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Columna
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Dieta contra el cáncer: la ciencia

La restricción calórica, el ayuno intermitente y la dieta cetogénica previenen y ayudan a tratar muchos tumores

Puesto de carniceria
Puesto de carnicería en un mercado de Madrid.Álvaro García
Javier Sampedro

Con las dietas contra el cáncer está sucediendo lo del cuento del lobo, que de tanto dar avisos falsos la gente se inmuniza y luego no hace caso cuando llega el de verdad. Pero sí, hay tres dietas que previenen un tercio de los tumores y que incluso ayudan a pacientes ya diagnosticados. La cuestión parece importante, háganme caso.

El Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) está muy proactivo en la promoción de las dietas antitumorales. El año pasado organizó un congreso internacional sobre el asunto y uno de sus equipos, dirigido por Nabil Djouder, acaba de publicar una revisión en Trends in Molecular Medicine. La idea central es la medicina preventiva, que es una tendencia imprescindible e imparable en el mundo desarrollado, y debe serlo en el resto del planeta. El infarto, el cáncer y la neurodegeneración son las grandes causas de muerte y pérdida de calidad de vida en nuestras sociedades, y las técnicas para su tratamiento son imperfectas y costosas. Si los sistemas sanitarios han de ser sostenibles, y válgame Dios que necesitamos que lo sean, no hay más remedio que promover la medicina preventiva, y la dieta es una parte fundamental de ella.

En el caso del cáncer, las investigaciones se han centrado en tres dietas muy concretas: la restricción calórica (comer menos de lo que te recomendaría un nutricionista actual), el ayuno intermitente (ayunar durante 12 o 16 horas al día) y la dieta cetogénica (baja en carbohidratos, moderada en proteínas y alta en grasas). Las tres han mostrado efectos beneficiosos en animales de laboratorio, en células humanas y en los incipientes ensayos clínicos que examinan la cuestión.

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Djouder explica a este diario que tanto la prevención del cáncer como su tratamiento pueden mejorar con cualquiera de estas tres dietas. “Eso está claro”, dice, “lo que no está claro es por qué”. Su hipótesis favorita es que las tres dietas son bajas o muy bajas en azúcares (también llamados carbohidratos o hidratos de carbono). Nada de esto pretende sustituir a las terapias oncológicas, pero sí complementarlas. La combinación de la dieta con la inmunoterapia, por ejemplo, resulta prometedora. Como conocedor profundo del metabolismo humano, Djouder ha desarrollado un olfato científico que le dice que los azúcares ocupan el nodo de las transacciones energéticas de la célula, y está peleando duro para entender el fenómeno desde sus mismos fundamentos.

Pero no siempre es necesario penetrar hondo en la naturaleza de las cosas para empezar a utilizar sus ventajas y evitar sus consecuencias nefastas. Los científicos tienen cada vez más claro que los excesos de ingesta, y en particular los de azúcares, están detrás de las grandes causas de sufrimiento y muerte en Occidente. La medicina y la investigación farmacológica no pueden ganar una carrera contra su propio éxito, es decir, contra el aumento de la esperanza de vida y las consiguientes enfermedades de la vejez.

¿Gordofobia? Ni la tengo ni la padezco, pese a que soy un gordo de notables proporciones. Discriminar a un gordo es una vileza, pero todos, incluidos los gordos presentes o futuros, tenemos derecho a saber cuáles son nuestras opciones en materia de salud. Después, allá cada cual con sus religiones privadas.

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