primera violencia explícita en el caso de la Guardia Urbana. Rosa Peral fue objeto de una pornovenganza, es decir, de la difusión no consentida de imágenes privadas de contenido sexual. Mientras estaba casada con su exmarido, había tenido una relación sentimental con su superior Óscar S. Ese había sido el inicio de su pasión por triangular: continuar en casa con la estabilidad de un matrimonio que funcionaba, y en su vida laboral buscar la excitación del sexo clandestino. Cuando decidió terminar la relación con Óscar, él no lo aceptó, y desde el correo de Peral, mandó a todos los contactos de ella —incluidos familiares y amigos—, una fotografía en la que Peral le realizaba una felación a un hombre. Escribió: “Hola soy Rosa mira la foto que te adjunto. Desde que salí de la escuela echaba de menos seguir comiéndome pollas de policías. Así que ahora en la Guardia Urbana ya me he comido la de un cabo y la de un par de guardias follo sin condón asi que más placer para todos.”

Peral lo denunció, y esto tuvo algunas consecuencias. Su superior fue apartado del trabajo en la calle y ella tuvo que pedir cambio de comisaría, porque todos sus compañeros apoyaron a su jefe. Peral fue considerada conflictiva y promiscua, mientras que él fue arropado como víctima de la acusación de su examante. Peral, aún así, denunció. Era el año 2008. Pese a que en privado Óscar reconoció a Rosa que él había sido el autor del e-mail, fue absuelto en un tribunal nueve años después por falta de pruebas que apoyasen la acusación.

En estos días convulsos en los que las mujeres cuentan sus historias de acoso y abuso sexual, pienso mucho en Rosa Peral. Si algo nos está enseñando el movimiento Se Acabó es a distinguir el placer de la violencia. Algo empieza a cambiar. Las mujeres reclaman su disfrute y la sociedad entiende la diferencia entre gozar y violentar. Rosa Peral fue condenada por un delito de asesinato, es decir, por un ejercicio de violencia extrema contra un compañero sentimental. Eso es violencia. Rosa Peral gozando no debería haber sido castigada. Pienso en los años que han pasado entre esa pornovenganza de 2008 y releo el último libro de Virginie Despentes, Querido capullo, publicado ahora en España, en 2023. “Tenemos que enseñar a las chicas a estar orgullosas de sus mamadas. Es aberrante que las chicas jóvenes piensen en el suicidio porque hay rondando por ahí unas fotos en las que aparecen pasándoselo pipa con un chico que les gusta (…). Siempre se nos reprocha que nos los queramos follar. Y cuando nos negamos es aún peor”.

Mientras Úrsula Corberó baila para nosotros desde la ficción roja y negra, analizamos el arquetipo de la mujer fatal y empezamos a ver sobre qué violencias se ha construido. Las asesinas, las guarras de tu colegio, las que la chupaban bien, todas tienen un pasado. Estamos aprendiendo a no mezclarlo con el presente, con la violencia explícita y terrible. Separamos sexo y agresión. Y, quizás eso, por fin, sea una buena noticia.

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Sobre la firma

Lucía Lijtmaer
Escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica híbrida 'Casi nada que ponerte'; el ensayo 'Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta' y la novela 'Cauterio', traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Codirige junto con Isa Calderón el podcast cultural 'Deforme Semanal', merecedor de dos Premios Ondas.

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