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COLUMNA
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Cambiar de perspectiva: a propósito de Sumar

Mucho parece que se esté mirando a este proceso omitiendo una parte decisiva para orientar acciones y decisiones

Yolanda Díaz, en el acto de presentación de Sumar en Madrid, junto a Ada Colau y Mónica García.
Yolanda Díaz, en el acto de presentación de Sumar en Madrid, junto a Ada Colau y Mónica García.Samuel Sánchez
Paola Lo Cascio

En estos últimos días se leen muchos análisis que fijan el punto decisivo de la necesidad —indiscutible, por otra parte—, de que todo el espacio a la izquierda del PSOE encuentre formas de relación que le permitan conjugarse políticamente y concurrir conjuntamente a las próximas elecciones generales, en el miedo por la llegada de una posible mayoría de gobierno escorada a la extrema derecha. Por otra parte, estos mismos análisis subrayan el hecho de que es necesario encontrar el acuerdo aunque los actores involucrados no se soporten. En resumidas cuentas: por necesidad y sin demasiado entusiasmo.

Quizás se equivoca quien escribe estas líneas, pero mucho parece que se esté mirando a este proceso omitiendo una parte decisiva para orientar acciones y decisiones.

A nadie se le escapa que la política está hecha de muchas cosas y, algunas de ellas, legítimamente, tienen que ver con aparatos, puestos en listas, recursos, presencias en los medios, y otras muchas absolutamente necesarias para articular propuestas e instrumentar la acción política. Es normal, natural, y se diría que incluso justo.

Y, sin embargo, poner todos los focos en estos elementos, desconoce de manera evidente que año tras año, encuesta tras encuesta, todos los indicadores de opinión señalan cuánto y cómo los elementos vinculados a las dinámicas internas de los actores políticos en el mejor de los casos son irrelevantes para la opinión pública —y, por lo tanto, para el electorado—, y en el peor, directamente censurables.

La mejor política siempre es la que es capaz de organizarse para dentro, pero, sobre todo, mirar para afuera. Y si se mira para fuera —y, se podría añadir, desde fuera—, las cosas cambian de manera radical. Entre otras muchas, por dos razones.

En primer lugar, porque se diría que existe un electorado difuso que tiene configuraciones diferentes en los territorios y que puede romper con una visión madridcéntrica de la política que distorsiona. En su parte más transformadora, se traduce, por ejemplo, en la multitud de organizaciones diversas que acuden al acto de presentación de la plataforma de Yolanda Díaz en el polideportivo Magariños en Madrid. Este voto no es de nadie más que del conjunto de la coalición progresista que ha gobernado el país en los últimos tres años y medio. A los sectores amplios de la población que han aplaudido que se ponga en el centro de la agenda las políticas de igualdad, que se han beneficiado de la reforma laboral, que han visto como de la crisis derivada de la covid y de la invasión rusa de Ucrania se ha salido de una manera completamente diferente a la socialmente sangrienta manera en que se gestionó la crisis de 2008, se diría que les importan poco las fórmulas electorales. Pero saben de sobra que sin un Gobierno en el cual se incluyeron —por la bendita tozudez de un Podemos que en ese momento peleó para estar en el Gobierno—, las fuerzas del espacio del cambio, el balance de este Ejecutivo sería totalmente diferente, y menos positivo en términos de ampliación de derechos y redistribución de la riqueza.

Y, en segundo lugar, porque sólo hace falta dar una ojeada a lo que se dice fuera de nuestras fronteras para ver cómo la experiencia del Gobierno de coalición español —con todos sus límites, sus errores y sus conflictos—, es a día de hoy valorada como la más progresista de todo el continente, y constituye un ejemplo para muchos partidos y movimientos europeos.

Para recuperar el impulso y la esperanza, a veces, en definitiva, solo hace falta cambiar de perspectiva. Y sonreír. Porque se puede.

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