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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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Selfis y posados en Auschwitz

El turismo de masas hace que todo se banalice, que no pensemos en la historia del monumento o el edificio que tenemos enfrente, que solo queramos tener una foto

Vías de tren a la entrada del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia.
Vías de tren a la entrada del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, en Polonia.Richard Blanshard (Getty Images)
José Nicolás

Visité el memorial del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en noviembre de 2018. Era una mañana gélida. Recuerdo una frase del guía: “Tenéis frío, ¿verdad? Vosotros venís preparados con abrigos, pero imaginaos estar prácticamente desnudos, desnutridos y que os forzaran a trabajar aquí mientras hay un metro de nieve”. Nos estremecimos. Aunque lo que nos heló la sangre fue entrar en los barracones en los que hacinaban a los prisioneros, las mesas en las que los nazis hacían experimentos médicos o las cámaras de gas en las que asesinaron a miles de personas.

Ese mismo día vi que varios jóvenes se desenganchaban del grupo que los había llevado a visitar el antiguo campo de concentración. Posaban para hacerse fotografías en las vías del tren que construyeron los nazis para agilizar la expulsión y el traslado de más de un millón de personas a ese espacio. Cerca había un grupo encabezado por la bandera de Israel que, quizás, no vieron bien la frivolidad de un selfi en el lugar en el que masacraron a sus antepasados.

Lamentablemente, estas faltas de respeto a la memoria de quienes fueron ejecutados siguen de actualidad. Una de las imágenes más compartidas en Twitter estos días es una similar a la que presencié: una mujer posando en un raíl de la vía de entrada al campo de Auschwitz mientras otra hacía equilibrismos unos metros más allá. La compartió @MariaRMGBNews con el mensaje: “Hoy he tenido una de las experiencias más horrorosas de mi vida. Lamentablemente, no parecía que todo el mundo la encontrara tan conmovedora”. Sobre esto, la cuenta del memorial tuiteó: “Al venir al Museo Auschwitz, los visitantes deben tener en cuenta que están en el auténtico espacio del antiguo campo donde asesinaron a más de un millón de personas. Respeten su memoria”.

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Alguno podría decir que estas fotos son parte de las narrativas de las nuevas generaciones en internet, como se está viendo en los vídeos sobre la guerra en Ucrania, pero no: estos selfis sirven para demostrar que han estado allí, son una suerte de trofeo; mientras que los jóvenes ucranios que publican en TikTok relatan su situación en el conflicto y ayudan a conocer la realidad.

El artista israelí Shahak Shapira publicó hace unos años varios montajes de gente que se hacía fotos posando frívolamente en el memorial del Holocausto de Berlín: pegaba la imagen de los turistas en fotografías de prisioneros o muertos en campos de concentración; denunció así que esos lugares son para respetar la memoria y no para hacerse fotos con las que rellenar un perfil de redes sociales. Aunque el Ayuntamiento de Berlín prohíbe subirse a los bloques y correr entre ellos, el arquitecto que lo diseñó predijo que la gente se haría fotos y haría pícnics junto a él. Acertó.

Algunos de los autores de los selfis retocados acabaron borrándolos. Esto lleva a pensar que es necesario reflexionar sobre lo que decimos en las redes: no sabemos qué repercusión van a tener nuestras publicaciones.

También cuando viajamos. El turismo de masas hace que todo se banalice, que no pensemos en la historia del monumento o del edificio que tenemos enfrente, que solo queramos tener una foto. Sucede en los memoriales del Holocausto o en lugares como Cuelgamuros, al que aún hoy acuden personas a hacerse un selfi en el mármol donde estuvo enterrado el dictador Francisco Franco. Este mausoleo, construido mayoritariamente por presos políticos, sigue siendo una iglesia y no un espacio de memoria que explique qué ocurrió allí. Quizá, cuando se explique, la gente deje de frivolizarlo con sus selfis.

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Sobre la firma

José Nicolás
Trabaja en la sección de Opinión, es uno de los encargados de sus contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es graduado en Periodismo por la Complutense y máster en Periodismo de Datos y Nuevas Narrativas en la Universitat Oberta de Catalunya. Antes de su llegada a EL PAÍS trabajó en Onda Regional de Murcia y Cadena SER.

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