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Tribuna
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A punto de perderlo todo

Cuando el odio y todo lo demás llegan a las instituciones, hasta la mayoría de los que habitan con gusto el sistema hegemónico blanco y heteropatriarcal pierde. Imaginaos nosotras, que siempre perdemos las primeras

Manifestacion aborto en Madrid
Manifestación en Madrid a favor del derecho al aborto, en septiembre de 2019.David Fernández (EFE)
Lara Moreno

Era septiembre de 2021 y yo escribía, en este mismo periódico, acerca de nuestra roñosa libertad. Me estaba refiriendo a la limitada libertad que tenemos las mujeres para abortar en este país en la sanidad pública, a pesar de las leyes que supuestamente nos amparan. Porque abortar en una clínica privada no es libertad, es privilegio. Me refería a la roñosa libertad de todas, pero hablaba en primera persona, y yo, fijaos, soy una mujer blanca, española, heterosexual, con carrera, trabajo y sin problemas económicos, por el momento. Es decir, que mi libertad, aunque roñosa, es holgada, mucho más que la de muchas. Que cuento con recursos para salir relativamente indemne de las embestidas machistas con las que me he encontrado y me encontraré a lo largo y ancho de mi vida, en cada territorio de este país, que es el que habito. En la familia, en la intimidad, en la consulta de algunos médicos, en el mundo laboral, en la calle. Y aun así, guardo mis marcas; algunas, muy recientes.

Era septiembre de 2021 y estábamos en el ecuador de una legislatura que se ufanaba igualitaria, feminista. Y a pesar de eso, fijaos: nuestra sociedad, en lo que a libertades, igualdad y derechos se refiere, aún sacaba buena nota en machismo, en racismo, en clasismo, en homofobia, en transfobia, en hipocresía y cerrazón. Ahí estaba el movimiento feminista intentando ampliar el foco, y los movimientos antirracistas, y el movimiento LGTBIQ+, y un montón de personas poniendo el dedo en la llaga de las desigualdades, de todo lo que aún hacía falta para que este llegara a ser un lugar digno de ser vivido, en igualdad de derechos, para todas y todos. Un lugar donde estar a salvo.

Porque estaréis conmigo, ya no sé cuántos, ya no sé quiénes, pero estaréis conmigo: esta sociedad, en septiembre de 2021, por poner una fecha al azar, aquel 28 de septiembre, día del aborto, por ejemplo, esta sociedad, en ese momento, aún daba a veces miedo y un poco de asco. He dicho miedo y asco, pero no os asustéis, no estoy balbuceando como una pesada histérica, enfadada y a punto de incomodar: estoy hablando con propiedad. Claro que sé que hemos avanzado muchísimo desde, por ejemplo, 1978, cuando todavía se podía encarcelar a los homosexuales gracias a la Ley de Peligrosidad Social, o desde 1981, antes de que se aprobara el divorcio, o desde 1984, justo antes de que el aborto dejara de ser completamente ilegal en España. O incluso, pongamos, desde antes de octubre de 2004, cuando todavía no había sido aprobada por unanimidad en el Congreso de los Diputados la Ley Integral contra la Violencia de Género. Claro que sé. Hemos avanzado mucho. Y en esta legislatura, un buen trecho. Pero no lo suficiente.

Porque también sé que las leyes que buscan el progreso se aprueban sobre un montón de cadáveres y cuerpos magullados y aun así se adelantan a la mayor parte de la sociedad a la que amparan. Porque una cosa es la ley y otra la vida, la educación, la tradición, el sistema de poderes hegemónicos fuertemente arraigado (este sí, siempre real y efectivo, a la derecha y a la izquierda) y el aire que nos toca respirar. Y así, por dar un dato, el jueves falleció la mujer de 36 años apuñalada por su expareja en Móstoles, y quizá alguien recuerde, por hacer memoria, a Brayan y Yeisson, que en el mes de mayo sufrieron una brutal paliza homófoba y racista en Villabona. Y ahora podría empezar con una ristra de nombres, de casos, de ejemplos, pero es que yo no vine a esto, hoy no. (¿No os sentís abatidas?) No quería explicar, una vez más, la evidencia. (¿No tenéis algo quemando en la garganta?) Cuando me puse a escribir esto, lo confieso, solo quería gritar. (¿No tenéis miedo?).

En septiembre de 2021, en medio de una legislatura igualitaria, progresista, feminista, yo me senté a escribir una tarde, y desde la rabia y también desde el dolor hablé sobre el territorio de nuestra roñosa libertad. Una roñosa libertad que, no se engañe nadie, nadie se confíe, había que seguir conquistando, puliendo, peleando día a día y centímetro a centímetro hasta abrir un hueco lo suficientemente grande para que por fin la luz nos reventara a todas en la cara. En aquel momento, el contexto histórico me hacía de resguardo. Las palabras podían ser pronunciadas.

No han pasado ni dos años, es julio de 2023 y hoy escribo desde una cierta parálisis. Tengo la sensación de que, desde hace unas semanas, la palabra feminismo se ha borrado del escenario. Parece que ahora pierdes puntos por pronunciarla. Si se pronuncia ha de ser con la boca pequeña, de pasada, puntualizando. Feminismo, pero. Como si no supiéramos que después del silencio solo llega la oscuridad.

No quiero enumerar lo que está ocurriendo en esos lugares recién conquistados por quienes se comportan como bárbaros. Ya lo sabéis. El odio, la censura, la intolerancia, el autoritarismo, el negacionismo están llegando a las instituciones. No, nuestra democracia no es perfecta, ni mucho menos. Y nuestra sociedad, ya lo vemos, es agua desbordándose en caudalosa corriente: el empuje se ha forjado dentro y fuera de las fronteras con décadas y décadas de vacío, precariedad y desprecio.

El odio y todo lo demás siempre han estado ahí, en la calle, nunca se han ido. En los lugares de trabajo y en los lugares de quienes no tienen trabajo. En las escuelas, también en las casas. En el miedo, la envidia, el recelo, el desconocimiento. En el afán de someter a quien el sistema considera más débil. En la intimidad de las habitaciones, en las manos arrugadas en el fregadero al final de un día eterno de hueso machacado y tristeza. En la pantalla de un teléfono móvil que hoy ya es mucho más que el más perverso mecanismo de control. Pero cuando el odio y todo lo demás llegan a las instituciones, entonces lo perdemos todo. Hasta la mayoría de los que habitan con gusto el sistema hegemónico blanco y heteropatriarcal pierde. Imaginaos nosotras, que siempre perdemos las primeras. Ese nosotras inmenso donde caben, por supuesto, todas las banderas arcoíris, también las de la franja marrón.

No quiero vivir la posibilidad de ese país que hoy acierto a vislumbrar. No quiero imaginarme un mañana donde la palabra que haya que pronunciar con disimulo sea la palabra libertad. ¿Os acordáis? Aquella palabra que solo tuvo un significado, durante tanto tiempo. Aquella conquista gloriosa, siempre por perfeccionar, que ha sido la única lucha noble del ser humano.

No importa que ya no creamos en nada. No importa que ya no creamos en nadie. A punto de perderlo todo, nos queda la revolución. Decidme que iremos a por ello.

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