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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Túnez: una dictadura sin disfraz

La exacerbación autoritaria del presidente Kais Said extingue la menor esperanza democrática en el país

Túnez
El presidente de Túnez, Kais Said, a la derecha, recibe al ministro de Exteriores sirio, Faisal Mekdad, en el palacio presidencial, el pasado día 18 en Cartago.- (AFP)
El País

Túnez fue la última esperanza de las fracasadas revueltas democráticas árabes de 2011, pero hace ya tiempo que ha ingresado de lleno en el territorio de las dictaduras que encarcelan y someten a juicios amañados a quienes se oponen a ellas, prohíben los partidos molestos, cercenan las libertades públicas y convierten las instituciones en el teatro de unos títeres movidos por la mano del dictador Kais Said. La detención la pasada semana de Rachid Ganuchi, de 81 años, fundador y líder del mayoritario partido islamista Ennadha (Renacimiento) y expresidente del Parlamento, es la respuesta de Said a la profunda crisis política y económica en la que están sumidos el país y su propia autoridad, tras el enorme fracaso que han significado las elecciones generales de febrero, las primeras celebradas bajo la nueva Constitución: solo acudió el 10% de los votantes censados.

Esta detención es la más destacada de la oleada represiva lanzada contra periodistas, jueces, personalidades políticas y empresarios de todos los colores ideológicos. En el caso del dirigente islamista, se le imputa el delito de incitar a la violencia por unas declaraciones en las que precisamente advierte a Said sobre la exclusión de la izquierda, el islam político y cualquier forma de oposición, hasta el punto de convertir el país “en un proyecto de guerra civil”. En la experiencia de la ahora ya enterrada transición democrática tunecina, destaca la peripecia del islamismo político de Ennadha como partido de gobierno, comprometido con las instituciones democráticas y la Constitución, y entre todas las formaciones islamistas de la región, la más cercana al modelo que representan los partidos democratacristianos europeos. Ganuchi, al igual que la poderosa central sindical UGTT (Unión General de Trabajadores Tunecinos), llegaron a apoyar a Said en su elección como presidente.

El oscuro profesor de Derecho, sin partido y de ideas antipolíticas, que era Said sacó provecho de las dificultades económicas y de las divisiones del país para alcanzar el poder en 2019, perpetrar luego un golpe constitucional al destituir al primer ministro, disolver el Gobierno y el Parlamento, someter el poder judicial a su control, reformar a su gusto la Constitución, y gobernar desde entonces por decreto y sin control parlamentario, hasta culminar su desastrosa deriva autoritaria con la elección este pasado febrero de un nuevo Parlamento sin legitimidad alguna: el 90% del electorado siguió el boicot auspiciado por la oposición y no acudió a las urnas. No son los políticos los únicos chivos expiatorios elegidos por el dictador para desviar la atención sobre su caótica presidencia. También ha utilizado el mito supremacista de la “gran sustitución” demográfica de la raza blanca por inmigrantes de color para denunciar una conspiración internacional destinada a diluir la identidad islámica y árabe de Túnez hasta convertirlo en un país africano. Sus declaraciones racistas han suscitado una oleada de discriminaciones, despidos, desalojos, detenciones arbitrarias e incidentes violentos contra ciudadanos subsaharianos de paso o instalados en el país, han suscitado la condena de la Unión Africana y de numerosas instituciones y organismos de derechos humanos y el aplauso de Éric Zemmour, el apóstol francés de la teoría conspirativa y candidato presidencial de la ultraderecha racista y antimusulmana.

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