Los ‘indignados’ alemanes votan ultraderecha
Cuanto más compleja se hace la gobernanza, tanto más infantil y primaria resulta la respuesta de los ciudadanos insatisfechos
Tenemos tanta confianza en la estabilidad de la política alemana que a veces dejamos de percibir la brecha que se abre entre su realidad efectiva y el oasis político que imaginamos que es. Por lo visto últimamente en Escandinavia, sabemos bien que dichos oasis ya no existen, excepto quizá en la habitual excepción helvética. El actual mal alemán no es distinto del que aqueja al resto del continente. Lisa Casperi, la titular en Die Zeit de política nacional, alertaba hace unos días sobre la subida de la AfD hasta el 16% en intención de voto en las encuestas, el mismo porcentaje que Los Verdes. El dato en sí no era lo sorprendente, lo que le llamaba la atención es que no se hubieran encendido todas las alarmas. Sobre todo, porque en otros sondeos estaba también a la par con los socialistas. O sea, que la ultraderecha ya mira a la altura de los ojos a los grandes partidos. El factor diferencial en relación a lo que ocurre en otras partes de Europa es que todavía ninguno está dispuesto a pactar con ellos, pero ya forma parte del paisaje político habitual de la República Federal, ha dejado de verse como un apestado político.
Como también ocurre en otros lugares, su éxito va en paralelo a las dificultades que tienen los partidos establecidos para gestionar la inmensidad de problemas que acarrea la Zeitenwende. A la coalición Semáforo le ha caído encima la transición ecológica, la incómoda administración del apoyo militar a Ucrania y el cada vez más espinoso asunto de las migraciones y peticiones de asilo, que amenazan con desbordar a los organismos encargados de su gestión. Para más inri, el otrora tan popular ministro Robert Habeck se ha enfrentado a un escándalo de nepotismo por parte de su secretario de Estado al que no tuvo más remedio que cesar. Fin del idilio con la promesa verde. La política real casi siempre acaba devorando a sus potenciales alternativas una vez que acceden al poder.
Por eso mismo sorprende que se busque refugio en quienes se limitan a ofrecer una emoción como único argumento, la indignación. Bürger in Wut, ciudadanos iracundos, se llamó el partido que suplió a la AfD en las recientes elecciones de Bremen al anularse allí las candidaturas de aquella. Es el epítome del absurdo: cuanto más compleja se hace la gobernanza, tanto más infantil y primaria resulta la respuesta de los ciudadanos insatisfechos. No gusta lo que vemos y recurrimos a los más ineptos e indeseables, a quienes se guían por las vísceras, no a los potencialmente más capaces. Dadas las tendencias perceptibles en todas partes, el gran desafío cara a las elecciones al Parlamento Europeo de 2024 es, sin duda, la cuestión migratoria, donde la ultraderecha se siente más fuerte. Magnífica ocasión para airear el descontento generalizado. Lo malo es que en esta cuestión volveremos a las discrepancias entre el norte y el sur del continente. Más vale que para entonces se haya podido llegar ya a un acuerdo satisfactorio para todos.
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