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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los equilibrios de Scholz

Al canciller alemán se le acumulan las dificultades por sus diferencias con Macron y las desavenencias entre sus socios en el Ejecutivo

Olaf Scholz
El canciller alemán, Olaf Scholz, se dirige puesto en pie a los miembros del Bundestag, el 29 de marzo en Berlín.Kay Nietfeld (AP)
El País

El que una reunión negociadora del Gobierno de coalición de Alemania se prolongara hace unos días durante 30 horas da una imagen precisa de las dificultades con las que se está encontrando el canciller, Olaf Scholz, para mantener la unidad entre las fuerzas que gobiernan el país desde finales de 2021. Aunque en público el jefe de Gobierno niegue repetidamente que las crecientes desavenencias entre el Partido Socialdemócrata (SPD), Los Verdes y los liberales del FDP signifiquen que la coalición ha entrado en crisis, lo cierto es que los socios del SPD cada vez adoptan posiciones más duras a la hora de expresarse sobre cuestiones fundamentales como la profunda transformación económica y energética en la que se ha embarcado Alemania o las reglas fiscales. La gran fisura se plantea entre la aceleración de la transición hacia una economía descarbonizada, deseada por Los Verdes, y la estabilidad fiscal defendida a toda costa por el FDP. El gasto público es el gran telón de fondo, pero no solo, de esa batalla.

Alemania tiene una larga tradición de gobiernos de coalición que, en ocasiones, ha incluido a los dos grandes partidos de centroderecha y centroizquierda (la más reciente fue entre 2013 y 2021, bajo la presidencia de Angela Merkel). Desde la instauración de la República Federal en 1949 solo ha habido un periodo relativamente largo, entre 1960 y 1961, en el que el Gobierno, con Konrad Adenauer, fue monocolor. Puede decirse que la coalición es una forma de gobierno natural en Alemania, lo que no ha excluido fuertes tensiones, rupturas dramáticas e incluso traiciones. Y revela la enorme complejidad de hacer política entre fuerzas que tienen objetivos que difieren y la obligación de responder ante electorados con exigencias distintas.

Scholz se enfrenta a enormes retos: la crisis global generada por la pandemia y remachada por la guerra de Ucrania con su añadido energético, pero también el ascenso del populismo (el triunfo de Meloni en Italia es una señal inquietante) y cuestiones de política interna como seguridad o prestaciones sociales. Los liberales han encadenado varias derrotas en elecciones locales, y las bases del partido presionan a su líder, el ministro de Economía Christian Linder, para que sea más agresivo frente a los planteamientos de los ecologistas, que buscan una transformación verde de la economía y la industria. Las tensiones afectan a asuntos cruciales de política europea, desde la ayuda militar a Ucrania hasta la propuesta de reforma del Pacto de Estabilidad, el tope al gas o la prohibición de los coches de combustión. Scholz tiene además un problema añadido: el eje francoalemán, tradicional motor de la UE, está gripado con profundas diferencias entre el canciller y Macron. Tanto ahí como sobre todo en clave interna —con las contradicciones en la coalición cada vez más visibles—, Scholz está obligado a buscar equilibrios cada vez más difíciles.

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