Los dibujos de Dora Maar en Ménerbes
La admiración incondicional de la autora por Picasso queda plasmada en las obras que ella realizó durante su relación
“Querido Picasso. Si se reuniera en un llano a todos los perros que han existido con un solo hombre, un solo dueño, qué fuerza tendría ese gran amor, la bondad, la resignación de cada uno de esos perros por su dueño. Lo amo, y así es como quiero amarlo (…)”.
Esta frase, publicada en mi libro Dora Maar. Más allá de Picasso (Circe Ediciones, 2013) fue escrita por la fotógrafa y pintora al inicio de su relación con el artista malagueño. La frase es sobrecogedora por lo que indica no solo de amor fou, sino de sumisión y masoquismo. Y, en efecto, la relación que los unió fue sadomasoquista, en la que Picasso actuó como un maltratador psicológico y ella como la víctima. Pero, al igual que sucede en la vida real, el maltratador era seductor, inteligentísimo, simpático y hasta ocasionalmente colaborador intelectual. Y ella no era cualquier tontaina ni cualquier ingenua, sino una mujer hecha y derecha, con gran carácter y una vida propia de fotógrafa ya reconocida. Su admiración incondicional por él se plasmó también en los dibujos que ella realizó durante su relación con él.
Y para verlos viajé el pasado 8 de agosto a Ménerbes [Francia], a la Casa Dora Maar. Este imponente caserón de tres plantas, con 18 ventanas de porticones pintados de verde oscuro y una entrada de piedra tallada, fue un regalo que Picasso le hizo a Dora Maar en 1945, un regalo en cierto modo “envenenado” porque él ya llevaba dos años frecuentando a Françoise Gilot.
Yo había visitado la casa por primera vez en 2001, que entretanto había sido comprada por la filántropa norteamericana Nancy Negley. Todo rezumaba entonces una desoladora dejadez: casi vacía, con algunos muebles desvencijados y con la mobilette de la fotógrafa llena de polvo. Negley, recientemente fallecida, había guardado, lavados y planchados, los vestidos de Dora Maar que allí quedaban, desde uno de Marcel Rochas hasta su bata de pintora, que fueron regalados a los Museos de Marsella. Hoy en día la casa es una magnífica residencia para escritores y artistas, decorada con excelente gusto y con la mobilette reluciente, cuya imagen está impresa en los productos de merchandising que el lugar exhibe y vende.
Y allá se exponen los Dibujos de atelier, que han sido prestados por unos coleccionistas y se muestran por primera vez públicamente. Algunos pertenecen al período de su convivencia con Picasso y otros son posteriores. Dora Maar había aprendido a pintar en la Academie Lhote y, tras su etapa como fotógrafa, hacia 1937 retomó la pintura, que ya no abandonaría. “¿La obligó Picasso a pintar?”, me preguntan una y otra vez. “No”, respondo; ella estaba un poco cansada de la fotografía y al convivir con el mejor pintor del siglo decidió retomar la pintura. “¿Qué le decía Picasso?”, le pregunté a ella directamente en 1994 cuando la entrevisté. “Me decía: ‘Hay que continuar”, o sea, que le daba ánimos, algo natural en un artista que contempla a una colega.
Un buen número de estos dibujos está directamente influido por su mentor, con estudios de rostros cubistizantes, como tallados en madera, geometrizados, construidos con cuadrados, rombos, esferas o conos. En una hoja puede llegar a haber 40 variaciones, prueba del carácter obsesivo de Dora y de su afán por experimentar, como el de Picasso.
El artista malagueño pintó entre 1940 y 1942 muchos despertadores, y Dora Maar dibujó numerosas variaciones del tema, algunas casi idénticas a las de su amante. Pero mientras él conseguía con dos líneas suplementarias hacer de un despertador un personaje, ella nunca llegaba a tal extremo de invención y radicalidad. Ella intentaba emular las invenciones de Picasso en las distorsiones de los cuerpos, pero algunas le quedaban caricaturales. Cuando sintetizaba mucho las figuras, como en dos retratos de Picasso y en los estudios previos a su retrato de Jacqueline Lamba, entonces resultaba incomparablemente mejor. Y cuando se dejaba ir y dibujaba mosquitos femeninos al claro de luna rezumaba originalidad.
Pero, aparte de ello, el catálogo reproduce algunos extractos de conversaciones entre Dora Maar y Picasso transcritas por ella misma en un cuaderno.
Maar escribe que, cuando a ella la operaron en 1949, Picasso la fue a visitar a la salida de la clínica (una buena prueba, es evidente, de que no carecía de sentimientos). “Él me permite hacerle algunas críticas sobre su cartel con una paloma”, transcribe Dora Maar. “Me las acepta con benevolencia y me dice que va a hacer una bella paloma para él, con una cabeza de toro y un buen par de c… para simbolizar la paz”. Y, admirando unas flores enviadas por una amiga a la fotógrafa convaleciente, Picasso exclama: “Dios está loco al hacer estas cosas. Tantas invenciones, más y más invenciones. Dios es un tipo que se me parece”.
Picasso, genio y figura hasta la sepultura.
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