Un señor de derechas
Recuerdo escuchar atentamente a Josep Piqué para entender sus razonamientos, sus propuestas y devanarme los sesos para intentar, desde el salón de casa, rebatir sus ideas. Le agradezco que, por lo menos, me hiciera pensar
Aquí en Cataluña somos una generación entera los que crecimos con la voz sosegada de Josep Piqué de fondo, un señor que podía tener ideas muy distintas a las nuestras pero que llamaba la atención por unas formas exquisitas y una inteligencia objetivamente deslumbrante. Confesémoslo ahora que nos ha dejado: nos daba mucha rabia que ese hombre respetable fuera del PP, más por estas tierras donde interiorizamos, muy ingenuamente y gracias al monopolio mediático catalán, que era preferible la derecha nacionalista que la derecha española. Hablo como simple telespectadora de a pie expuesta durante buena parte de la adolescencia y primera juventud a numerosos debates y entrevistas en las que Piqué tenía una presencia importante. Contrastaba enormemente con un Jordi Pujol siempre paternalista y aleccionador que a menudo nos trataba a los catalanes como si fuéramos niños. ¿Soy yo o hubo un tiempo en el que en TV3 la pluralidad de opiniones estaba algo más presente que en nuestros días? ¿Qué dirigente fuera de la órbita nacionalista-independentista, o procésista (que no es lo mismo pero es igual) aparece de un modo más o menos digno en los medios catalanes? Claro que los líderes de hoy, sean del signo que sean, distan mucho de parecerse a los de la generación de Josep Piqué. Me da la impresión de que tenían bases sólidas enraizadas en una formación ahora considerada clásica, con mucha lectura y mucho estudio, muchos codos y no tanta atención a la comunicación política. Cada uno de ellos hablaba y gesticulaba con su particular estilo y los asesores de imagen no dictaban la cantidad de mechas rubias que se necesitan para dulcificar un rostro, ni reglas de expresión corporal o lenguaje verbal.
No teman, no me he contagiado de la enfermedad del momento, la nostalgia, es que echo de menos que a los ciudadanos nos hablen contando con que nuestro coeficiente intelectual no roza la deficiencia. Que nos traten con respeto aunque no nos lo tengan, que no nos vendan humo, que no manipulen el lenguaje, que no usen los medios para arrojarnos encima basura de autoayuda. Yo recuerdo escuchar atentamente a Piqué para entender sus razonamientos, sus propuestas y devanarme los sesos para intentar, desde el salón de casa, rebatir sus ideas. Y eso que en aquella época no llegaba ni a ciudadana porque no tenía ni derecho a votar. Pero quería ser parte de esta sociedad y eso implicaba comprender el funcionamiento de la política. A Piqué le agradezco que, por lo menos, me hiciera pensar.
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