Aclarar qué es el PSOE y qué es el PP
La campaña podría tener una virtud especial: permitir que Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo expliquen de una vez qué partido quieren, lo que en estos momentos no está claro para muchos de sus electores
La convocatoria de unas inmediatas elecciones generales es una inteligente decisión que conlleva riesgos para el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que acaba de sufrir una derrota incontestable, pero también para su principal oponente, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, cogido a contrapié. Feijóo, sin tiempo para festejar su victoria del domingo, tendrá que hacer frente a una segunda campaña sin haber podido estructurar un auténtico programa ni, más complicado aún, sin haber reunido en su entorno un posible equipo ministerial, un camino que había empezado atrayendo a un economista solvente, Luis Garicano, procedente de Ciudadanos, pero que ha quedado cortado de golpe.
La campaña podría tener una virtud especial: permitir que los dirigentes de los dos principales partidos políticos del país, PSOE y PP, expliquen de una vez qué partido quieren, lo que en estos momentos no está claro para muchos de sus electores. ¿Es el PSOE un partido que pelea por recuperar su voto histórico, o lo considera ya perdido para siempre y se presenta como el miembro principal de una coalición progresista? El PP no habla de formar “mayorías conservadoras”, ni de alianzas (aunque sean más que probables), pero tiene que explicar si es un partido conservador que entronca con una derecha europea que no solo se separa, sino que combate a la extrema derecha, o si está dispuesto a compartir gobiernos y programas con quienes representan esa tradición extremista en España. Cualquier decisión que adopte el PP en relación con gobiernos autonómicos en alianza con Vox llevará ya el sello personal de Feijóo.
Las elecciones municipales y autonómicas han dejado un escenario en el que parecen claras dos fuerzas hegemónicas en todo el país, PSOE y PP, con las únicas excepciones de Cataluña y el País Vasco. La idea de que el bipartidismo ha sucumbido ante nuevas formaciones políticas no se está acreditando elección a elección, sino más bien lo contrario. Existe, eso sí, como ha existido siempre, una tercera fuerza, que antes era el PCE y que ahora se sitúa, verdadera novedad, en la extrema derecha, Vox.
Será en las próximas elecciones generales donde se jugará realmente el futuro del multipartidismo, porque será en julio cuando la izquierda del PSOE (Podemos, Sumar, Izquierda Unida, confluencias) tendrá que demostrar que los pésimos resultados locales y autonómicos no representan su fuerza real, sino que fueron la consecuencia de una división irracional que pueden corregir dos meses después, asegurando su viabilidad futura. Dos meses es poco tiempo, tan poco que no permitirá, por ejemplo, las famosas primarias que tanta guerra interna y enfrentamiento causaron entre Yolanda Díaz e Ione Belarra. Las dos se juegan la práctica desaparición de todo el movimiento que nació con tanta esperanza hace solo nueve años. Ya no se trata de saber quién conservará el control del grupo parlamentario, sino de la supervivencia de ese grupo, como ha reconocido Pablo Iglesias.
Sea como sea, uno de los puntos importantes en estas generales será la capacidad de cada partido para imponer su propia agenda. El PP ha demostrado en estas elecciones que tiene una enorme facilidad para arrastrar a todos, competidores y medios, a la guerra cultural que más le conviene, en general vinculada a asuntos como la unidad de España, la propiedad o el terrorismo, en los que coincide plenamente con Vox, y en los que se manejan con mucha frecuencia verdaderas redes de fake news. Habrá que ver si los socialistas son capaces de huir de esos marcos. Aunque es obvio que la famosa frase “es la economía, estúpido” nunca ha funcionado de verdad en el campo de la política, Pedro Sánchez necesita que el debate gire en torno a la mejora de la situación económica y el balance global de esta legislatura. Los avances sociales y laborales forman la columna de su gestión, junto con la nueva presencia internacional de España (aunque es posible que eso no tenga casi repercusión electoral) y es en esos campos donde puede hacer frente al PP con más eficacia. Pablo Iglesias, que conserva toda su influencia en Unidas Podemos, mantiene una estrategia completamente diferente: basarán la campaña en el choque frontal con el PP en todos los campos que este plantee.
Por encima de todo, el PSOE precisa recuperar su imagen de partido de mayorías, capaz de convocar a sectores transversales de la sociedad. Hasta ahora esa estrategia ha brillado por su ausencia. Aun en la mañana del día 29, la ministra Pilar Alegría dijo que el PSOE pretendía “mayorías de progreso”, sin hablar en ningún momento de buscar una “victoria socialista”. Acudir a las urnas sin dejar claro el propósito de ganar es un mensaje político confuso, especialmente en un partido como el socialista que históricamente ha manejado la oferta de abarcar mayorías. Fue un error dar la impresión de que el PSOE había renunciado a ese objetivo, porque una cosa es que los resultados exijan alianzas (como seguramente ocurrirá) y otra, que ni tan siquiera se aspire a representar al conjunto del país.
Dentro del Partido Socialista habrá, sin duda, dirigentes que quieran aprovechar la inmediata campaña nacional para repensar las estrategias y recuperar el mensaje histórico. No será fácil aunar criterios muy dispares que se han mantenido soterrados hasta ahora. Desde luego, la posición de personajes como el ya expresidente de Aragón, Javier Lambán, que casi llamó a la insurrección contra Ferraz, no ha servido más que para empeorar la situación y profundizar la confusión de sus votantes. Pedro Sánchez sí puede, quizás, aproximar a Ferraz a algunos dirigentes socialistas que han quedado fuera del poder autonómico o local, como Ximo Puig o Antonio Muñoz, que están más identificados con ese mensaje político de vocación mayoritaria.
El problema del PP es de índole distinta, un intento de mantener en el aire su posición ideológica respecto a la extrema derecha, una indefinición que la izquierda resaltará, con la esperanza de que eche para atrás a votantes moderados o simplemente demócratas, inquietos por el resurgimiento de los extremismos y que recuerdan cómo Giorgia Meloni, en Italia, o el antiguo Frente Nacional francés han acabado con los partidos conservadores tradicionales.
Hasta ahora, Feijóo baila en la cuerda. Obligarle a definirse será una de las batallas de la campaña y la opción que tome será observada con cuidado en Europa. No se trata de una disyuntiva menor, como lo demuestra la guerra entablada en estos momentos en el Parlamento de Bruselas, entre dos alemanes, Manfred Weber, presidente del Grupo Popular europeo, dispuesto a normalizar las relaciones con la extrema derecha, y Ursula von der Leyen, de raíz democratacristiana, presidenta de la Comisión, contraria a cualquier acuerdo. Un eventual Gobierno de Núñez Feijóo con la extrema derecha de Vox influiría en esa batalla y restaría impulso a quienes todavía defienden en la derecha europea que no es posible abrir la puerta al extremismo nacionalista y religioso. “Si vas a cenar con caníbales, querida, es posible que acabes comida”, cantaba Nick Cave.
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