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G-7
Columna
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Lula y una encerrona de Zelenski

Los diplomáticos son especialistas en enmascarar desacuerdos de fondo detrás de enredos protocolares

Lula da Silva durante una videoconferencia con Volodimir Zelenski, el 2 de marzo de 2023.
Lula da Silva durante una videoconferencia con Volodimir Zelenski, el 2 de marzo de 2023.Ricardo Stuckert (Presidencia)
Carlos Pagni

La operación diplomática más ambiciosa en la que está empeñado Lula da Silva, organizar una mediación para poner fin a la guerra en Ucrania, encontró este domingo, en Japón, una dificultad bastante previsible: Volodimir Zelenski no admite esa propuesta porque, para él, cualquier acuerdo debe adoptar como punto de partida la retirada total de Rusia de los territorios ocupados. Se lo hizo saber hace diez días a Celso Amorin, el autor intelectual de este emprendimiento internacional de Brasil, cuando le recibió en Kiev. Cualquier salida que no incluya esa premisa es, para Zelenski, un favor a Vladimir Putin. O a China, que es la potencia con la que Brasil acordó su iniciativa.

Los diplomáticos son especialistas en enmascarar desacuerdos de fondo detrás de enredos protocolares. Por eso Zelenski y Lula explicaron que no pudieron coincidir en la reunión del G7 por problemas de agenda. Los brasileños explicaron que aceptaron dos cambios de horario de los ucranianos. Y los ucranianos alegaron que no podían asistir al hotel donde se alojaba Lula porque estaba fuera del perímetro de seguridad.

Detrás de este minué está cifrado un fenómeno relevante para América Latina. La guerra de Ucrania es uno de los escenarios en los que se libra el conflicto creciente entre los Estados Unidos y China. El régimen de Xi Jinping no ha condenado la invasión. Brasil se involucró en esta agenda con una iniciativa pacifista, buscando reforzar su objetivo principal: figurar como una potencia que encabeza, desde Sudamérica, una estrategia de no alineamiento respecto de Estados Unidos. La jugada se despliega sobre dos plataformas principales. La participación en el grupo de los BRICS y la revitalización de la Unasur. El paisaje ideológico que se está configurando en la región favorece esas pretensiones.

Es muy probable que Lula y sus asesores no hayan contemplado con toda precisión que la cumbre del G7 se transformaría en una cumbre proucraniana. Dicho de otro modo: es posible que el equipo diplomático brasileño haya sentido que la reunión se convertía en una encerrona. La presencia de Zelenski iba a ser virtual. Su irrupción en el encuentro fue comunicada por los japoneses a último momento, cuando todo el ceremonial estaba definido. Y Zelenski, que tiene una gravitación indiscutida en el aparato de comunicación internacional, presentó su viaje a Japón como una oportunidad para convencer de su posición a otros invitados a la cumbre, como el primer ministro de la India, Nadendra Modi, también se declara neutral en el conflicto. Tiene lógica: su país es un gran consumidor de material militar ruso. Sin embargo, Modi, a diferencia de Lula, jamás intentaría intervenir en un emprendimiento diplomático con China, vecino con el que India tiene una larga lista de conflictos. Dadas estas peculiaridades, la entrevista con Modi fue utilizada por los voceros de Zelenski para que el desencuentro con Lula sea visto como un desaire a Lula. No hay que olvidar que durante la campaña electoral, el presidente brasileño afirmó que la guerra era culpa de Rusia y Ucrania al mismo tiempo, concepto que repitió hace pocas semanas y que sus diplomáticos intentaron corregir. En el terreno de los hechos, el 17 de abril pasado el Gobierno de Brasil tendió una alfombra roja para Sergei Lavrov, el canciller ruso, que encuentra enormes dificultades para encontrar amigos por el mundo.

Que la cumbre del G7 iba a ser una cumbre proucraniana era algo fácil de prever. Japón, el anfitrión, tiene dos hipótesis principales de conflicto: con sus limítrofes China y Rusia. En este momento los japoneses llevan adelante un programa de expansión de sus fuerzas armadas que implicará duplicar el presupuesto de Defensa. Fumio Kishida, el primer ministro, organizó la reunión en su ciudad natal, Hiroshima, para que constituyera una condena a la utilización de armas nucleares, una posibilidad que nunca aparece del todo descartada por Moscú. Kishida insistió en el discurso permanente de la diplomacia japonesa: respetar el imperio de la ley en la política internacional y, en esa línea, descartar el uso de la fuerza en la resolución de los conflictos. Por si no había quedado claro, Kishida explicitó que la cumbre expresaba el respaldo del G7 a la posición de Ucrania. Mensajes dirigidos a Putin. Mensajes dirigidos a Lula.

Los gestos que se realizaron en Japón, en especial la decisión de Zelenski de que no hubiera una foto con Lula, se recortan sobre el horizonte de la próxima reunión del grupo BRICS. Tendrá lugar a comienzos de agosto en Sudáfrica. El presidente Cyril Ramaphosa recibirá a Lula, a Xi y a Modi. Es una incógnita inquietante si asistirá Putin: Sudáfrica suscribió el Estatuto de Roma y, por lo tanto, se somete a la Corte Penal Internacional, tribunal que pidió la detención del líder ruso por haber cometido crímenes de lesa humanidad en Ucrania.

Brasil es el único país que condenó la invasión a Ucrania. Fue durante la gestión de Bolsonaro. También fue, ya en febrero de este año, el único que votó a favor la resolución de la ONU pidiendo la retirada de las tropas rusas del suelo ucraniano. China, India y Sudáfrica se abstuvieron. Pero más allá de la agresión de Putin, la cumbre de agosto tendrá un tono antiestadounidense. Se discutirá si se le aceptará a Irán el ingreso a la cofradía. Y volverá a hablarse, por ejemplo, de la creación de una moneda común que reemplace al dólar. Una agenda en la que Brasil tiene protagonismo, ya que la presidenta del nuevo banco de los BRICS es Dilma Rousseff.

Lula busca relanzar a Brasil, desde esa plataforma de no alineamiento, como un actor relevante de la escena internacional en representación de América Latina. Su cancillería está interesada en reflotar la Unasur, que fue la institución inspirada en ese sueño diplomático. Lula ofreció a Alberto Fernández convertirse en secretario general para cuando, en diciembre de este año, abandone el poder en la Argentina.

Estos objetivos brasileños parecen encontrar un mejor clima en el vecindario. Colombia, desde que asumió Gustavo Petro, Venezuela y Bolivia, los comparten. Y desde la semana pasada se ha abierto una incógnita en Ecuador: la posibilidad de una restauración en el poder del partido de Rafael Correa es un punto que podrán anotarse en su favor los chinos y los rusos.

El conflicto entre Washington y Pekín se ha agudizado en los últimos tiempos y va adquiriendo, con rasgos peculiares, en una nueva guerra fría. El Brasil de Lula pretende liderar América Latina para, con una tensión obstinada, desafiar a los Estados Unidos en ese tablero global.

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