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Guerra de Rusia en Ucrania
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Puede Brasil contribuir a la paz en Ucrania?

La iniciativa brasileña refleja un profundo sentimiento de frustración y fatiga en el mundo en desarrollo ante un enfrentamiento extenso que está generando un enorme sufrimiento

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, camina en revisión de tropas en el Comando de la Fuerza Aérea en Brasilia, el 31 de mayo de 2023.André Borges (EFE)

Desde su toma de posesión el pasado mes de enero, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva hizo de la defensa de una salida pacífica a la guerra en Ucrania una de las primeras prioridades de su política exterior. El llamamiento a una solución negociada entre todas las partes en conflicto es ahora una bandera enarbolada por Lula dentro de la narrativa de que “Brasil está de vuelta”. En su tercer mandato, el presidente brasileño relanzó rápidamente el activismo diplomático de Brasil para reivindicar un mundo multipolar inclusivo y comprometido con un sistema multilateral internacional revigorizado, equitativo y seguro. Lula intentó en un primer momento, y sin éxito, obtener el apoyo de Joe Biden a su campaña por la paz durante su visita a Washington. Tras ese viaje, Lula aprovechó su visita de Estado a Pekín para establecer un paralelo entre su esfuerzo diplomático con la iniciativa china de paz de 12 puntos ante la prolongación de la guerra en Ucrania.

El planteo de paz de Lula no es una propuesta detallada. Su concepción está basada en la premisa de que un esfuerzo colectivo y de vasto alcance por parte de un grupo de naciones favorables a la paz puede contribuir a poner fin a las hostilidades. En pocas palabras, defiende un alto el fuego inmediato y promueve el compromiso de que todas las partes implicadas trabajen en un plan de paz que sea justo y duradero. Para Brasil la principal preocupación es la guerra en sí misma, a lo que se suma el temor de que el conflicto en Ucrania metastatice en una confrontación mayor con alcance mundial con devastadores daños sociales y costos económicos incontrolables. Este fue el mensaje central llevado por el asesor internacional de Lula, Celso Amorim, a Kiev, cuando se reunió con el presidente Zelensky en abril pasado.

Es fundamental entender que las reacciones del Gobierno brasileño ante la guerra en Ucrania coinciden con las posturas manifestadas por otros gobiernos latinoamericanos. En la región ha prevalecido un consenso en cuanto a la negativa a unirse a Estados Unidos y Europa en el envío de suministros militares a Kiev y la falta de apoyo a las sanciones contra Rusia lideradas por Occidente. Proverbialmente, América Latina ha rechazado el uso de métodos coercitivos unilaterales para gestionar los conflictos internacionales. Dichas contestaciones no han contaminado los esfuerzos brasileños por defender una narrativa equilibrada.

El historial de voto de Brasil en las Naciones Unidas, incluidos el Consejo de Seguridad y la Asamblea General, ha sido inequívoco. Condenó la invasión rusa, defendió el principio de soberanía y abogó por el cumplimiento del derecho internacional. Además, en febrero de este año, el Brasil de Lula, junto con las potencias occidentales, apoyó la resolución A/ES-11/L.1 de la ONU que deploraba “en los términos más enérgicos” la agresión de Rusia contra Ucrania y exigía su inmediata retirada militar. Esta ha sido una señal categórica de la diplomacia brasileña que aparentemente no ha sido entendida en Washington y en las capitales europeas.

La opinión de Brasil sobre la guerra en Ucrania encuentra eco en el Sur Global y es compartida por otros promotores de la paz en distintas latitudes, incluido el Vaticano. La iniciativa de paz brasileña refleja un profundo sentimiento de frustración y fatiga en el mundo en desarrollo ante un enfrentamiento extenso que está generando un enorme sufrimiento humanitario, costes materiales e incertidumbre diplomática. En ese sentido, es claro que Rusia es la única responsable de iniciar la guerra en Ucrania, pero a estas alturas la respuesta de Estados Unidos y Europa es, a su vez, causante de patrocinar una “guerra por encargo” (proxy war) sine die.

Las filtraciones Discord del Pentágono muestran que la OTAN está implicada en un conflicto prolongado dentro de Ucrania con el objetivo de ganar la guerra. Estas filtraciones indican también que varios países clave del Sur Global no comparten la perspectiva y el propósito occidentales. Es importante recordar que el Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania, liderado por Estados Unidos y constituido para proporcionar asistencia en materia de seguridad a Kiev, está formado por el 26% del total de miembros de Naciones Unidas. Entre las principales potencias emergentes se ha producido una división más sutil. Las que expresan su recelo ante la guerra han optado por un enfoque pragmático de “cobertura” (hedging) como estrategia de control de daños. Este sería el caso de Pakistán y Sudáfrica. Mientras que otros han optado por reforzar la chance de que pueda avanzar una negociación diplomática. Esta es, claramente, la apuesta de Brasil e India.

La mayoría de los observadores occidentales perciben el enfoque brasileño de la guerra de Ucrania como indeseable y contraproducente. Las reacciones políticas en Washington y Bruselas a las declaraciones de Lula señalando las incumbencias de Estados Unidos y Europa han afectado al impulso de la política brasileña. Las opiniones críticas de Lula han causado malestar en ambos lados del Atlántico Norte, que teme que las posturas de Brasil encuentren más eco en China y Rusia. Tales percepciones se incrementaron aún más después de que el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, hiciera escala en Brasilia durante un viaje a América Latina. Además, esto se convirtió en un pretexto para una amplia condena interna por parte de diferentes segmentos políticos de Brasil. Aunque fue una victoria para la diplomacia rusa y un revés para la brasileña, las reacciones oficiales de Estados Unidos alcanzaron un tono inusitado e inapropiado. Podría merecer la pena que Washington se tomara en serio las preocupaciones y puntos de vista de Brasil, especialmente en lo que respecta a sus constructivos activos diplomáticos como potencia media democrática.

Tras dieciséis meses de violento conflicto, la guerra en Ucrania es una fuente de división internacional que profundiza las narrativas en disputa y pospone las soluciones alternativas. La mayoría de los gobiernos del Sur Global no se sienten obligados a involucrarse en un embrollo geopolítico de la Posguerra Fría sin resolver y con grandes ganadores en la industria armamentista. En buena parte de los casos, las votaciones en la ONU se han debido a políticas exteriores reactivas e individuales que condenan el uso de métodos punitivos por parte de las viejas potencias coloniales y amplían las tendencias recesivas de la economía mundial con efectos dramáticos sobre las sociedades, tanto en el Norte como en el Sur. Mientras algunos analistas del Sur han reivindicado un renacimiento del No Alineamiento, la diplomacia brasileña ha seguido su propio camino, impulsada por su tradicional búsqueda de autonomía y desarrollo sostenible en un marco pacífico.

Es importante recordar que la paz no ha prevalecido en la era posterior a la Guerra Fría. Las narrativas occidentales tendían en los años noventa a centrarse en el surgimiento de un orden mundial pacífico, basado en reglas y cada vez más democrático tras el colapso de la Unión Soviética. Pero para países como Brasil, la perspectiva es muy diferente.

Los conflictos recurrentes y las guerras perpetuas han sido la verdadera marca del orden mundial en la Posguerra Fría. Desde la guerra de Irak de 1990-91, pasando por la intervención en Kosovo en 1999, hasta la “guerra contra el terrorismo” mundial desde 2001, Occidente ha mostrado un mayor entusiasmo por movilizar al Sur Global en sus esfuerzos por proseguir las guerras en lugar de construir la paz.

La guerra de Afganistán, que duró dos décadas, la guerra entre Georgia y Rusia de 2008, los persistentes conflictos de Siria y Yemen, la guerra entre Azerbaiyán y Armenia en medio de la pandemia de la covid-19, y la invasión ilegal de Ucrania por parte de Rusia, son ejemplos de la intensificación de dicha tendencia. En un mundo donde parece haber una creciente fatiga con la paz, Lula ha sido categórico: “El mundo necesita tranquilidad”. No obstante, la dinámica bélica y la preferencia occidental por un conflicto largo en Ucrania parecen persistir e incluso intensificarse. En este contexto, las acciones preventivas y las iniciativas de paz resuenan como poco probables y hasta ingenuas.

En este punto, China ha surgido como la principal gran potencia que muestra interés en la promoción de soluciones pacíficas de algunos de los conflictos más visibles y sensibles. Además de su plan de paz para Ucrania, Beijing está intentando llevar la distensión a una región conflictiva como Medio Oriente. Ésta se fue convirtiendo por décadas en una zona en la que Occidente se ha acostumbrado a administrar el caos como un hecho habitual y favorable a sus intereses estratégicos. China, por supuesto, no cuenta con las credenciales “wilsonianas” tradicionales para erigirse en un nuevo paladín de la paz. Es lamentable que estas credenciales de Estados Unidos se hayan descuidado y debilitado como resultado de su propia política interna. La promoción de la paz de la mano de Washington, dentro y fuera de Occidente, podría resonar en casa y el exterior. Mostrar tal ejemplo ayudaría sin duda a despolarizar la convivencia en el mundo democrático y abrir espacio a enfoques más plurales del orden internacional.

Brasil cree que tiene voz y voto en el escenario del incipiente siglo XXI que necesita urgentemente encontrar más tranquilidad: una condición indispensable para la prosperidad de todos. Las percepciones erróneas de Occidente sobre el activismo a favor de la paz del presidente Lula, así de otras iniciativas del Sur Global, sólo conducirán a un círculo vicioso que incitará a más ideas equivocadas.

En la más reciente cumbre del G-7, una vez más el presidente brasileño dejó en claro que su diplomacia por la paz se basa en directrices autónomas irrenunciables. Lula subrayó que el apremio de una solución pacífica en Ucrania no debe eclipsar otras situaciones altamente conflictivas entre palestinos e israelíes, armenios y azeríes, kosovares y serbios, además de la dramática situación en Yemen, Sudán, Siria y Haití. El mandatario brasileño subrayó que su política exterior está plenamente comprometida con los valores democráticos que comparte Occidente. Tales puntos en común deberían aceptarse como cualificación acreditada para trabajar juntos en la consecución de una paz duradera, justa y real en Ucrania. En definitiva, el mensaje de Lula no es “dar una oportunidad a [más] guerra”; la paz es crucial porque el mundo puede estar avanzando hacia el borde de una verdadera catástrofe.

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