Dostoievski y Ucrania en Japón
Solo unos pocos especialistas rusos acuden al simposio sobre el escritor que se celebra en Nagoya, y no se atreven a hablar sobre la guerra por el estado de opresión en su país
Hay países, como Japón, donde una edición de Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski, puede llegar a vender un millón de ejemplares. En Rusia, por otro lado, desde que empezó la guerra con Ucrania, el escritor más vendido es, igualmente, Dostoievski. Son datos que se citan en el Simposio de la Sociedad Internacional Dostoievski (IDS), que en su decimoctava edición se ha celebrado en la Universidad de Nagoya (Japón), a finales de agosto. En el período de la Guerra Fría, la International Dostoievski Society ya intentó asumir también cierto papel mediador, ya que la mayoría de los investigadores que la componen son norteamericanos y rusos. “Entre los numerosos colegas rusos que, dedicándose a la obra de Dostoievski, deberían de saber muy bien lo que es el sufrimiento humano, nadie ha condenado la invasión rusa de nuestro país, ni ha expresado compasión” escribió una colega ucrania argumentando por qué ningún miembro de la Sociedad Dostoievski de su país va a venir a la cita en Japón.
Una decena de colegas rusos sí ha acudido al encuentro; una tercera parte de lo habitual. Los que han venido de Rusia no se atreven a hablar de la guerra. Solo a momentos aparece una terminología neutra: “momentos difíciles”; “tiempos duros”; “lo que está pasando”. Así que el resto de la comunidad dostoievskiana, que seguimos con gran ansiedad la invasión rusa de Ucrania, no podemos saber lo que piensan. Ni sobre la guerra, ni sobre la ausencia de los colegas ucranios. Pero se les ve moralmente y hasta físicamente abatidos. Algunos nacieron antes de la muerte de Stalin y seguramente pensaban que no volverían los tiempos en los que temerían por su integridad física, mental y moral. El miedo debilita y hunde; el silencio forzoso además desintegra el alma.
Así que en los cinco días de las actividades académicas y otras que las acompañan, más distendidas, nadie ha hablado abiertamente de la guerra. Unos, porque no pueden; los demás, por muy armados de argumentos que vinimos de los cinco continentes para escuchar lo que opinan los colegas rusos, porque de repente nos volvemos cómplices de su silencio. Sabemos suficientemente sobre la situación que se crea en el país eslavo cuando es gobernado por un déspota, como ha vuelto a pasar. “Vosotros trabajáis, y podéis ver los resultados de vuestro esfuerzo y la perspectiva de vuestra vida, a diferencia de nosotros”, me escribió otro amigo ruso hace unas semanas, informándome sobre su nuevo libro. En su caso, alcanzó notable éxito en la profesión a la que empezó a dedicarse por haberle sido impedido continuar investigando en el ámbito de la historia social, por motivos políticos.
No hace falta explicar en un país como España las consecuencias de una dictadura —y la Rusia de Putin lo es— sobre la psicología y el comportamiento de la gente. Incluso los más rebeldes y resistentes tiran la toalla. Envueltos en apatía, otra vez tienen la impresión de no poder ni controlar ni influir en lo que pasa en su país o en la política rusa.
“Nosotros no hemos elegido el poder que tenemos”, me insiste varias veces uno de los colegas rusos durante el congreso en Nagoya. La verdad es que no entro más en los argumentos, porque veo que lo dice como si fuera una catarsis. Sería violento continuar la conversación en la misma dirección. Los intelectuales rusos contrarios a la guerra no pueden hablar de ello si siguen en Rusia, o quieren volver allí. Sería hipócrita no entenderlo.
Algo parecido pasó en Yugoslavia, mi país de origen. Desde mi exilio barcelonés yo podía clamar contra el presidente Slobodan Milosevic, entre todos los malos políticos de la época el más responsable por los conflictos en los Balcanes occidentales en la década de 1990. Pero no podía esperar lo mismo de mis amigos y colegas que se quedaron allí; no tenían la misma libertad. Aunque, si se menciona Serbia y la antigua Yugoslavia, hay que decir que Milosevic era un don nadie comparando con Putin.
Respecto a la guerra que ha sacudido no solo a Ucrania y a Rusia, sino al mundo entero, esperaba escuchar y entender más durante los días dostoievskianos en Nagoya. Pero no ha sido así. Un silencio extraño ha rodeado a todos, no solo a los rusos. Una especie del mutismo que solo a momentos se rompía. “Lo que ocurre es una agresión rusa y un trágico error político por parte del Kremlin”, apuntó el nuevo presidente de la IDS, el italiano Stefano Aloe, recordando la misión reconciliadora que puede tener una asociación académica como esta. En ciertos momentos los académicos rusos se ponían a discutir entre ellos por motivos académicos. “Hemos adaptado la lengua decimonónica de Dostoievski a la lengua moderna rusa al transcribir sus manuscritos, para facilitar el trabajo de los investigadores”, argumentaba un colega presentando la extraordinaria labor de varias décadas llevado a cabo por parte de la Academia de Letras y Ciencias ubicada en San Petersburgo. “Hay que preservar la forma tal cual lo ha escrito Dostoievski”, exclamaban los que se dedican a algo afín en otros centros académicos de Rusia, utilizando además expresiones que rozaban lo ofensivo.
Ante tal espectáculo, por otro lado habitual entre la élite académica rusa, se impone la pregunta: ¿Cómo puede esperarse el pluralismo político en un país donde ni los científicos admiten que puede haber más de una opinión acerca de una misma cosa o fenómeno?
El último día resonó como una especie de deus ex machina la voz de Fuminori Nakamura, uno de los célebres escritores japoneses invitados a clausurar el simposio: “Ante la terrible guerra en Ucrania, me pregunto a menudo ¿qué pensaría y diría hoy Dostoievski si aún viviera? En primer lugar, creo que vería que la guerra entre dos pueblos que comparten la misma etnia eslava, y además mayoritariamente la misma confesión del cristianismo ortodoxo, es un sinsentido. Y que lo principal es intentar salvar la vida de las personas que puedan morir hoy o mañana. Seguramente pediría el cese de fuego y el comienzo de las negociaciones. El humanismo de Dostoievski, que creía en la hermandad universal humana, siempre es actual”.
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