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Columna
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Póquer geopolítico

Xi Jinping no ha mostrado todavía sus cartas, apegado a la paciencia estratégica y al sigilo habituales de su diplomacia

Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen junto a Xi Jinping durante la visita a China.
Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen junto a Xi Jinping durante la visita a China.POOL (REUTERS)
Lluís Bassets

La ofensiva de primavera no llega, pero los jugadores se remueven en sus sillas, incluso muestran alguna carta. Es una timba terrible, enorme, además de sangrienta. Imposible subir más las apuestas, que amagan incluso con el arma nuclear. Mucho es lo que se juega, empezando por la independencia y la libertad de Ucrania, e incluso más allá. Quizás todo: la contención de la inflación, el orden mundial, el poder de los jugadores… Y la paz. Esa paz tan deseada e improbable una vez se han abierto las puertas del infierno.

De ahí que acapare la atención de todos. Que incluso las mayores distracciones, como el circo mediático trumpista, tengan que ver con esta partida de póquer geopolítico. A pesar de los encomiables esfuerzos de Joe Biden, con Trump en cabeza como aspirante republicano, Estados Unidos sigue sin ser el socio fiable y previsible que añoran y necesitan los europeos y del que depende quizás la existencia misma de Ucrania.

La paz no puede esperar. Lo sabe el Gobierno de Zelenski. Por primera vez desde que empezó la guerra, un portavoz ucranio ha admitido que Crimea es una carta negociable. Lula ha ido más lejos, es la baza que hay que entregar. Sus declaraciones coinciden con el viaje de Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen a Pekín, culminación del desfile europeo en pos de una intercesión china en el que también han participado Olaf Scholz y Pedro Sánchez.

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Solícito pero impasible, Xi Jinping acaba de acreditarse en tales menesteres entre dos enemigos feroces como Irán y Arabia Saudí. Esconder la ambición y esperar la oportunidad fue el lema de Deng Xiaoping, que presidía la política exterior cuando Pekín todavía ocultaba los dientes de sus ansias imperiales. Tiene también un plan de paz, equidistante y ambiguo, pero no ha enseñado sus cartas, apegado como siempre a la paciencia estratégica y a la ocultación, especialidades tradicionales de la casa.

¿Cuándo hablará con Zelenski? ¿Llegará a presionar a Putin? ¿Hasta cuándo va a seguir esperando? Poco se sabe de las rentas que quiere sacar de la guerra. ¿Quiere los galones de mediador en la paz o espera que la suerte de las armas sea propicia para sus intereses? ¿Una larga contienda, que divida a los aliados, gracias al regreso trumpista a la escena internacional, y le abra las puertas de par en par a la hegemonía mundial, o le basta una provechosa derrota de Rusia, subordinada a China y convertida en su botín?

En Moscú ya obtuvo de Putin las reverencias propias de un nuevo vasallaje. A no olvidar que Rusia también sacó provecho territorial de los tratados desiguales con los que las potencias europeas colonizaron y humillaron a China en el siglo XIX. Pekín solo piensa en Taiwán, pero mantiene vivo el recuerdo de las regiones septentrionales sustraídas al imperio Qing por los zares moscovitas en su expansión asiática. Cuando un imperio cae, siempre aparecen naciones y crecen otros imperios a su costa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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