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Columna
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El populismo ya estaba inventado

Habría que revisitar los singulares mítines del Alfonso batallador y faltón para tranquilizar a estos viejos socialistas que temen por la deriva radical populista del PSOE

La bancada socialista se ríe en una intervención de Alfonso Guerra en el Congreso de los Diputados, en 1980.
La bancada socialista se ríe en una intervención de Alfonso Guerra en el Congreso de los Diputados, en 1980.MARISA FLÓREZ
Elvira Lindo

A Alfonso Guerra le ha caído una buena reprimenda por definir a Yolanda Díaz como una suerte de Mélenchon vestida de Christian Dior. La crítica se ha centrado en el tufillo machista que respiraba el comentario, porque así era, pero juzgarlo solo en ese aspecto me parece reductor. Para empezar, respondiendo a la verdad, no le veo a Díaz trazas de melenchona, dado que, recordemos, en los tiempos difíciles que nos tocaron vivir a raíz de la pandemia lo que hizo la ministra de Trabajo fue contener con medidas sociales la desesperación, algo que dista mucho de agitar a las masas contra el sistema. Por otro, es curioso que Guerra vea con tanta frecuencia el populismo en el ojo ajeno y no en el propio. Creo que fuimos muchos los que descubrimos lo que era un discurso populista escuchando las hiperbólicas arengas de Guerra. Cuando Guerra subía a un escenario, sobre todo en nuestra tierra andaluza, los asistentes esperaban una buena faena de diversión y emociones fuertes. Como el mítico diestro salía a matar. Sus armas eran la ridiculización del adversario y un enardecimiento de masas basado en la identificación sentimental del político con aquellos a los que denominaba “descamisados” de la tierra; era un lenguaje de tintes peronistas, aunque entonces no fuera aquella una referencia ideológica. Siempre me pareció un personaje inaprensible: cuando no estaba mitineando, se mostraba hosco, alimentaba con celo una leyenda no exenta de un donjuanismo misterioso y parecía dolido siempre por no poder entregarse a ese retiro intelectual del que había sido arrebatado por la ineludible obligación histórica de cambiar este país puñetero. Le gustaba mostrar su desapego del poder, pero no debía de ser para tanto cuando resistió en política casi 30 años.

Tal era la diferencia entre el Guerra particular y el Guerra mitinero que una habría afirmado que el vicepresidente socialista contaba con un doble, de tal forma que el desabrido Alfonso se quedaba en casa escuchando a Mahler, sabedor de su escaso don de gentes, mientras enviaba al gemelo, pleno de audacia y malevolencia, a subir a la tribuna para protagonizar uno de aquellos monólogos histriónicos. Habría que revisitar los singulares mítines del Alfonso batallador y faltón para tranquilizar a estos viejos socialistas que temen por la deriva radical populista del PSOE. Guerra lo inventó todo antes, hasta el paseíllo por el escenario del club de la comedia. Eso sí, no ha habido otro que superara aquel lenguaje de picaresca, eso es suyo y solo suyo. A su lado, Santiago Carrillo parecía un señor de orden. Lo era.

Algunos viejos rockeros del PSOE apelan a un tiempo en que los socialistas eran ejemplares de pura cepa, como si entonces para gozar de algún cargo se pasara por una prueba de denominación de origen. En eso están asombrosamente muy de acuerdo con la derecha, que ahora celebra con entusiasmo a algunos socialistas de antaño, añora a sus viejos adversarios, siente nostalgia por aquellos a los que entonces acusaba de corrupción, terrorismo de Estado, tráfico de influencias y un quítame allá esas pajas, todo acompañado de la gran fanfarria de los medios afines, que hasta crearon un entrañable “sindicato del crimen” para señalar a diario la puerta de salida al Gobierno socialista. Qué tramposa es la nostalgia: todos recuerdan aquella batalla feroz como una guerra entre caballeros; todos se recuerdan a sí mismos como personas sensatas, que jamás tomaron decisiones que alteraran el país o el ánimo de los españoles.

Cierto es que los tiempos han cambiado tanto y tan deprisa que por momentos parece que estamos inmersos en una nube tóxica de confusión. Pero hay ciertos elementos esperanzadores que, sin embargo, desestabilizan a ciertos corazones a izquierda y derecha. El más común de todos es la presencia de la mujer en círculos de poder; mujer que ya no tiene que disfrazarse de Merkel para ser tomada en serio. Ni tan siquiera de Christian Dior para tener clase. El estilo es algo tan innato que brota siempre de dentro afuera.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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