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CELAC
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Después de la cumbre UE-Celac: evitar otra década perdida

La UE y Latinoamérica han recuperado un impulso diplomático ocho años después que no pueden volver a perder

EU CALAC Bruselas
Dirigentes europeos y latinoamericanos durante la cumbre UE-Celac en Bruselas, el pasado 17 de julio.JOHANNA GERON (REUTERS)
Josep Borrell

Como Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad, ha sido mi prioridad dar renovada forma política al sentimiento de comunidad que une Europa y América Latina y el Caribe (ALC). Un sentimiento forjado por los trasiegos de millones de personas de un lado al otro del Atlántico, unidos por una historia, lenguas y culturas comunes. Y para ello, la reciente III Cumbre UE-Celac [Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños], que ha reunido en Bruselas a los líderes de 60 países, casi un tercio de los miembros de las Naciones Unidas, el 14% de la población y el 21% del PIB mundiales, ha relanzado nuestra asociación estratégica como aliados necesarios.

Esta cumbre imprescindible ha sido un gran paso diplomático impulsado junto con la presidencia española del Consejo de la UE. Hemos superado un largo periodo de desencuentro desde la anterior cumbre, celebrada hace ocho años. Casi una década que no podemos volver a perder. El mundo ha cambiado drásticamente desde entonces, con la emergencia de China, los devastadores efectos globales de la pandemia y de la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania. Nos queda ahora mucho trabajo por delante para impulsar una agenda compartida mutuamente beneficiosa para las dos regiones.

Ni en la UE ni en ALC queremos regresar a la guerra fría ni a una política de bloques. Al contrario, queremos promover una visión pluralista de la comunidad internacional asentada en normas, diálogo, cooperación y resolución pacífica de los conflictos. Esta visión está en peligro y, en un mundo de gigantes, cada uno de nosotros no puede defenderla solo. No olvidemos que más allá de inversiones, comercio o diplomacia, los puentes más sólidos que podemos tender entre la UE y ALC son los que refuerzan los derechos y las libertades políticas.

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A pesar de la pandemia, he viajado seis veces a ALC y he percibido bien cómo la inercia centenaria de nuestra relación había perdido fuelle. He percibido el resquemor por la negligencia que se atribuye a Europa en su acercamiento a ALC. Y ello a pesar de que las empresas europeas siguen siendo el mayor inversor en la región, con una inversión directa de casi 700.000 millones de euros a finales de 2021, más que lo invertido por la UE en China, Rusia, Japón e India juntos. China, sin embargo, se ha convertido gracias a su escala en el primer socio comercial de casi todos los países de ALC y mientras tanto nuestros proyectos de acuerdos de asociación y comerciales han permanecido estancados o esperando demasiado tiempo urgentes modernizaciones. A este impasse se ha unido el sentimiento de que, aunque compartimos valores y una visión del mundo, nuestras prioridades no siempre coinciden.

Por eso, la cumbre ha decidido modernizar nuestra relación para adaptarla a los grandes retos globales. Con una mayor regularidad para nuestros diálogos políticos de alto nivel, cumbres regulares cada dos años, una instancia de coordinación permanente y una hoja de ruta birregional, con acciones concretas hasta la cita en 2025 en Colombia.

En esta cumbre hemos presentado, junto a los Estados miembros de la UE, una agenda de inversiones que suma contribuciones europeas por 45.000 millones de euros hasta 2027 en energías renovables, la transformación digital o la innovación farmacéutica y el fortalecimiento de los sistemas sanitarios. También hemos suscrito una Alianza Digital con 20 países de la región a fin de defender juntos una transformación digital centrada en el ser humano, especialmente importante para una región que se enfrenta a elevados niveles de desigualdad y una productividad estancada.

El objetivo de ese esfuerzo inversor es modernizar y estrechar lazos, no dependencias. ALC quiere aprovechar las nuevas transiciones para industrializar sectores clave y agregar valor a su enorme potencial en biodiversidad, energías renovables, producción agrícola y materias primas estratégicas. Quiere crecer, pero con mayor igualdad y sostenibilidad, situando a las personas en el centro de la transición ecológica y digital, pero también social. Nuestra relación debe ser fundamentalmente política y no puede reducirse ni resumirse en un listado de inversiones, pero Europa puede aportar capacidad tecnológica y también necesita alianzas con socios confiables para diversificar sus cadenas de suministros.

Para los europeos es urgente comprender que debemos comprometernos no solo con nuestros problemas, sino con los problemas de nuestros socios. ALC nos pide ampliar nuestra agenda para buscar soluciones a cuestiones clave que caen bajo la rúbrica de la justicia global: alivio de la deuda, financiamiento climático, bonos verdes y atracción de inversión privada, reorganización de cadenas de valor a escala global (evitando políticas extractivistas), nuevos acuerdos comerciales, fiscalidad a escala global, lucha conjunta contra las drogas y crimen organizado, entre otros temas. Esto implica también estar dispuestos a reformar el sistema multilateral y las instituciones financieras internacionales para que sean más justas y representativas. En definitiva, la región pide su espacio e influencia en las principales mesas de decisión del mundo.

La cumbre no ha representado un avance sustantivo en las negociaciones con Mercosur, pero tampoco se esperaba que lo fuera. Las negociaciones concluidas formalmente en 2019 con un “acuerdo de principio” continúan para lograr un acuerdo definitivo que dé respuesta a las expectativas de las dos partes.

Nuestra relación debería contribuir a construir una nueva prosperidad social descarbonizada, en acertada frase del presidente de Colombia, haciendo que la defensa del planeta sea compatible con el progreso material y la equidad social. También debemos superar nuestras diferencias geopolíticas. La gran mayoría de ALC ha condenado en las Naciones Unidas la invasión rusa de Ucrania. Pero la importancia relativa de esta guerra de agresión en el conjunto de los problemas mundiales no se percibe de igual manera. Las últimas horas de discusión del comunicado final reflejaron bien esta tensión entre la cerrada unidad europea ante una cuestión existencial y los diferentes matices en el seno de ALC. La cuestión se saldó con la exclusión de Nicaragua, pero no de Cuba ni de Venezuela, de la redacción final, que hace clara referencia a una guerra “contra” Ucrania y no “en” Ucrania.

Mi conclusión de la cumbre es que la defensa de los principios de la Carta de las Naciones Unidas y de un sistema internacional basado en normas en una época de tendencias autoritarias y dinámicas populistas requiere más que nunca de un decidido partenariado geopolítico y geoeconómico entre la UE y ALC. No podremos hacerlo solos y no podemos permitirnos otra década perdida.

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