_
_
_
_

Virginie Despentes: “No sé cómo sobreviviremos sin poner en duda el capitalismo”

La escritora publica ‘Apocalipsis bebé', un ‘thriller’ ambientado en Barcelona e inédito hasta ahora en español, y sacude el otoño literario en Francia con su nuevo libro, donde se mete en la piel de un acusado por el MeToo

La escritora francesa Virginie Despentes, retratada en París.
La escritora francesa Virginie Despentes, retratada en París.Grasset (PENGUIN)
Álex Vicente

Virginie Despentes (Nancy, 1969) abre la puerta de su casa, un piso tirando a modesto situado en la gentrificada zona este de París, en una avenida con nombre de libertador, lo que, en vista de la personalidad de su irreductible inquilina, resulta de lo más lógico. En el interior, entre la discografía completa de Madonna y el cartel de una película de Gaspar Noé, su perra Philomène, un enérgico bulldog que ya suma nueve años, hace piruetas para llamar la atención del visitante, antes de caer rendida sobre un sofá de color mostaza, en el que no tardará en ponerse a roncar.

En el centro de esta viñeta plácida, la escritora fuma y se ríe. Sorprende que tenga poco que ver con el estereotipo misógino de la mujer iracunda al que le siguen sometiendo sus detractores. Cabe decir que cada vez son menos. En Francia, ha pasado de ser una enemiga pública con sus primeros libros, como Fóllame o Teoría King Kong —que la convirtió en icono feminista cuando eso todavía era algo parecido a una injuria—, a una vaca sagrada, como demuestra la recepción, unánimemente positiva, de su nuevo libro, Querido capullo. En él habla de la amistad epistolar entre una actriz de culto en horas bajas y un escritor acusado por el MeToo, respecto al que la autora exhibe una sorprendente empatía. Llegará a España en septiembre de 2023 de la mano de Random House. Antes, la misma editorial acaba de recuperar Apocalipsis bebé, un libro de 2010 que permanecía inédito en castellano, mezcla de sátira social, romance lésbico y thriller barcelonés —vivió tres años en la ciudad catalana, donde sigue pasando temporadas—, que arranca con la desaparición de una adolescente problemática.

PREGUNTA. Antes la odiaban y ahora es una escritora de consenso. ¿Cómo explica este cambio?

RESPUESTA.  Es una cuestión de antigüedad. Para los lectores de 35 años, he estado aquí durante casi toda su vida. Llega un día en que puede que gustes o que te odien, pero ya no te ponen en duda. A mí me pasa lo mismo con los autores que siempre han estado ahí…

P. Hay otro factor: sus combates han pasado de la periferia al centro del debate social.

R. Sí, me he beneficiado indirectamente de que el feminismo se haya convertido en un asunto central. Hace 20 años mi posicionamiento era infrecuente, así que supongo que me estoy cobrando un rédito. Creía que este libro me pasaría factura, pero ha sido muy bien recibido, como apunta usted.

P. No han llegado protestas ni de sus detractores habituales ni desde el feminismo, que podría haberse molestado por el protagonista de Querido capullo, un acusado de acoso sexual al que usted humaniza.

R.  Tenía miedo de que hubiera reacciones violentas de las feministas, que me hubieran parecido legítimas. Supongo que se ha entendido que en ningún caso era una crítica al feminismo ni una manera de decir que el movimiento ha ido demasiado lejos. Escogí a ese protagonista porque me interesaba ponerme en el papel del culpable, en el sentido de que me reconozco en quienes tienen algo que reprocharse.

P. ¿Ha estado usted en su lugar?

R. ¿He sido excesivamente violenta en ciertas interacciones? Sí. ¿Me he comportado de forma desequilibrada en el ámbito privado, en el contexto de una ruptura sentimental? También. No tengo la sensación de haber hecho nada mal, pero no sé qué pasaría si alguien me reprochara un acto que cometí hace varias décadas. A los 53 años, llega el momento de hacer balance, de preguntarme cuál ha sido mi responsabilidad en ciertas situaciones.

P. Hace dos años defendió, en una tribuna en Libération, la ruptura del diálogo con quienes no lo merecen. “A partir de ahora, nos levantamos y nos piramos”, escribió. ¿No es este nuevo libro una marcha atrás?

R.  Escribí esa tribuna en un contexto determinado: la concesión del César al mejor director para Roman Polanski. Me dirigía a los miembros de la Academia del Cine francesa y no a Polanski. Por otra parte, no creo que su situación sea comparable con la de mi protagonista, que no es un hombre poderoso y que no ha sido acusado de violación. Quería hablar de esos hombres que han perdido sus trabajos por haber hecho auténticas tonterías, que han cometido errores, pero que no creo que merezcan la muerte. Son hombres que todos tenemos alrededor: vivimos con ellos, son amigos nuestros, trabajamos a su lado.

“Veo aparecer a una generación de hombres que cuestiona la masculinidad con una gran tranquilidad. Hasta hace poco, solo los homosexuales hacían eso”

P. Aun así, en vista de su discurso en los últimos años, ¿no cree que es contradictorio escoger a un protagonista como ese hombre?

R. No tengo ningún problema con las lesbianas radicales que no quieren tener nada más que ver con los hombres, pero yo nunca he defendido el separatismo de género. Primero, porque pragmáticamente no me parece factible. Y, segundo, porque no creo que sea deseable ni que lo vaya a solucionar todo. En mis novelas ha habido otros protagonistas hombres. Además, me gusta generar cierta incomodidad cuando escribo. Creo que es un buen lugar desde el que hacerlo. Escribir sobre un personaje de lesbiana radical no me genera el mismo malestar que meterme en la piel de ese hombre.

P. Cinco años después de su eclosión, ¿qué balance hace del MeToo?

R.  Ha sido un cambio muy importante, tanto para la gente de mi edad, que no creyó que llegaría a ver nada de todo esto en vida, como para los jóvenes. Imagine lo que supone para una chica de 16 años que le digan que no es normal que la molesten por la calle, que no es aceptable sentirse incómoda en el trabajo por ser más o menos guapa, que no es admisible que le paguen menos que a un hombre. En definitiva, que las mujeres han dejado de ser ciudadanas de segunda categoría. Y otro factor decisivo es que esas chicas jóvenes están rodeadas de hombres que ya no son como los de mi generación...

P. ¿Qué lugar deben ocupar los hombres en el movimiento?

R.  Pueden pronunciarse libremente contra el patriarcado, pero no creo que sea necesario que tomen la palabra dentro del feminismo, de la misma manera que yo, como persona blanca y francesa, no me atrevería a hablar en nombre de los congoleños. En cualquier caso, veo aparecer a una nueva generación de varones que cuestiona la masculinidad con una gran tranquilidad. Hasta hace poco, solo los homosexuales llevaban a cabo ese trabajo de deconstrucción.

“Annie Ernaux es un equivalente a lo que Zola debió de suponer para su época. Es uno de los nuestros. Pero, a diferencia de ella, yo nunca me sentí inferior por mis orígenes humildes”

P. ¿Qué importancia atribuye al Premio Nobel que acaba de ganar Annie Ernaux?

R. Es una autora a la que he seguido siempre. Los armarios vacíos fue uno de los pocos libros que me regaló mi padre. Cuando la leí por primera vez, me pareció un equivalente a lo que Zola debió de suponer para su época. Ernaux procedía, igual que mi madre, de una familia de tenderos. Era una de los nuestros. Es importante que el Nobel haya premiado a una autora que hizo literatura a partir de una serie de temas considerados menores por el hecho de ser femeninos, como el aborto, el desengaño amoroso o la pasión que no lleva a ninguna parte. La suya es, además, una literatura de la vergüenza. En sus libros, siempre se trata de analizar esa vergüenza hasta llegar a trascenderla, de hacernos entender que todos compartimos ese sentimiento.

P. ¿La vergüenza también es importante en su propia obra?

R. Es una noción central. Todos mis personajes deberían sentir vergüenza, pero no la sienten, de la puta de Fóllame al sin techo de Vernon Subutex. Y yo misma, en Teoría King Kong, escribí que fui violada y que me prostituí. Fue una manera de no dejarme avasallar por la vergüenza. La diferencia con Ernaux es que yo nunca sentí un sentimiento de inferioridad provocado por mis orígenes humildes, tal vez porque no fui a la universidad y nunca me fascinó la cultura burguesa. Al revés, yo venía del mundo del punk y del rap, y me parecía que los pijos vestían mal y que no escuchaban la música adecuada.

P. ¿Qué importancia tuvo la contracultura en sus años de formación?

R. Fue fundamental. Llegué a Lyon a los 17 años y formé parte de la escena alternativa de esa ciudad rica y católica, que era realmente inmensa, como suele serlo en todas las ciudades ricas y católicas. La idea del grupo, de formar parte de un colectivo, era muy importante. Diría que los jóvenes de hoy están mucho más solos. Un chaval que tiene éxito en Instagram o en TikTok entra en una lógica productiva y económica en las antípodas de la que nos regía a nosotros. Nosotros no buscábamos el éxito comercial y ser minoritario nunca suponía un problema, mientras que lo que todo el mundo persigue hoy es obtener el máximo de seguidores. Un influencer de éxito es un empresario de sí mismo que tiene que crear contenido y negociar con las marcas. Yo uso mucho TikTok, que es una red social que me encanta, pero no querría estar en la piel de esos jóvenes. Me siento incluso un poco culpable cuando los observo…

“Me encanta TikTok, pero no querría estar en la piel de esos jóvenes. No los hemos protegido, los hemos dejado solos ante el peligro”

P. ¿En qué sentido?

R. No hemos protegido a esa generación. Los hemos dejado solos ante el peligro. Luego nos sorprende su relación con el porno o que haya casos de suicidio de chicos y chicas que han sido víctimas de acoso. Eso es infinitamente peor que el egocentrismo al que nos llevan esas redes. En el fondo, siempre hemos sido narcisistas. Y siempre han existido conflictos violentos entre personas que opinaran distinto, que no es algo que se inventara Twitter. Pero no sé si existía una violencia equivalente a recibir un millar de insultos en una sola noche. Yo viví algo parecido antes de que existieran las redes, con algunos de mis libros y películas, y por eso sé lo duro que es. Ese tipo de ataques son una experiencia que te cuesta años olvidar.

P. Sus últimos libros traducen una voluntad de volver a humanizar un mundo donde reina la brutalidad.

R. Me hago mayor. Supongo que intento transmitir cosas que me han resultado beneficiosas, como preferir el grupo a la individualidad recalcitrante. Es un proceso que empezó con Apocalipsis bebé. Ahora ya no veo a los demás como enemigos. Antes escribía como si me clavaran cuchillos sin parar y en tiempo real. En los últimos años me he estabilizado emocionalmente y he aprendido a respirar mejor. Ahora desconfío de los excesos de ira, de sus efectos en mí misma y en los demás. La ira es algo que lo quema todo a tu alrededor. Me dije que las personas que me rodeaban tenían derecho a levantarse por la mañana sin temer uno de mis ataques de furia.

P. ¿Qué cambió con Apocalipsis bebé?

R. Me dio mucha confianza en mí misma, pese a que entonces no lo viera así. Vendió 200.000 ejemplares, recibió buenas críticas y con él gané mi primer premio importante, el Renaudot. Es un libro más complejo, más novelesco, con un mayor número de personajes, que me animó a seguir escribiendo sobre situaciones que no estuvieran ligadas a mi experiencia íntima. También fue mi primer libro que adoptó una vía un poco más intelectual. Irme a vivir a Barcelona con Paul B. Preciado fue crucial, porque escribí el libro durante esos años, entre 2007 y 2010. Al lado de Paul, descubrí un ambiente universitario que me aportó mucho. Antes de estar con él, nunca había acudido a escuchar conferencias de tres horas impartidas por teóricos y profesores. Hacer eso regularmente es como practicar deporte cada día: tu cuerpo acaba cambiando.

“Barcelona me liberó, porque nadie me reconocía por la calle. Ahora me gusta, porque a mis 53 años nadie me miraría si no fuera famosa, pero entonces, a los 35, no lo veía así”

P. ¿Qué le aportó Barcelona, donde transcurre el libro?

R. Al principio me costó entender el nacionalismo catalán, siendo francesa. Mi país está tan centralizado que siempre nos cuesta un poco hacernos a la idea. Acabé entendiendo que cada lugar tiene una historia distinta, lo que me parece estupendo. Ahora leo el catalán, aunque todavía no lo hablo, y tengo un piso en el Poble Sec. He seguido vinculada a la ciudad. En su día me gustó mucho descubrir el ambiente militante de la ciudad, que era muy activo y estaba muy politizado, pero que también era muy alegre y festivo. En París, en cambio, la militancia siempre me ha parecido más punitiva. Por otra parte, fue muy liberador que, de repente, nadie me reconociera por la calle. Ahora me gusta, porque a mis 53 años nadie me miraría si no fuera famosa, pero entonces, a los 35, no lo veía así…

P. Menciona a menudo su edad. ¿Le preocupa envejecer?

R.  A partir de los 50 te empiezas a preguntar cuántos libros te quedan por escribir. Despides a algunos amigos un poco mayores que tú con relativa normalidad, mientras que en la juventud la muerte siempre es algo absolutamente inaceptable. De repente, empieza a haber más últimas veces que primeras veces. Y, como dice la propia Ernaux, hay una menor posibilidad de experimentar grandes sorpresas. Por lo menos, en lo personal. Pero no todo es triste. La verdad es que, pese a todo lo dicho, nunca he estado tan bien como ahora.

P. ¿Cómo analiza el auge de la extrema derecha, a la que se ha opuesto durante toda su vida?

R. Políticamente, mi generación se encuentra en una situación de derrota. Y, a la vez, en la mayoría de países del mundo, la ultraderecha todavía no ha alcanzado el poder. No creo en el fatalismo. Prefiero sentirme un poco optimista, porque si no… Para plantarle cara, hay que hacer circular discursos distintos a los suyos, vivir otras vidas al margen de los parámetros que ellos nos imponen. Pero también tenemos que aprender a formular nuestras ideas en entornos que ya no nos resultan favorables. Debemos aceptar que, en este momento, estamos del lado de los perdedores. Tenemos que aprender a vivir en disidencia, aunque creo que es algo que se aprende rápido.

“Políticamente, mi generación se encuentra en una situación de derrota. Debemos aceptar que estamos del lado de los perdedores y aprender a vivir en disidencia”

P. ¿En qué espacio político se sitúa usted?

R.  Deposito mi esperanza en la izquierda antiliberal. Por ejemplo, me interesa Philippe Poutou, candidato del Nuevo Partido Anticapitalista, que es alguien al que sigo de cerca.

P. ¿No es una apuesta muy minoritaria para que tenga resultado? En las últimas elecciones presidenciales obtuvo el 0,77% de los votos.

R. Sí, pero eso puede cambiar. Yo nací en una Francia donde la extrema derecha era ultraminoritaria y ya ve dónde se encuentra hoy. El vuelco se puede hacer muy fácilmente. Y, en cualquier caso, no sé cómo podremos sobrevivir sin poner en duda el capitalismo y sus principios.

P. ¿Cree en la revolución?

R. Prefiero hablar de un desenganche, de una desconexión respecto a ese modelo. Veo aparecer a una generación que no quiere vivir una vida que sea un asco. Y creo que tanto usted como yo lo veremos antes de morir. Si no se produjera ese cambio, preparémonos para lo peor, para un mundo controlado por los algoritmos. Las peores distopías nos parecerán agradables al lado de lo que podría suceder.

‘Apocalipsis bebé’. Virginie Despentes. Traducción de Robert Juan-Cantavella. Random House, 2022. 312 páginas. 21,90 euros.

Puedes seguir a BABELIA en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_