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tribuna
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Colón es sinónimo de derrota

Las fuerzas progresistas deben tener en mente que cuando advierten de que “viene el fascismo” solo un sector de la población responde con alarma, mientras el resto de la sociedad española musita para sus adentros “ya será menos”

Elecciones Madrid
Acto de los partidos de derechas en la plaza de Colón en 2019.Carlos Rosillo

Nos encaminamos hacia una campaña electoral gobernada por un lema parcialmente ya conocido: “Colón 2.0″. Las señales emitidas estos últimos días por el Partido Socialista indican que el planteamiento estratégico que se presentará ante los españoles consistirá en elegir entre la siguiente disyuntiva: “Sánchez o Abascal”, ninguneando así a un Partido Popular sobrepasado por la “ola reaccionaria” que recorre Europa. No es un enfoque sorprendente ni falto de inteligencia, teniendo en cuenta dos motivos de peso. En primer lugar, la constatación de que una estrategia muy similar ya dio sus frutos en las elecciones generales de abril de 2019. En segundo lugar, la advertencia efectuada por decenas de sociólogos, politólogos e historiadores de que un nacionalismo conservador, nativista y de matriz iliberal está arraigando en buena parte del mundo occidental, desde Finlandia a Turquía, pasando por Polonia, Italia, Suecia o Hungría. Incluso podría agregarse una tercera cuestión alarmante: el hecho de que una parte de las coaliciones progresistas en el poder se encuentran actualmente en crisis y a la defensiva ante la pujanza de partidos opositores pertenecientes a una derecha cada vez más radicalizada. El caso chileno es paradigmático en este sentido.

Mi tesis, sin embargo, es que este enfoque es erróneo. Resucitar la foto de Colón no es una buena idea. La estrategia de polarización con la extrema derecha no ha dado sus frutos ni en las elecciones madrileñas de 2021, ni en las elecciones autonómicas de Castilla y León en 2022, ni tampoco en los comicios andaluces de hace apenas un año. El monstruo solo asusta una vez y solo provoca pánico cuando es desconocido. Al menos en contextos parlamentaristas. En cambio, cuando el fantasma está integrado ya en el edificio, se sienta en la mayoría de parlamentos autonómicos y cogobierna regiones, la reacción moral se atenúa y palidece.

Las fuerzas progresistas deben tener en mente que cuando advierten de que “viene el fascismo” solo un sector de la población responde con alarma, mientras el resto de la sociedad española musita para sus adentros “ya será menos”. Esta respuesta acontece incluso entre la base sociológica menos politizada de la izquierda. De manera que si alguien pregunta a la ciudadanía si está conforme con la eventualidad de que Vox forme parte del próximo Gobierno de España, la mayoría social contesta negativamente, y, al mismo tiempo, no está dispuesta a hacer gran cosa para evitarlo. En el mejor de los casos, es un temor pasivo: una alarma que no despierta. Como si la mitología resistencialista de la Guerra Civil y del antifranquismo pudiera planear por los discursos políticos sin terminar nunca de aterrizar o de provocar efectos emocionales en la gran mayoría de los ciudadanos. Y, por lo tanto, sin ser capaz de crear la chispa que impulsa a acudir a las urnas.

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¿Qué hacer entonces? Primeramente, los partidos de izquierda deben convencerse de que la “alarma antifascista” no va a restarle ni un solo voto centrista al Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo. Antes bien, podría afianzar sus apoyos con el fin de evitar que se vea obligado a depender de terceros. En segundo lugar, y en estrecha conexión con lo anterior, tener presente que en la “España española” escandaliza más Podemos que Abascal; y que, a pesar de los recientes avances socialistas, el contexto catalán y vasco de 2023 no es el de 2008, por lo que resulta osado confiar en una remontada basada en las periferias. Finalmente, en tercer lugar, las fuerzas progresistas necesitan mirar más hacia sus propios méritos. No es cierto que solo puedan ganar subrayando las miserias de los demás o agitando el pánico a la extrema derecha. Este Gobierno aumentó su aceptación social y ascendió en las encuestas cuando tomó medidas valientes y se presentó ante la ciudadanía como el defensor de la “clase media y trabajadora”. Hay múltiples ejemplos: tope al gas, salario mínimo, impuestos extraordinarios a los bancos y a las eléctricas, reforma laboral, abonos al transporte de cercanías y media distancia; pero también, y no conviene olvidarlo, un aumento significativo del sistema de becas o una campaña de vacunación eficaz y exquisita. El PSOE y Sumar, cada uno con su estilo, tienen todo que ganar ahí.

El modelo, por tanto, no está en Colón ni en el año 2019, sino mucho más cerca: en el otoño pasado. Cuando el foco de atención no fue el “extremismo de los otros”, sino la calidad de vida de todos. La izquierda no es principalmente el dique frente a nada, ni la reacción ante la reacción, sino una herramienta para vivir mejor. Una alternativa política para tener menos miedo, pero no al fascismo, sino a la precariedad, al desempleo, al derrumbe de los servicios públicos, a la crisis climática, a la enfermedad y, en general, a la vulnerabilidad que nos atraviesa como seres humanos. Y ahí, en ese terreno, el Gobierno tiene toda una gestión que lucir.

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