Por correo
Se dice que una organización política no se constituye en Estado hasta que el correo funciona correctamente y las cartas llegan con puntualidad a su destino
Se dice que una organización política no se constituye en Estado hasta que el correo funciona correctamente y las cartas llegan con puntualidad a su destino. En su conjunto las películas del Oeste muestran la forma cómo se fue cohesionando esa gran nación, una epopeya que estuvo marcada por dos iconos, absolutamente idolatrados, el rifle Westminster y Colt 45, frente a la diligencia arreada por tres parejas de caballos. Con esas armas, que todavía permanecen muy activas en el cerebro de los norteamericanos, se dirimía, tirando de gatillo, la más leve disputa política; en cambio, todo parecía estar en orden si la diligencia no había sido asaltada por el camino y llegaba a su hora el poblado con la saca del correo. De la diligencia se apeaban esos personajes que tantas veces hemos visto en las películas de John Ford. Podía ser la chica alegre del salón, algún abogado polvoriento, un juez de la horca, el dueño de una mina de oro, un pistolero a sueldo, un predicador borracho. Las cartas las recibía en la oficina postal un empleado con visera y manguitos quien con voz gangosa se las entregaba a los granjeros que llegaban en la carreta al poblado para abastecerse en el colmado de abarrotes. En tiempo de elecciones también se apeaba de la diligencia para hacer un alto en el largo viaje hacia Washington o Filadelfia un caballero con levita y sombrero de copa. Era el compromisario encargado de elegir al presidente del Estado federal con el acta de los votos que llevaba en una bolsa de cuero. Toda la historia de Norteamérica se puede dilucidar entre el rifle y la diligencia. Lentamente los caminos fueron cada vez más seguros y por ellos discurría el correo como la sangre circula por las venas para conformar el cuerpo. Al depositar el voto por correo deberías pensar que el ciudadano hoy es definido más por su código postal que por su código genético.
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