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Columna
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Josep Piqué y el cambio de época

El conservadurismo español sacrificó a uno de sus líderes más capacitados mientras la política catalana entraba en una espiral de la que no logra liberarse

Josep Pique
Josep Piqué, en una imagen de archivo.Javier Cebollada (EFE)
Jordi Amat

A mano derecha, al salir del túnel que cruza la vía del tren, la gasolinera y el concesionario Seat. Un “no lugar” en la carretera urbana que nos llevaba de la Vilanova de mis abuelos a la Barcelona donde vivíamos. Como un microcosmos del moderno capitalismo catalán, todo concentrado. Desde el tren de la revolución industrial y las casas de los indianos hasta el desarrollismo cuyo icono era el 600 pasando por las calles poco cuidadas que nos acercaban a los apartamentos frente al mar donde mis padres se liberaban de la posguerra para que estrenásemos el bienestar de una España próspera. Repostábamos en esa gasolinera cuyo gerente pertenecía a una familia de origen modesto, pero que fue alcalde de la ciudad durante la Transición. El padre de Josep Piqué leyó su discurso de toma de posesión en catalán. En 1976 mi amigo Puig Rovira lo caracterizó en la prensa como “un prototipo a escala local del self-made man”. Su hijo economista tendría en la cabeza la complejidad del mundo gracias a esos orígenes, el mérito académico, la inteligencia política y empresarial y a través del ecosistema creado por una burguesía liberal para no dejar de intervenir en el milagro español.

Esa época y la nuestra. Para llegar a la cena de 1995 a la que un Piqué de 40 años acudió como presidente del Círculo de Economía y en la que su talento discursivo brilló ante el líder de la oposición, José María Aznar, llevaba 20 años deslumbrando. En la universidad a Fabián Estapé. A principios de los ochenta en el servicio de estudios de La Caixa. Como director general en las consejerías de Industria de la plenitud del pujolismo. Incluso al gestionar la crisis de una de las joyas de la corona —la química Ercros— a la que sacó de la suspensión de pagos. En aquella cena en la casa del presidente de Foment Joan Rosell, donde hubo cierta tensión, Piqué desplegó sus talentos. En palabras de su amiga Teresa Garcia-Milà, otra economista de referencia en el Círculo, ese día Piqué mostró “su capacidad de convicción, la argumentación sólida y sin fisuras, la proximidad personal que siempre transmite en el trato”. Digamos que fue el político más preparado surgido del ecosistema de las clases dirigentes de la Cataluña democrática. Fue cooptado por el Partido Popular. En el eje de la primera legislatura, cuando ya era ministro, Aznar lo eligió para sustituir al portavoz Miguel Ángel Rodríguez, decisión clave para consolidar la percepción del primer aznarismo como un moderantismo que toleraba la actualización del regionalismo de Cambó. Que ese moderantismo acabó siendo un espejismo lo supo Piqué cuando dirigió el PP catalán.

Con la globalización neoliberal en marcha, el aznarismo llevó a buen puerto su misión histórica: la reconstitución del bloque de poder tradicional en un Madrid que sería también capital económica de España, dinámica intensificada por el ciclo de las privatizaciones (del que él, ministro de Industria, no fue un secundario). Los intentos de las clases dirigentes catalanas de reequilibrar el nuevo statu quo fracasaron. En el plano político, la reforma del Estatut de la que Piqué fue constructivamente crítico: su intento de presentar enmiendas parciales en el Congreso fue abortado por la dirección del partido que había impulsado una populista recogida de firmas y así los populares condenaban a la irrelevancia programática a su delegación catalana. En el plano económico, mientras Cataluña se desindustrializaba, el fracaso lo simbolizó la neutralización de la OPA de Gas Natural a Endesa con el eslogan popular “antes alemana que catalana”. Nadie discutiría la fatua lanzada por el ayatolá del aguirrismo desde la radio episcopal: “La COPE ayuda al PP, pero a ti no, Piqué”. La alternativa regionalista de Piqué entró en vía muerta. Así, el conservadurismo español sacrificó a uno de sus líderes más capacitados mientras la política catalana entraba en una espiral de la que no logra liberarse. Él siguió brillando en la gran empresa e interpretando el mundo que nos viene.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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